Llego a derechos de autor con un poco de atraso. El colectivo se había demorado y temía que me cierren justo en el momento en que pisara la vereda. Camino por la rampa de acceso pensando que un grupo de oficinistas obesos me esperarían del otro lado de la puerta ansiosos por registrar mi primer libro, ansiosos por tener la obra inédita de un nuevo autor en sus manos. Al entrar me encuentro con una cola de 30 personas esperando, todos con sus sobres de papel madera en la mano. “A la mierda que la gente es ingeniosa” pienso, me doy media vuelta y me voy a teatro.
Camino 12 cuadras por callecitas angostas y en ruinas. Me llama la atención la cantidad de negocios cerrados. Estaba a menos de un kilómetro de la mejor zona comercial del país, de aquella por donde circulan dos millones de personas a diario, y sin embargo todo cerrado. Me llama la atención el alto precio de las milanesas napolitanas, “35 mangos una mila con fritas? Están todos enfermos” pienso, mientras recuerdo el proyecto de ley que arme hace unos años para declarar a la milanesa símbolo nacional argentino. Mientras voy caminando la gente comienza a perder individualidad y pasa a ser simplemente parte del paisaje urbano.
Llego al teatro y me encuentro con una cola de 30 metros para poder adquirir un lugar en esa obra infantil en vacaciones de invierno. Por supuesto que me equivoco de cola y recién me doy cuenta después de un rato. La mujer de enfrente mío protesta por que le están descontando ese tiempo del trabajo. El hombre de atrás mío protesta porque la mujer lo mando a sacar las entradas para ella, sus dos hijos, 3 amigas, como 7 pibes y algún otro colado, no sabe si aceptaran débito automático y eso lo tiene muy preocupado. Yo observo los restaurantes de la zona pensando que si me sobra un rato los llamo a los muchachos para ir a comer algo. Después de los vente minutos parado sin avanzar en la cola pierdo toda esperanza de pasar un buen rato.
Luego de una hora de espera llego hasta la ventanilla del teatro, la boletera de muy mala forma y ofuscada por su trabajo me ladra desde atrás del vidrio esperando que yo sea rápido. “Dos adultos y un nene de 2 años” le digo, “3 adultos” me responde, “sólo queda la última fila, sino algo en el 2do piso, al lado del baño”. Me dice el precio de las entradas y me siento estafado.
Voy caminando por la Av. Corrientes a tomarme el colectivo de regreso al trabajo luego de 2 hs que pasaron muy rápido. Antes de despedirme la ciudad me regala la imagen de un chico convulsionando en la vereda, de un indigente comiendo basura de un tacho, del calor agobiante de una ciudad que me satura en pleno invierno, de una sordera permanente a causa de un bullicio constante y desbordado.
Miro hacia atrás al llegar al obelisco y agradezco que Santi pueda crecer en un barrio.
jueves, 29 de julio de 2010
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1 comentario:
muy bueno egú!
durante gran parte del relato creí q era algo futurista... cómo puede ser q una mila con fritas valga 35 pe?! y lo peor es q es el presente...
en fin, me dejaste con el sabor amargo del final. recordar a los pibes en la calle, el bullicio y la turba habituales... y la certeza de q mi hijo pr unos años vivirá en medio de eso... es duro pensar en eso cada vez q le doy un beso a la panza donde está hoy...
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