lunes, 11 de junio de 2012

Una linterna por favor


Santi no deja de sorprenderme con lo rápido que es para solucionar problemas. Pequeños problemas, esos cotidianos, pero a los que en el momento yo no les encuentro solución.

El sábado 9 de Junio fue la noche de los museos en La Plata. Creo que esta movida la vienen haciendo hace algunos años, pero como no somos amantes de lo cultural con La Flaca, nunca nos interesó ir ni participar. Este sábado fue distinto, Santi llegó el viernes con una invitación de su Jardín, quienes participaban de la movida (ya que tienen un museo propio en el mismo), y era la oportunidad ideal para que los padres conocieran las instalaciones (al ser un jardín que pertenece a la Universidad, sale un poco de los parámetros tradicionales, el sábado conocimos algunos de ellos).

Llegamos al jardín el sábado y comenzamos a recorrerlo. Cada área del mismo exponía en forma de stand sus fotos antiguas y trabajos de antaño. Había un sector artesanías,  otro de costura, uno de la granja, otro de la carpintería, uno del laboratorio, otro de cine, una biblioteca gigante, y una repisa llena de objetos antiguos y raros (incluyendo esqueletos y animales disecados), todos dentro del jardincito que visita a diario mi hijo. A medida que lo recorríamos, Santi fue encontrándose con amigos, a los cuales abrazaba e invitaba a correr por los pasillos.

Cuando terminamos nuestra visita decimos seguir recorriendo museos, lo primero que me sorprendió fue la cantidad que había de los mismos en la ciudad. La Plata es una ciudad muy valorada por su aporte cultural, pero el mismo suele estar escondido para quien no le interesa buscarlo. De ahí nos fuimos cerca de la casa que hace depilaciones completas por 39 pesos (un ofertón) y conocimos por primera vez el museo de música de la ciudad, donde se exponían instrumentos de todo el mundo, casi todas antiguos y muy raros de encontrar, lo que más me gustó de ahí fueron las cajas de música (antiguas, con formas raras y funcionando a pesar de sus pilas de años). De ahí nos fuimos cerca del remate Jorge, donde para mi sorpresa existe el museo del automóvil (estaba cerrado, así que no lo pudimos conocer). Luego nos fuimos a una cuadra del Hospital médico platense, donde está la casa Benuat (no es un museo en sí, pero no deja de ser un atractivo cultural), había una cola de 100 metros para entrar y como la misma avanzaba muy lento decimos seguir con nuestro recorrido. Pasamos por el observatorio de la ciudad, el que está a pocos metros de la cancha de gimnasia. Ahí la cola se extendía a 300 m para entrar, y como no nos dieron prioridad por embarazada, no nos quedó otra más que irnos. El último lugar al que decimos ir, y al que la Flaca intentaba evitar, era el museo de Ciencias Naturales. En condiciones normales, con luz, de día, gente y ruido, la flaca intenta evitar ese museo, los cientos de animales disecados, los huesos de dinosaurios, ballenas, insectos, momias, y no sé cuantas cosas más, no la motivaban mucho para recorrerlo de noche, pero, como era él lugar por recorrer, nos dirigimos hacia allí. Al llegar nos encontramos con una gran movida, la entrada al museo estaba toda iluminada con luces de colores, música fuerte y malabaristas en sus escalinatas, hacían del lugar algo distinto a su típica solemnidad.

La flaca me mira y me dice “Uh, no trajimos linternas”. Resulta que para esta noche en especial, el museo mantiene gran parte de sus salas a oscuras, y los visitantes la recorren con linternas en manos, algo único y distinto si lo hay. Lamenté mucho el olvido por Santi, cuantas veces tiene un niño oportunidad de correr entre huesos de dinosaurio con una linterna en mano. Los mandé a preguntar si se podía ingresar igual, me fui a estacionar el auto, y bajé esperando encontrar algún vendedor ambulante que aprovechando la oportunidad vendiera linternas. Para mi desgracia, nadie se avivó de eso. A penas ingresamos sentí que iba a ser una noche difícil, los salones estaban llenos de gente con linternas de todo tipo, iluminando para todos lados, linternas chiquitas, grandes, nuevas, viejas, de vincha, luces de emergencias, de cualquier tipo, y nosotros con nada en la mano para darle a Santi, me sentí muy mal. Ingresamos al primer salón y Santi le dice a la madre “Ma, me prestás tu celular”, “Para qué lo queres hijo?”, “para alumbrar”, la flaca se lo dio, Santi lo abrió, y empezó a recorrer los pasillos iluminando los huesos con el celular de su madre en la mano, sonrisa mediante, y sin haber protestado ni una sola vez por no haber tenido una linterna como el resto de los chicos.

A veces nos falta imaginación para salir de los problemas, suerte que a Santi le sobra antes de comenzar con uno. 

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