Santi no deja de sorprenderme con lo rápido que es para
solucionar problemas. Pequeños problemas, esos cotidianos, pero a los que en el
momento yo no les encuentro solución.
El sábado 9 de Junio fue la noche de los museos en La Plata.
Creo que esta movida la vienen haciendo hace algunos años, pero como no somos
amantes de lo cultural con La Flaca, nunca nos interesó ir ni participar. Este sábado
fue distinto, Santi llegó el viernes con una invitación de su Jardín, quienes
participaban de la movida (ya que tienen un museo propio en el mismo), y era la
oportunidad ideal para que los padres conocieran las instalaciones (al ser un
jardín que pertenece a la Universidad, sale un poco de los parámetros
tradicionales, el sábado conocimos algunos de ellos).
Llegamos al jardín el sábado y comenzamos a recorrerlo. Cada
área del mismo exponía en forma de stand sus fotos antiguas y trabajos de
antaño. Había un sector artesanías, otro
de costura, uno de la granja, otro de la carpintería, uno del laboratorio, otro
de cine, una biblioteca gigante, y una repisa llena de objetos antiguos y raros
(incluyendo esqueletos y animales disecados), todos dentro del jardincito que
visita a diario mi hijo. A medida que lo recorríamos, Santi fue encontrándose
con amigos, a los cuales abrazaba e invitaba a correr por los pasillos.
Cuando terminamos nuestra visita decimos seguir recorriendo
museos, lo primero que me sorprendió fue la cantidad que había de los mismos en
la ciudad. La Plata es una ciudad muy valorada por su aporte cultural, pero el
mismo suele estar escondido para quien no le interesa buscarlo. De ahí nos fuimos
cerca de la casa que hace depilaciones completas por 39 pesos (un ofertón) y conocimos
por primera vez el museo de música de la ciudad, donde se exponían instrumentos
de todo el mundo, casi todas antiguos y muy raros de encontrar, lo que más me
gustó de ahí fueron las cajas de música (antiguas, con formas raras y
funcionando a pesar de sus pilas de años). De ahí nos fuimos cerca del remate Jorge,
donde para mi sorpresa existe el museo del automóvil (estaba cerrado, así que
no lo pudimos conocer). Luego nos fuimos a una cuadra del Hospital médico
platense, donde está la casa Benuat (no es un museo en sí, pero no deja de ser
un atractivo cultural), había una cola de 100 metros para entrar y como la
misma avanzaba muy lento decimos seguir con nuestro recorrido. Pasamos por el
observatorio de la ciudad, el que está a pocos metros de la cancha de gimnasia.
Ahí la cola se extendía a 300 m para entrar, y como no nos dieron prioridad por
embarazada, no nos quedó otra más que irnos. El último lugar al que decimos ir,
y al que la Flaca intentaba evitar, era el museo de Ciencias Naturales. En
condiciones normales, con luz, de día, gente y ruido, la flaca intenta evitar
ese museo, los cientos de animales disecados, los huesos de dinosaurios,
ballenas, insectos, momias, y no sé cuantas cosas más, no la motivaban mucho
para recorrerlo de noche, pero, como era él lugar por recorrer, nos dirigimos
hacia allí. Al llegar nos encontramos con una gran movida, la entrada al museo
estaba toda iluminada con luces de colores, música fuerte y malabaristas en sus
escalinatas, hacían del lugar algo distinto a su típica solemnidad.
La flaca me mira y me dice “Uh, no trajimos linternas”. Resulta
que para esta noche en especial, el museo mantiene gran parte de sus salas a
oscuras, y los visitantes la recorren con linternas en manos, algo único y
distinto si lo hay. Lamenté mucho el olvido por Santi, cuantas veces tiene un
niño oportunidad de correr entre huesos de dinosaurio con una linterna en mano.
Los mandé a preguntar si se podía ingresar igual, me fui a estacionar el auto, y
bajé esperando encontrar algún vendedor ambulante que aprovechando la
oportunidad vendiera linternas. Para mi desgracia, nadie se avivó de eso. A penas
ingresamos sentí que iba a ser una noche difícil, los salones estaban llenos de
gente con linternas de todo tipo, iluminando para todos lados, linternas
chiquitas, grandes, nuevas, viejas, de vincha, luces de emergencias, de
cualquier tipo, y nosotros con nada en la mano para darle a Santi, me sentí muy
mal. Ingresamos al primer salón y Santi le dice a la madre “Ma, me prestás tu
celular”, “Para qué lo queres hijo?”, “para alumbrar”, la flaca se lo dio,
Santi lo abrió, y empezó a recorrer los pasillos iluminando los huesos con el celular
de su madre en la mano, sonrisa mediante, y sin haber protestado ni una sola
vez por no haber tenido una linterna como el resto de los chicos.
A veces nos falta imaginación para salir de los problemas, suerte
que a Santi le sobra antes de comenzar con uno.
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