martes, 6 de octubre de 2015

Tilin Tilin

Uno de los momentos más tristes para un niño debe ser el día en que descubre que puede ganarle a su padre. No solo ganarle de casualidad o porque lo dejaron ganar, sino ganarle de en serio, ‘pasarle el trapo’ como se dice en el barrio.

Pensando un poco en retrospectiva, a mí me pasó con mi viejo en la adolescencia, de chicos no compartíamos muchos juegos más allá del ajedrez, juego al que aún hoy no puedo ganarle ni hacerle un poco de fuerza. Un día se apareció con una mesa de ping pong que se la había regalado un amigo que se mudaba, y ese deporte se convirtió en el favorito de los domingos. Mi viejo nos ganaba a base de maña, mucho saque con efecto, toques sutiles, efecto mucho efecto, pero un día le tomé la mano y nunca más me pudo ganar. A los pocos meses dejó de jugar poniendo como excusa que le dolía el hombro y al poco tiempo nunca más volvimos a enfrentarnos en una mesa de ping pong. En el momento no me di cuenta, pero le había ganado a mi viejo, había comenzado otra etapa de nuestras vidas.

Ayer me paso casi lo mismo, pero a la inversa con Santi, con la diferencia de que él tiene 7 años y no 14. La semana pasada me caí con una Xbox usada por casa, y ayer le regalé un jueguito de deportes. Luego de comer, bañarse, hacer las tareas, y ordenar todo (cosa que hace con entusiasmo y celeridad cuando sabe que puede hacer algo que le gusta después) se puso a probarlo. En el menú aparecieron los deportes que incluía y veo el boxeo. ‘Hagamos una peleita’ le digo, me responde con una sonrisa y lo pone ansioso.

Hacemos nuestros bailes de entrada, reconocemos nuestros avatares ficticios y esperamos que suena la campana. Arranca la pelea y decido tomar una posición pasiva en el juego, subir los brazos, cubrirme, esperar que se canse y contraatacar. Error. Santi arranca con todo y en menos de 10 segundos me tira a la lona. Me levanto y salgo al ataque. Error. Tres golpes y vuelve a tirarme a la lona. Me levanto, preocupado, espero que me ataque, le pego un par de golpes, me los devuelve y me tira por tercera vez en menos de 30 segundos. Nock out. Su avatar festeja, el festeja, yo me preocupo.

‘Quiero la revancha’ le grito antes de que termine su festejo. Arrancamos y salgo con todo, paf paf paf paf, golpe golpe golpe, a la lona, me tira de nuevo. Me siento impotente, algo está fallando, ninguna de las estrategias que tomo funciona, Santi no es un experto en el juego, es su primera vez en el boxeo virtual igual que para mí, algo no está funcionando, pienso que es la consola que no reconoce mis golpes, que le da ventaja a él porque es más bajito, pero no, todo funciona perfecto. Me paro lo ataco y lo tiro. Bien, volvimos a la normalidad. Se para en menos de 2 segundos y me ataca, me defiendo, mi avatar se marea, parece confuso, me muevo, pero me sigue castigando, trato de pegarle y nada, paf, a la lona. Intento levantarme y no responde, ‘vamos loco’, le grito a la Tv, pero mi dibujito no reacciona, tilin tilin, fin de la pelea. Doy media vuelta y me voy a lavar los platos. Sin mirarlo a Santi ni hacerle comentario alguno.

Día triste para el niño cuando descubre que puede ganarle al padre, y para el padre que descubre no que no puede ganarle a su hijo de 7 años ni les cuento.


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