lunes, 26 de julio de 2010

Vacaciones de invierno

Todo arrancó el domingo de la semana pasada. Con la flaca decidimos no viajar y disfrutar realizando actividades destinadas a una sola personita, Santi.

Como primer paso para nuestro plan decidimos llevarlo por primera vez al cine, la película elegida “Shreck por siempre”. Previamente realizamos el adoctrinamiento de Santi, vimos como quince veces Shreck 1, 2 y 3, y le compramos el merchandancing oficial incluido el burrito que grita “no te conozco” cada vez que le clavas la silla de montar en la espalda y los tres chanchitos que gritan “uy” “ay” “oh” cuando le apretás la pancita (no es muy varonil el grito de los chanchitos y mucho menos esos gritos, ni la zona que eligieron para que griten, esperemos que no sea una campaña de los señores de las hamburguesas para acostumbrar al público joven con las nuevas tendencias). Llegamos al cine 2 horas antes (falta de información en los horarios) así que tuvimos que hacer tiempo en un Habana que sita justo en frente del cine (Santi se paso las 2 hs repitiendo “¿Ya comienza la película?”).

Entramos, vemos a la vendedora de pochoclos, y para hacerla completa le pido uno para Santi “Dame el más chiquito, con ese alcanza, ¿Cuánto es?”, cuando me respondió 12 pesos me sentí inmerso en la propaganda de la tarjeta de las promos, donde el vendedor coloradito con cara de garca le dice al padre que le quiere comprar un avioncito al hijo con una sonrisa sarcástica “No, hoy no es el descuento, es mañana, huy le rompió una alita”.

Elegimos unas excelentes butacas y nos dispusimos a ver la película. La cara de Santi era la emoción hecha persona, una sonrisa de oreja a oreja le dibujaba todo el rostro, ese sólo momento alcanzó para cubrir todos los costos inherentes a la salida. Los primeros 20 minutos de la película las vivió inmóvil en su butaca, con la mirada perdida en las imágenes que iban y venían de la misma, sólo lo interrumpía alguna que otra mención de su parte por la llegada de algún personaje de su agrado “El burrito”, “Pinocho”, me dijo varias veces con su gran sonrisa, y volvía a ver la película. Luego comenzó a pararse en la butaca, a bajarse y viajar de los brazos de su madre a los míos una y otra vez, de vez en cuando gritaba un “oh oooooh” en medio de la película rescatando alguna que otra carcajada del resto de los espectadores, hasta que faltando 15 minutos para el final se durmió en los brazos de su madre.

El lunes y el martes estuvimos haciendo casa, obligados un poco por el frío y el mal tiempo, pero más que nada obligados por una serie de vómitos de Santi, los cuales fueron según el doctor “sin causa aparente”.

El miércoles volvimos a hacer vida de vacaciones, desayuno y almuerzo en la casa de sus tíos, y paseo por el zoológico platense. Se ve que la hora del almuerzo le sienta muy bien a los animales ya que estaban todos muy activos, hasta pudimos disfrutar de un show del lobo marino, ver al hipopótamo caminando entre el lodo, a un mono trepando por las paredes para rescatar unas plantas de lechuga y hasta vimos al león devorándose media res en su cueva. Santi lo disfruto mucho aunque ya es
habitué del lugar, por lo que se sintió como en casa.

El jueves comenzamos yendo a la calesita. Como la de todos los domingos estaba cerrada terminamos yendo a una nueva. La imagen de la misma era la clásica que se suele observar hoy en día en las calesitas de la ciudad de La Plata, animales despintados, dibujos arcaicos en las paredes de la calesita, óxido en los caños, ruido a motor con sobreesfuerzo, maderas comidas por los años, y de fondo la música de un disco (disco posta, nada de CD o DVD, disco) con temas que ya pasaron al olvido aún para sus intérpretes. Santi en brazo dispuesto a pagar sus vueltas en calesita, “maestro, nos da tres, ¿cuánto es?” “1,50”, “1,50 cada una, ¿tenes cambio de veinte?”, “no, 1,50 las tres vueltas”, ahí comencé a darme cuenta porque estaba todo despintado.

En la calesita eran 2 nenes, pero a medida que fue pasando el tiempo fueron llegando más. Se sube Santi a su primera vuelta y elige un auto, el calesitero pasa a buscar la ficha y arranca el mecanismo. Cada vuelta duraba de promedio 5 minutos (aunque la mayoría de las veces fue más) una eternidad para los que estamos acostumbrados a estos juegos que rondan los 2 minutos o menos. De entrada Santi sacó la sortija (era la primera vez que la sacaba sólo, sin ayuda) y desde arriba de la misma me hacía gestos con su pulgar en alto demostrando lo contento que estaba por el logro alcanzado. Luego daría una segunda vuelta, una tercera y una cuarta, donde volvió a sacar la sortija. A esta altura ya llevábamos más de media hora arriba de la misma por lo que decidimos marcharnos. Al irnos Santi le devolvió la sortija al calesito, una de las fichas sobrantes, y un gracias por su buen gesto.

Me quedé pensando en lo poco comercial de su negocio, gastamos 1,5 pesos, estuvimos media hora y teníamos para dos vueltas más, en un momento conté 4 sortijas entregadas en una sola vuelta (en ese momento había 5 chicos, o sea que solo uno se quedó sin premio). La ropa y la apariencia general del calesitero no daba a entender que el tipo lo hacia de onda, por amor a los niños, pero sigo entender donde estaba su negocio (la desconfianza comercial adquirida desde hace años le prohíbe a uno pensar que exista alguien que haga las cosas por simple amor al prójimo, por obtener una sonrisa como pago, por brindar un servicio sin pretender sacar nada a cambio, calculo que volveremos muchas veces más a esa calesita, y seguiremos devolviendo todo lo brindado).

Ese jueves a la tarde decidimos ir a ver una obra de teatro, corrimos con el auto hasta el teatro llegando tarde como fue costumbre nuestra en todas estas vacaciones. Pedimos dos adultos en boletería, y como una reserva se había caído nos dieron primera fila justo en el centro del teatro (las mejores ubicaciones que se pueden pretender, sin tener noción de la obra a priori). La obra elegida (o mejor dicho que nos tocó sin pensarlo demasiado) fue Pulgarcito.

Todo comenzó muy lindo. Con tres nenes corriendo por los pasillos, subiéndose al escenario, con un telón con forma de bosque, todo muy lindo y cálido. Santi, sentado en el regazo de su madre, estaba expectante de lo que podía llegar a pasar en ese escenario a centímetros de él. Sin darnos cuenta la obra fue endureciendo su tono, los gritos del leñador hacia sus hijos eran constantes, el arreglo entre los padres para abandonarlos en el bosque, un soldado entrando a la casa a robar la comida y patear al padre tirado en el piso, un ogro a los gritos tratando de comerse a los chicos, un sin fin de cosas que si bien estaban basadas en un cuento infantil en su momento no era lo adecuado para un nene de dos años. Si la flaca quería rascarse la nariz, Santi se trepaba de la mano para que lo vuelva a abrazar al instante, en varios momentos estuvo asustado. A mi me divertía ver el poco profesionalismo de los actores, la falta total de ganas de uno de ellos, y el uso completo del teatro como parte del escenario (el único detalle era que no se avivaron que un tipo de 1,83 de alto y 95 kilos podía estar en primera fila tapando a la mitad del público y no permitiéndoles el paso a los actores, por lo que debían saltarme las piernas cada vez que pasaban por mi lado). Al final Santi se fue contento del teatro, dándole la mano a los actores, salvo al ogro que le dio la espalda de lleno.

El viernes decidimos ir a un espectáculo de magia. A Santi le fascinan los magos, así que queríamos darle el gusto. Cuando llegamos tarde (nuevamente), las localidades para esa función se encontraban agotadas, por lo que sacamos para la siguiente y decidimos ir a hacer tiempo a una casa de video juegos, más que nada para que Santi de un par de vueltas en los caballos mecánicos. Al llegar nos encontramos con la metodología tarjeta recargable, y distintas promociones, cargando 40 pesos 10 de regalo, cargando 60 pesos 20 de regalo, etc. Lo miro al vendedor y le digo “¿40 pesos? Es una fortuna, no lo va a terminar más” “No se haga problema (me dice el tipo) la carga le sirve para la próxima vez que viene no tiene vencimiento” convenciéndome con un chamuyo que tenía muy practicado. Con los 50 pesos en la tarjeta de plástico nos dispusimos a comenzar con los juegos, camión de bomberos, ambulancia, patrullero, caballo, avión, subi baja, hasta llegar a los que tienen ticket de premio, mata araña, tacho de basura, mata cucaracha, y alguno que me debo estar olvidando. En total fueron 15 minutos donde se desapareció todo el crédito (incluyendo tiempos muertos), el mayor tiempo lo perdimos haciendo la cola para canjear los ticket (29 ticket que equivalían a un chupetín o a dos caramelos), los cuales no pudimos canjear por falta de tiempo.

En dos días viví el extremo de lo comercial en entretenimientos, por un lado la calesita eterna y casi gratis, con más juegos ganados que abonados, por otro este mundo electrónico infantil de luces, sonidos y movimiento, donde se veían desaparecer 3 pesos en menos de veinte segundos que duraba el juego. Por un lado lo antiguo, lo clásico, la niñez de los abuelos, lo austero, la alegría simple, el relax del ambiente, la risa contagiosa de los chicos, la música suave y dulce de otros tiempos. Por el otro el ruido, la música electrónica, el modernismo, la falta de tiempo, el consumismo, el toco y me voy, el strees, el apuro, los premios escasos y dudosos, lo nuevo.

Retomamos al show de magia con la sensación de haber sido estafados pero con la alegría de que Santi lo había disfrutado. Hicimos la cola para entrar a la sala por más de 30 minutos (en un momento salió un colaborador del mago y dijo que había un atraso porque se había perdido un micrófono, quise gritar “y que lo haga aparecer el mago” pero me contuve del chiste que de seguro solo me causaría gracia a mi). Cuando entramos nos colocamos en la segunda fila, Santi en el piso en la alfombra de adelante sentado. El show consistía en dos magos, el primero que hacia participar totalmente a los chicos, los hacía gritar y pasar al frente, los mantenía motivados con pañuelos de colores, palomas y pases mágicos. Cuando pedía que los chicos se acomoden para elegir a uno, Santi ya se encontraba de brazos cruzados y carita atenta y alegre esperando su momento, lástima que no se le dio. El segundo mago hacía trucos de cartas y otros complicados que claramente apuntaban a un público adulto (no para nenes de 2 años y medio) que hizo que Santi se viniese a sentar a la falda de su madre a penas comenzado el acto. Llegado el último truco de la noche el mago solicitó un ayudante del público, y como yo era el mejor ubicado me hizo pasar al frente. Uno de los requisitos era tener un billete de 100 pesos, el cual no pude cumplir, el mago me miró y me dijo “dale, ¿me vas a decir que no tenes uno?” mi cara fue más que suficiente para que sepa que no, “¿y uno de 50? ¿Uno de 20? ¿Uno de 10?”, como sabía que el truco no funcionaría con monedas simplemente me dediqué a negar con la cabeza, sin dar explicaciones del porqué de la falta de efectivo en ese momento. Otro muchacho del público le acercó el billete de 100, y como yo ya estaba parado continué como partener del truco. Me hizo anotar en una pizarra los últimos dígitos del billete, lo hizo pasar a Santi y a su madre al frente, a los cuales le dio una bolsita con un limón y un cuchillo. Hizo unos pases mágicos y el billete desapareció de lleno, luego tomo el limón de la bolsita que tenía Santi en la mano, lo cortó con el cuchillo, sacó un poco de la pulpa del limón (era limón, olía a limón y tenía mucho jugo) y la flaca con una pinza de depilar extrajo el billete de adentro del mismo. Muchos aplausos, un gracias de su parte y le estreché la mano, tranquilo por no tener anillos de oro y relojes puestos en ese momento.

El sábado comenzamos con ganas de ir a ver un gran show infantil al teatro. Nuestra primera opción fue el Show de Andrea en el Astral de Capital Federal, pero la falta de entradas y el largo del viaje hicieron que cambiemos el mismo por el Show de Topa en el teatro Coliseo de la Plata, a la larga era parecido, canciones infantiles, coreografías con mucho color y animales tamaño humano (es muy loco ver un elefante rosa bailando en dos patas con un chupete gigante en la mano, pero es lo que buscábamos para ese día), y un personaje conocido del ambiente infantil actual. Para quienes no lo conocen Topa es un conductor de Play House Disney que tiene un programa infantil diario de 10 minutos donde vive situaciones diversas y entretenidas junto a su compañera Muni. Es un gordito simpaticón, que se viste de colores fuertes y variados, que se la pasa hablando, haciendo chistes y entonando de vez en cuando una canción infantil. El show dejaba mucho que desear, pero la sola imagen de Santi compenetrado en el espectáculo cantando, bailando y aplaudiendo cada una de las canciones que sonaban me hizo conmover hasta las lágrimas.

En resumen, fue una hermosa semana, llena de espectáculos y actividades infantiles destinados a alegrar y entretener a mi hijo, lo cual agradezco que haya sucedido.
Como resultado de la misma volví al trabajo con 10 kilos de más, bastante descansado y la satisfacción de haberlo dormido a Santi dándome un abrazo y diciéndome “te voy a extrañar papi”, mientras yo pensaba lo mismo y me mentalizaba para encarar lo mejor posible esta segunda parte del año.

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