Uma cumplió sus cuatro meses y cada día la veo más parecida
a mí. No solo pasa por una cuestión física (caras redondas, pelos oscuros, ojos
marrones, cejas y pestañas escasas, barriga pronunciada), sino por la múltiple
cantidad de actitudes que tiene y va adquiriendo con el pasar de los meses.
Mi vieja siempre cuenta la anécdota de que cuando nos
mudamos de casa en nuestra Misiones natal, ella me colocó en una caja a penas
llegamos a la nueva casa y que me entretuve solo mientras ellos coordinaban y
ordenaban todo. No sólo coincide de que Uma también tuvo que sufrir una mudanza
con su corta edad, sino de que tiene esa misma actitud, puede estar jugando
sola sin preocuparse por nada ni reclamar atención alguna. Es cierto que tiene
sus momentos, pero con que uno pase por su lado y le diga alguna cosa con tono gracioso,
ella se mata de risa y continúa con sus juegos.
Me preocupa el otro tipo de actitudes, esas que no nos
gustan de uno mismo. Como cuando se le escapa un juguete, se pone nerviosa y
empieza a revolear las manitos y los ojos desesperada porque aquello que tanto
le gustaba ya no está a su alcance. O cuando quiere dormir, no puede y se pone
muy molesta, con todo y con todos.
A veces los chicos se nos parecen, dice un cantautor
español, pero no aclara que eso muchas veces no suele estar muy bueno.
No hay comentarios:
Publicar un comentario