Ayer volví caminando a casa. Tomé la diagonal 74 en
dirección a plaza Moreno y escuché a Pipo Pescador con su clásico “vamos de
paseo…”, sonando desde algún equipo de un local de la vereda contraria. En el
local leí el cartel de “Liverpool”, no puede ser, me dije, detuve mi marcha y
seguí mirando.
Liverpool es el bar donde nos conocimos con la flaca, hace
ya 15 años atrás. Era un muy buen lugar de encuentro con los amigos, mesas de
pool por todos lados, dos barras de tragos, poca luz, bancos altos para
sentarse, mesas bajas y sillones mullidos. No entraba en la categoría de antro,
pero tampoco es un lugar a donde llevaría a mi hijo a tomar un licuado. Allí
compartí mi primer cerveza con la flaca, le pregunté cómo se llamaba, le ofrecí
jugar al pool, divertirse. Todo lo que recordaba de ese lugar había
desaparecido, salvo su nombre en vidriera.
Observé en detalle la escena porque no terminaba de creérmela,
no sólo se escuchaba a Pipo Pescador, sino que dentro del local había un
inflable con chicos saltando en él, guirnaldas de colores colgando de los
techos y dibujos de Mini y Mickey adornando las paredes. Me reí solo en mi
vereda y seguí caminando, pensando como los lugares cambian junto con nosotros,
junto con nuestras vidas.
Es increíble como la vida va cambiando sin que nos demos
cuenta, ese local es el claro ejemplo de lo que nos pasa a diario. Hace algunos
años atrás (los cuales no nos parecen tantos) nuestra vida estaba musicalizada
por algún rocanrol de Papo, estaba iluminada por luces tenues y de colores, saborizada
con panchos de plaza y cervezas frías, hoy, sin saber cómo ni cuándo, nuestra
vida se convirtieron en esas casitas de fiestas infantiles, llenas de música
infantil, decorados de colores y luces blancas y fuertes, todo preparado para
que nuestros hijos disfruten, la pasen bien, se diviertan y no se lastimen en
el intento. Cuándo se produzco la mutación no lo sabemos, simplemente pasó, y
no fuimos consientes de ese cambio.
En unos pocos días vuelve a nuestra vida otra época qué estábamos
olvidando, otra etapa que habíamos dejado sin darnos cuenta en el camino. Una llena
de pañales, mamaderas, chupetes y cansancio. Una etapa demandante, pero
fantástica. Pero no es un viaje al pasado, no se confundan, es sumar al tren de
nuestra vida ese pequeño vagoncito que creíamos olvidado. Es una carga más para
nuestros motores viejos y oxidados, un vagón lleno de pequeñas
responsabilidades y grandes alegrías y satisfacciones.
Qué lindo viaje que me espera en breve, lo estoy esperando
con ansias, con nervios, con muchas expectativas y ganas. Todo viaje es
cansador, pero el secreto consiste en disfrutar del camino a medida que lo
estamos andando.
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