miércoles, 29 de febrero de 2012

Día de pesca

El feriado por el bicentenario de la creación de la bandera fue la excusa justa para que llevemos a Santi a pescar por primera vez. En realidad esta tarea recayó en la figura de mi hermano Luis, amante de ese deporte, dispuesto a incorporar dicha pasión en lo más profundo del corazón de su sobrino (como intenta convencerlo de que se haga hincha de River, pero aún no consiguió buenos resultados al respecto).

Para el cumpleaños número 4 de Santi, su tío le había regalado una cañita eléctrica (telescópica en realidad, pero a Santi le gusta llamarla eléctrica), dos juegos de líneas y la promesa de llevarlo a pescar cuando las condiciones sean las propicias. Desde ese momento que Santi no deja de repetirle su promesa de día de pesca, hasta el lunes pasado. La pesca es una de las tantas cosas para las cuales no sirvo en lo absoluto (junto a electrónica, la plomería, la albañilería, la mecánica, los deportes extremos y no extremos, y todo lo que implique cierto esfuerzo), y Santi ese detalle lo tiene muy en claro, jamás me pidió a mí que lo lleve a pescar, sabe que no conseguirá nada, por lo que la responsabilidad caía casi exclusivamente en su tío.

Luego del almuerzo comenzamos a preparar todo, mate, galletitas, lonita, banquitos, equipo de pesca (de Santi), silloncito de Ben 10, carpa, camperas, agua, y algunas cosas más. Para el caso no importaba que nos fuésemos por una hora de pesca, la flaca tiene la manía de prepararse como si saliésemos de mochileros por 3 meses, por las dudas.

Pasamos a buscarlo a Luis por su casa, emprendimos el camino hacia unas canteras de Berisso (donde se pescaba muy bien según él), frenamos a comprar lombrices y llegamos a destino. Nos encontramos con que cada rincón de tierra que daba a la cantera estaba ocupado por algún auto, así que tuvimos que improvisar una alternativa válida. A 50 metros de ese lugar vive un amigo de Luis, así que nos dirigimos a su casa a consultarle por lugares que él nos recomendase para pescar. Llegamos, Luis bajó a hablar con su amigo, volvió al auto y nos dijo que desempaquemos todo, que nos quedábamos ahí.

Siempre envidié la facilidad que tiene mi hermano para hacerse amigos. Cada vez que salgo con él es inevitable que alguien se acerque a saludarlo, a darle un abrazo, a preguntarle como está. Llegamos a una estación de servicio y los playeros lo reciben con abrazos, vamos a un bar y las mozas nos traen cerveza sin preguntarnos qué queremos, voy al cumpleaños de alguno de nuestros amigos en común y es inevitable que gente que no conozco se acerque a saludarme y a preguntarme por él (somos bastante parecidos físicamente, no se puede ocultar que somos hermanos). Casi todos los amigos de la infancia que tengo, primero fueron amigos de Luis.

Santi heredó esa facilidad que tiene su tío para hacer amigos. Lo invitan a cumpleaños, a jugar a la plaza, a la casa de ellos, creo que ya fue a más casas de amigos que a las que fui yo en toda mi vida. Llego a algún cumpleaños con Santi de la mano y al instante está rodeado de chicos que me lo arrebatan para llevárselo a jugar con ellos. A Santi lo reciben en todos lados con un abrazo y una sonrisa. Pase a ser “El padre de Santi” para todos los padres de sus amigos, perdiendo mi nombre personal y mi identidad (estoy seguro de que ninguno sabe cómo me llamo). Cuando llego a algún lado y digo que soy el padre de Santi, la cara de las personas se convierten, pasan de músculos tensos y serios, a sonrisas y gestos amables, así porque sí, simplemente porque soy el padre de él, y no cualquier otra persona.

Pero no sólo de llenarse de amigos se trata la cosa, sino del imán que tienen ambos para atraer a la buena gente a su entorno más intimo. El amigo de Luis nos abrió la puerta de su casa, nos dejó pasar a su fondo, a su terreno para que pesquemos desde ahí, él mientras seguía trabajando, inmersos en sus quehaceres de día feriado. Al rato se apareció con unos sillones, para que estemos más cómodos, nos trajo unas cervezas bien frías para mi hermano y para mí, a la flaca y a Santi les trajo gaseosa, al rato se apareció con galletitas para todos, por si teníamos hambre. Persona rara para los tiempos actuales podrán pensar Uds., y tendrían toda la razón. Pero no sólo el amigo de Luis era raro, sino toda su familia. Al rato de estar pescando en su terreno, usurpando su espacio, usando sus cosas, apareció la mujer del amigo de Luis, con su nena de poco más de un año en brazos. La señora nos ofreció el bote para que lo usemos, le abrió la puerta de su casa a la flaca, para que pudiera usar el baño y mostrarle algunos detalles de la construcción de la misma (la flaca estaba muy interesada ya que era una casa muy linda y moderna). Santi se puso a jugar con los juguetes de la nena, la nena andaba a upa de la flaca cantando el sapo Pepe, una y otra vez, matándose de risa como si la conociera de toda su vida. Paso el tiempo y volvió a aparecer el amigo de mi hermano, nos dijo que ellos tenían que salir, que habían arreglado algo con alguien, y nos dejó la llave de su casa, para que la usemos a nuestro gusto y necesidad.

A ver, se los pongo en claro, hacia unos pocos minutos que habíamos conocido a este tipo, a su familia. Nunca nos vieron, ni sabían quiénes éramos a parte de parientes de Luis. Nos abrieron la puerta de su casa, de su patio, de su intimidad, nos dieron de comer, de beber, entretenimiento para Santi, comodidad, las llaves de todo lo suyo, de su vida, y todo sin pedir nada a cambio y sin tener garantía alguna de lo que podía llegar a pasar. Qué gente rara esta, rara y hermosa.

Sin lugar a dudas heredamos rasgos, características, cualidades de nuestros parientes, y que Luis le haya heredado a Santi esa capacidad por la amistad, ese imán para rodearse de gente, de buena gente, es lo mejor que podía haber hecho por él.

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