lunes, 16 de febrero de 2009

Mal acostumbrado

Nunca fui muy atlético, debo confesarlo. Las horas semanales de las clases de educación física eran una tortura programada que solo me devolvía un siete de nota y a desgano por parte del profesor. Las flexiones de brazos era un subi y baja de la cadera, si flexionaba en realidad los brazos no tenía forma de volver al punto de partida, lo único que esperaba es que el profesor no se diera cuenta, o disimule, aceptando la triste realidad de que yo era un caso perdido.
El mayor desgaste físico que he tenido fue en uno de esos famosos test de cooper. La idea era correr 14 km en un tiempo razonable para nuestras edades. En uno de esos test, a poco de llegar al final, noté que no me daban los tiempos y apuré el paso. A cien metros de tocar la línea de llegada terminé vomitando sobre mis pies cansados, agotado por el esfuerzo que muchos considerarían innecesario y perverso.
Hoy, después de más de una década, sigo intentando hacer cosas para las que mi cuerpo no está preparado. Hace algunos días fuimos a jugar al tenis con un compañero de trabajo. Luego de varias cancelaciones por motivos varios llegó el dia D, osea, el día del desastre. No podía llegar a las pelotas y a las que llegaba las tiraba demaciado lejos. Los pies pesaban toneladas, los brazos parecían atados, mis pulmones pedían el cambio, y el sol de frente freía mi cerebro como rabas en aceite saturado.
Una semana después mis rodillas sienten el trajín de algo a lo que ya debería estar acostumbrado, de algo que no quiero convencerme, de algo sobre lo que me miento a cada rato.
Si como frituras en algún bodegón termino con el estómago ardiendo, si subo dos escalones mi corazón vibra más que un motor mal regulado, si pongo un tornillo me nacen varias ampollas en la mano para recordarme que ese no es mi trabajo, y haga lo que haga siempre termino agotado.
El otro día la flaca me miró de cerca y me preguntó ¿esto que tenés acá son patas de gallo?. No sé patas de qué serán, pero sus palabras me recuerdan que estoy cada día más cerca del otro lado. Vamos a comer a lo de mi viejo y el tipo me mira y me dice “que cantidad de canas que tenés”, y yo le respondo, “sí pero por suerte aún no estoy pelado”, mientras escondo los mechones de pelo caídos que descansan en los hombros de mi remera.
La radio me sorprende comiendo, “nuevos estudios revelan que las personas que roncan tienen más probabilidades a ataques cardíacos”, recuerdo que la flaca tuvo que despertarme tres veces a la noche porque hacía temblar los vidrios del ruido, “no pasa nada”, pienso mientras como mi milanesa, “esos estudios son sólo para vender productos innecesarios”, me autoconvenzo y me mando otro pedazo. “Científicos de la universidad de no se qué descubren que los hombres con una panza superior 102 cm están en grabe riesgo de enfermedades cardiovasculares”, logro escuchar mientras hago cuentas de mi cintura y termino mi porción de papas fritas a caballo.
Cómo cuesta vivir en un mundo de cuidados intentado descubrir lo sano del negocio, lo bueno de lo de moda. Cómo cuesta vivir con un cuerpo mal acostumbrado.

1 comentario:

Capitán Manija dijo...

es una fija gran egú... o dejamos esta vida virtual o todos progresivamente vamos a terminar gordos, grasientos, canosos, babosos, con ataques cardíacos de por vida si un cáncer no nos ahorra la salida...

qué prefiere usted? cabo de miedo, ciudad grito, o el lago del terror?

excelente como relataste el día a día de cada uno de nosotros cuando intentás disfrutar de un rico bocado mientras por la tele la radio o tu mujer tu suegra etc, te están hablando de lo mal q hace todo todo todo...

el resúmen es el siguiente: hoy escuché una noticia en el trece q decía "internan a reuteman", faaaaa pensé, hasta q después dijeron q se trataba de un chequeo normal... no ves? todo el tiempo dramatizan la puta vida, todo el tiempo... porque lo importante acá no es que estés bien sino que vivas paranóico, con miedo, y para el recontra orto todo el fukin day...

abrazo, q.