Constitución es uno de los tantos barrios de Capital
Federal, el cual suele ser identificado por su estación de tren, sus linyeras y
travestis.
Cuando salgo del trabajo a horario uso uno de esos
servicios (el de la estación de tren, a no confundir) para viajar a mi casa.
Hay días que son un infierno, el viernes pasado fue
uno de esos. Colas de 30 metros para comprar los boletos, gente por todos
lados, personas insultando, peleando, amenazando, la policía mirando sin
intervenir, mucha gente mangueando guita, mucha otras tiradas en el piso
durmiendo, un verdadero caos. Entre todo ese descontrol, mientras hacía la cola
para subirme al Roca, empecé a escuchar ruidos de tambores: ‘Zas, sonamos,
sindicalistas’, pensé, pero no, Constitución volvió a sorprenderme. Por la
entrada principal, empecé a ver banderas de colores con letras escritas en papel
brillante, una de esas decía ‘Murga del comedor …’, detrás de las banderas como
50 chicos de entre 4 y 12 años vestidos con trajes coloridos, sonrisas en el
rostro, y piernas y brazos que se movían para todos lados, en el medio de los
mismo un coordinador que hacía palmas y sonaba su silbato, y por último un
grupo de 10 personas con tambores y redoblantes encargados de la batucada. A
medida que iban avanzando, el mar de gente nerviosa y ofuscada de constitución
se iba moviendo y les hacía paso, todos observaban la murga y reían y aplaudían,
algunos hasta intentaban imitarlos. Me dí cuenta que yo también los veía y
sonreía sin darme cuenta, me puse a observar al resto de los compañeros de la
cola de espera y todos miraban y se divertían con el espectáculo menos esperado,
una murga en agosto es algo que jamás pensé ver.
No eran excelentes, no era un show espectacular, pero
todos lo disfrutaban. En medio del caos nada mejor que la sorpresa para terminar
con el mal humor de la monotonía diaria de un barrio muy raro.
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