martes, 14 de mayo de 2013

Real o no tanto


¿Cuánto de real tienen las actitudes o las decisiones de un hijo de 11 meses? ¿Qué de todo lo que hace es fruto de su inteligencia y cuánto son solo nuestras ganas como padres?

Uma me sorprende constantemente con esas pequeñas acciones que me dejan pensando “lo hizo apropósito”. Y no solo estoy hablando de las acciones que utiliza para manipularnos como padres (llorar cuando quiere algo, gritar como loca cuando no está conforme, regalarte una sonrisa cuando le pegás en lo que está buscando), sino en todo lo que hace en general. Les pongo un par de ejemplos.

A Uma le costó mucho empezar a comer, le costó cambiar el pecho de su madre por la mamadera y hubo que obligarla a tragarse los sólidos hasta que empezó a tomarle el gusto a la comida propiamente dicha. Una de las artimañas que utilizo para que coma es dejarle la comida en trocitos muy chiquitos sobre la mesita de su sillita de comer, ella entonces los va agarrando con su dedo mayor y pulgar y se los va comiendo de a poco. Esto mismo hace en el jardín con las galletitas, se come algunos pedazos, y luego se pasa muchos minutos agarrando y comiéndose las miguitas, una por una. Hace algunas semanas cociné unas supremitas a la plancha, mientras comíamos le iba pasando sus pedacitos. Uno a uno los iba comiendo, a su tiempo, claro.  Todos terminamos de comer menos ella, que seguía empecinada en limpiar su bandeja, pero de a poco. En cierto momento, sin pensarlo mucho, agarré uno de sus pedacitos y me dispuse a llevármelo a la boca. En ese momento Uma dejó de hacer lo que estaba haciendo y me miró con cara de enojada, desafiante, como diciéndome con la vista “qué carajo estás haciendo, no ves que eso es mío, dejalo ahí”. Cuando me di cuenta, volví el trocito de pollo a su lugar original y le dije “está bien, disculpá, no me di cuenta, no vuelvo a tocarte la comida”. Uma dejó lo que tenía en la mano, se acomodó en la silla, tomo con sus deditos el pedacito que yo había agarrado y me lo acercó a la boca, ofreciéndomelo. Yo se lo saqué con la boca y le dije “gracias”, me hizo una sonrisa de costado, una de aprobación, no de diversión, y siguió comiendo el resto de su pechuga dejándome de prestar atención a mí.

Ayer paso algo que también me sorprendió mucho. Íbamos por el supermercado, por las góndolas de los lácteos y pasamos justo por la de los postres. En ese momento Uma me pegó un gritito y comenzó a señalarme una gelatina de color verde, de las que vienen en potecito. Lo levanté, se la acerqué y le pregunté “¿querés esto?”, me repitió varias veces que sí con la cabeza, así que lo coloqué en el changuito con el resto de las cosas, más que nada por curiosidad, a ver si realmente pensaba comérselo. Llegamos a casa, cenamos, y le busqué la gelatina, la llevé a la mesa y comencé a dársela. Se la comió todo, realmente estaba esperando para comer eso.

Sé que la mayoría de esas actitudes se ven agigantadas por mis deseos de progreso hacia mis hijos, pero que lindo que es cuando te sorprenden con algo nuevo.

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