martes, 3 de marzo de 2009

Primera vez

La noche nos regaló un cielo negro pintado con pequeñas perlas iluminadas por su brillo eterno. El clima, ideal, veinticinco grados, con una pequeña brisa que lograba apenas irisar la piel.
La luna iluminaba fríamente un mar calmo y armonioso, que descansaba en esa, nuestra última noche de aquellas vacaciones de verano.
Yo era joven e inmaduro, todo un improvisado en el tema, un niño invadido por la atracción de lo desconocido, alocado por el alcohol, dispuesto a todo por el verdadero amor.
Él se notaba maduro, duro, recio, un hueso duro de roer, caliente como el infierno pero tierno por dentro, lleno de sorpresas, lleno de dulzura en lo más profundo de su ser.
Mi padre siempre me dijo “nunca intentes abracar más de lo que podes tener, te puede terminar doliendo donde menos lo imaginas”, pero él me seducía, no podía resistirme a su cuerpo, a su piel.
Comenzamos despacito, mirándonos profundamente, seduciéndonos sin esfuerzo, luego llegaron los besos, poco a poco, saboreando el momento, disfrutando cada instante; continuamos llenándonos el uno del otro, rozando nuestra piel; terminamos enredados en una orgía llena de sabor y olor, en un momento único y pleno, en un orgasmo de sensaciones difíciles de describir.
Así me comí mi primer matambrito a la pizza, en mi niñez vegetariana, en mis 17 años sin haber probado la carne vacuna ni una sola vez. Hoy conservo la receta de este plato único y exquisito como el más valioso de mis recuerdos y la comparto con mi esposa, hijos y amigos, en cada ocasión especial, cada vez que me dicen “viejo, preparate un matambrito, dale, vos que sabés”.

1 comentario:

Dito dijo...

Que momento.. todo el relato pensado que Egu era gay!!! Lo peor de todo es que en ningun momento me sorprendí.
Cuanto hacia que no te leia Egu, como extrañaba tus historias.
Abrazo.