viernes, 25 de octubre de 2013

Caramelo ácido

El otro día, viajando en el tren, me puse a leer el nuevo nro de la Orsai y me emocionó uno de los artículos donde el autor de la revista comentaba una foto donde aparecía él junto a su padre fallecido, ambos jóvenes (él un niño), ambos felices, sonriendo.

No es fácil emocionarse en el tren Roca, el entorno, el ruido, la suciedad, el olor, el mal estado de los vagones, todo lleva a que uno se concentre en sobrevivir y no en manifestar sentimientos, pero aún así me conmovió, me hizo pensar y querer escribir estas líneas.

Tengo pocas fotos de bebé con mi padre, creo que ninguna ambos solos, al ser 3 hermanos, con el agravante de ser el del medio, la exclusividad no fue una característica de mi niñez. De todas las fotos que recuerdo en ninguna mi padre está sonriendo. No estoy del todo seguro, puede que una o dos fotos estén escapando a mi memoria, pero ese porcentaje ínfimo (si es que existe) es despreciable en comparación a la pila de recuerdos familiares que atesora mi vieja en sus cajones.

No es que mi viejo sea antipático o un tipo serio en realidad, nadie que lo conozca en esta última etapa de su vida (la etapa de actor) creería lo que estoy escribiendo (menos después de haberlo visto disfrazado de diablito gay o de Batman con bulto artificial), pero es la realidad, mi viejo cuando éramos chicos no sonreía, rara vez jugaba con nosotros y son contadas con los dedos las muestras de afecto de su parte (un abrazo, un te quiero, un beso).

Mis amigos del barrio siempre cuentan que cada vez que nos juntábamos en casa cuando mis viejos salían, a penas escuchaban volver el Taunus L de su propiedad salían corriendo hacia la calle para no cruzarse con la cara de mi viejo. Algunos saltaban el paredón hacia la casa de los vecinos o se escabullían por los techos, pero solo los que lo conocían de verdad se quedaban a saludarlo y a limpiar el desastre. Su sola presencia imponía respeto pero sobre todo miedo.

Nunca entendí esa exageración de su parte (siempre supe que exageraba, que lo hacía a propósito) hasta que me tocó ser padre. Mi viejo con nosotros comenzó su carrera de actor, aunque no sé si él estaba consciente de eso. Si fue tosco, recio o duro como padre, sólo lo hizo para moldar nuestro carácter, para sacar lo mejor de nosotros, para educarnos. Sus métodos pueden llegar a ser extremos y controversiales, pero siempre fueron efectivos. Somos 3 hermanos, Luis y yo nos recibimos de ingenieros, Laura empezó varias carreras, se recibió en alguna, está por recibirse en otras, los tres somos personas integras, la mentira jamás fue una herramienta para nosotros, ni de defensa ni de disuasión, no sabemos mentir, no ponemos excusas, nos hacemos cargo de nuestros errores, tenemos buen humor, pero sobre todo sabemos reírnos de nosotros mismos, arrancamos riéndonos de nosotros mismos, somos amigueros, disfrutamos la compañía ajena y la gente disfruta de estar con nosotros, no tenemos fobias ni miedos, pero ante todo somos buenas personas. Tenemos nuestras fallas (muchas, no me alcanzaría el tiempo para enumerarlas todas) pero si puedo nombrar esta serie de características positivas es gracias al carácter difícil de entender de mi viejo.

Aún hoy el tipo no logra despegarse de ese rol, aunque los 3 tengamos más de 30 años, familias propias y vidas que corren en paralelo a las suyas. Se preocupa si me hermana sale, si llega tarde, si no tiene un peso, se hace la cabeza si mi hermano sufre o puede salir lastimado por algo en lo que él no puede ayudarlo, está pendiente constantemente de lo que puede llegar a ayudarme, aunque no necesite de su ayuda. Se olvida que ya no tiene tres nenes de 6, 4 y 2 años, para él siempre tendremos esa edad, y quiere protegernos. Aún cuando me escribe no logra alejarse de su papel de padre, siempre me pregunta primero como ando yo y después sus nietos o cualquier otro motivo por el cual me este contactando. No logra desprenderse del rol de padre.

Muchas veces no coincidimos, no es fácil tener un padre como él (yo creo ser muy distinto con Santi o con Uma, elegí ser distinto, aunque a veces me salte el Oscarcito de adentro), pero gran parte de lo que soy, de que la gente confíe en mi, que me quieran, que me aprecien, se lo debo a él, a sus caras, a sus gestos, a su mirada dura y penetrante, a su ser como padre.


Solo puedo decirte gracias viejo, aprovecho que aún te tengo para hacerlo en vivo y en directo (y espero tenerte mucho tiempo más para seguir aprendiendo). Aún sigo siendo el nene de 4 años que se hace el dormido para que lo bajes a upa del auto.

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