Para los momentos malos del día a día es mejor estar
acompañado. No estoy hablando de que esté a tu lado tu familia, tus amigos, tus
conocidos cuando te sentís mal o te está pasando algo realmente malo, no, lo
que planteo es que uno tiene la necesidad de que las desgracias diarias no le
pasen solo a uno, sino que haya otras personas en tu misma situación de
desesperación cotidiana. Lo planteo con un ejemplo.
Hoy fui a pagar el teléfono a un pagofacil. Llego, me pongo
en la cola, cinco personas adelante mío. De a poco van pasando todos hasta que
me toca a mí. Paso, pago y antes de irme me doy cuenta que no había nadie
esperando detrás de mí, conmigo se había terminado la cola. Me hubiese sentido
mucho mejor si al salir había 10 personas esperando, no porque me ponga feliz
la desgracia ajena, sino porque no me hubiese sentido tan pelotudo.
Es muy común que sienta esto en las colas de los
supermercados. El pararme con mi changuito en una fila, la cual pensé que era
la más corta o rápida dado el momento, y ver como el resto de las filas avanzan
y yo siempre estancado. No me molesta que el resto de las personas compre
rápido, que lleguen a sus casas con sus provisiones en tiempo y forma, pero me
siento mucho mejor cuando son todos los que putean porque tardan siglos en
atenderlos y no soy yo el único nabo.
¿Se entiende la idea? Uno lleva muy adentro un pensamiento sumamente
egoísta, tiene una visión reducida y muy sesgado de la vida, solo nos es
visible nuestro mundo y nuestro entorno inmediato. Cuando es a uno a quien le
salen las cosas bien no solemos darnos cuenta, raras veces lo apreciamos. Pero
cuando le salen bien al resto y uno es el único ganso varado, mamita, como nos
jode.
Es como llegar al semáforo justo cuando cambia a roja. Si
atrás nuestro viene una caravana inmensa de automovilistas apurados, no nos
molesta estar esperando, pero cuando quedamos solitos junto a la senda peatonal
y vemos como a lo lejos se van los demás autos que llegaron 2 segundos antes
que el nuestro, como puteamos.
El otro día, por fuerzas ajenas a mí, volví a tomarme el
Plaza en Av. Corrientes. En ese lugar siempre se junta mucha gente, las colas suelen
doblar la esquina y extenderse casi por una cuadra más. Los colectivos la
mayoría de las veces llegan vacíos a esa parada. Siempre hay un guarda contando
a los que suben, por una nueva normativa no puede viajar gente parada. El
guarda de turno empezó a contar, contar, contar, hasta que llegó a la piba de
enfrente mío. “Hasta acá hay lugar”, gritó, y con la cara del gato con botas me
le quede mirando. La piba de enfrente festejaba con el de enfrente suyo “que
suerte tenemos”, “menos mal”, “no tenemos que seguir esperando”. Yo miré al de
atrás mío y le dije “aunque sea vamos a poder elegir asientos”, y el tipo se
rió sin mucha ganas. Hubiese preferido viajar parado, acostado, sentado en el guardabarro
de ser necesario, cualquier cosa total de no seguir esperando, sabía que eran
10 minutos más, quizás menos, pero en ese momento no importaba, no quería ser
el primer boludo del tarro.
No es que uno quiera que al resto del universo le vaya mal,
pero si se vive una de esas pequeñas desgracias diarias, es mucho más llevadero
si se está acompañado.
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