Uno de los momentos más tristes para un niño debe ser el día
en que descubre que puede ganarle a su padre. No solo ganarle de casualidad o porque
lo dejaron ganar, sino ganarle de en serio, ‘pasarle el trapo’ como se dice en
el barrio.
Pensando un poco en retrospectiva, a mí me pasó con mi viejo
en la adolescencia, de chicos no compartíamos muchos juegos más allá del
ajedrez, juego al que aún hoy no puedo ganarle ni hacerle un poco de fuerza. Un
día se apareció con una mesa de ping pong que se la había regalado un amigo que
se mudaba, y ese deporte se convirtió en el favorito de los domingos. Mi viejo
nos ganaba a base de maña, mucho saque con efecto, toques sutiles, efecto mucho
efecto, pero un día le tomé la mano y nunca más me pudo ganar. A los pocos
meses dejó de jugar poniendo como excusa que le dolía el hombro y al poco
tiempo nunca más volvimos a enfrentarnos en una mesa de ping pong. En el
momento no me di cuenta, pero le había ganado a mi viejo, había comenzado otra
etapa de nuestras vidas.
Ayer me paso casi lo mismo, pero a la inversa con Santi, con
la diferencia de que él tiene 7 años y no 14. La semana pasada me caí con una Xbox
usada por casa, y ayer le regalé un jueguito de deportes. Luego de comer,
bañarse, hacer las tareas, y ordenar todo (cosa que hace con entusiasmo y
celeridad cuando sabe que puede hacer algo que le gusta después) se puso a
probarlo. En el menú aparecieron los deportes que incluía y veo el boxeo. ‘Hagamos
una peleita’ le digo, me responde con una sonrisa y lo pone ansioso.
Hacemos nuestros bailes de entrada, reconocemos nuestros
avatares ficticios y esperamos que suena la campana. Arranca la pelea y decido
tomar una posición pasiva en el juego, subir los brazos, cubrirme, esperar que
se canse y contraatacar. Error. Santi arranca con todo y en menos de 10 segundos
me tira a la lona. Me levanto y salgo al ataque. Error. Tres golpes y vuelve a
tirarme a la lona. Me levanto, preocupado, espero que me ataque, le pego un par
de golpes, me los devuelve y me tira por tercera vez en menos de 30 segundos. Nock
out. Su avatar festeja, el festeja, yo me preocupo.
‘Quiero la revancha’ le grito antes de que termine su
festejo. Arrancamos y salgo con todo, paf paf paf paf, golpe golpe golpe, a la
lona, me tira de nuevo. Me siento impotente, algo está fallando, ninguna de las
estrategias que tomo funciona, Santi no es un experto en el juego, es su
primera vez en el boxeo virtual igual que para mí, algo no está funcionando,
pienso que es la consola que no reconoce mis golpes, que le da ventaja a él
porque es más bajito, pero no, todo funciona perfecto. Me paro lo ataco y lo
tiro. Bien, volvimos a la normalidad. Se para en menos de 2 segundos y me
ataca, me defiendo, mi avatar se marea, parece confuso, me muevo, pero me sigue
castigando, trato de pegarle y nada, paf, a la lona. Intento levantarme y no
responde, ‘vamos loco’, le grito a la Tv, pero mi dibujito no reacciona, tilin
tilin, fin de la pelea. Doy media vuelta y me voy a lavar los platos. Sin
mirarlo a Santi ni hacerle comentario alguno.
Día triste para el niño cuando descubre que puede ganarle al
padre, y para el padre que descubre no que no puede ganarle a su hijo de 7 años
ni les cuento.
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