viernes, 27 de enero de 2012

La celda (cuento corto)

Me empujaron dentro de una celda, me escupieron en la cara, me patearon el cuerpo y me abandonaron en ese diminuto espacio frío y maloliente.

No recordaba porqué me habían encerrado, qué había hecho para merecer semejante humillación. Me desperté con la esposas sujetándome las muñecas y la mente en blanco, no llegaba a recordar siquiera mi nombre. Alguien, al que nunca pude verle el rostro, me llamó Rodriguez, me prometió que me pudriría, que sufriría, pero no me aclaró porqué.

Todo estaba oscuro fuera de esas rejas, en el techo un foquito de 40 watts pestañeaba su amarillenta luz. El inodoro sucio a pocos metros de la cabecera de la cama me mostraba que yo sólo era uno más de una larga lista de personas que habían vivido allí, y que el agua del desagote no funcionaba desde hace mucho tiempo. La cama no tenía sábanas ni frazadas, el colchón olía peor que el inodoro.

De las paredes colgaban cáscaras de pintura vieja, varios grafitis hechos con sangre humana, estaban repletas de pelos, uñas y algunas masas gelatinosas y negras que alguna vez habían sido órganos vivientes y complejos.

Me senté en el borde de la cama e intenté hacer memoria, intenté recordar porqué estaba ahí, quién era yo, qué había hecho para merecer eso. De un rincón oscuro de la celda surgió una figura humana, femenina, sensual, levemente conocida. Tenía la piel pálida, los ojos opacos y una sonrisa sarcástica en el boca. Me miraba como si me conociera.

      -          Te esperaba.- me dijo mientras se frotaba las manos
      -          ¿Nos conocemos?
      -          De toda una vida
      -          ¿Quién sos? ¿Quién soy yo?
      -          Yo soy tu esposa, bah, lo era. Vos sos un sínico, mentiroso, crápula, estafador, egoísta, mujeriego, alcohólico, maniático, grosero, sos al que alguna vez le entregué mi juventud y me pagó con maltrato y olvido, sos mi marido.

En ese momento recordé a mi mujer, a Lucía, a quien tenía enfrente. Nos habíamos casado jóvenes, poco después de terminar el secundario. Casi toda una vida juntos, compartiendo buenos y malos momentos, formando una familia, aguantando tempestades. Ella había dejado todo lo que alguna vez había querido para acompañarme en mi camino, en mi profesión, en mi carrera hacia la presidencia de la empresa. Esa empresa, mi empresa, donde había comenzado a trabajar hace muchísimos años, donde había arrancado como cadete, y gracias a mis habilidades, mi labia, mi encanto, había conseguido ascender. Tuve que sacrificar el tiempo con Lucía y con mis hijos, pero la empresa lo valía, me lo demandaba, la empresa era mi amante caprichosa. La empresa y mi secretaria, mis secretarias, las que había tenido a lo largo de tantos años, todas tarde o temprano se terminaban acostando conmigo, por mis promesas, por mis amenazas, por el miedo que les producía. Yo era un tipo importante, poderoso, ambicioso, inteligente, sagaz, era un triunfador. Pero aún no recordaba porqué estaba en esa celda.

      -          Lucia, estás tan diferente. ¿Qué te pasó? ¿qué me paso que estoy acá?
      -          ¿No lo recuerdas verdad? No recuerdas nuestro aniversario, el que fue hace tan solo unos días. Tu llamado a última hora diciéndome que no ibas a venir, que tenías mucho trabajo. No recuerdas que me dijiste que me lo compensarías más adelante, que para esas boludeces mías ya habría tiempo. No recuerdas que te llamé al celular y lo tenías apagado, que llamé a tu oficina y me dijeron que te habías ido temprano con tu secretaria, en tu auto.

Ese viernes Noelía, una pelirroja de ojos verdes que había contratado hace algunos meses, me amenazó con contarle todo lo nuestro a Lucía, me amenazó con denunciarme por acoso sexual en la policía, me amenazó de muchas cosas, al menos que le diera mi amor, a menos que dejara todo para estar con ella, al menos que sea sólo suyo. Le prometí que todo cambiaría, que sería todo diferente. La llevé a un telo después del trabajo, le hice el amor dos veces, la hice gozar, pero disfruté mucho más yo. Le golpeé la cabeza contra el borde de la cama, le abrí el cráneo, la maté. Cargué su cuerpo en el baúl del auto, me bañé y me fui temprano para casa, como si no hubiese pasado nada.

      -          Maté a Noelia, por eso estoy acá. Me descubrieron, encontraron el cuerpo, ¿pero cómo? ¿Cuándo?
      -          El domingo, cuando empezó largar mal olor, el perro del vecino comenzó a ladrar y no paró hasta que alguien llamó a la policía, los cuales llegaron y revisaron todo en nuestra casa y encontraron el cuerpo de tu amante, muerta en tu baúl
      -          Mi amante, no la llames así, era solo un juego ella para mí, solo quería divertirme, descargar tenciones, nunca la tomé en serio Lucía, vos sabes que nunca ame a nadie más que a vos
      -          No, a mi no, vos solo te amas a vos mismo y a tu trabajo. Siempre me abandonaste por tu trabajo, hace años que no existo para vos, que soy solo uno de los tantos muebles de la casa, una de tus posesiones, hace mucho tiempo que no te importa como estoy, lo que siento, lo que pienso

Esa noche volví temprano del hotel, le había dicho a Lucía que volvería después de la media noche, pero llegué para la cena. Entré y las luces estaban encendidas, la tele prendida, pero no había nadie en el comedor. La busqué por la cocina, en el baño, pero no la encontré. Escuché unos ruidos en la habitación y la encontré tirada en la cama, haciendo el amor con Carlos, mi mejor amigo. Su rostro mostraba que lo estaba disfrutando mucho, gemía y sonreía mientras Carlos acariciaba y besaba su cuerpo desnudo.

      -          Me engañabas, me engañabas con mi mejor amigo, perra
      -          No te atrevas a insultarme, hace mucho tiempo que no me hacías el amor, que solo querías cuerpos jóvenes e inmaduros que contratabas a tu antojo. No me vengas a recriminar nada, vos me perdiste, me olvidaste. Carlos me consolaba, él lleno un espacio en mi corazón y en mi cama que vos dejaste vacío hace mucho tiempo atrás.

El cuerpo comenzó a temblarme, la sangre se me agolpó en la cabeza, un calor invadió todo mi cuerpo, sudé. Mi mujer me engañaba con mi mejor amigo, y no lo podía soportar, como no lo soporté esa noche. Por eso tomé el arma que guardaba en mi escritorio, por eso volví a la habitación y le disparé a la cabeza a ambos, por eso los maté.

      -          Pero yo te maté, vos estás muerta, no podés estar acá, estas muerta

Lucía volvió a sonreir, y yo retrocedí, tropecé con la cama, me subí a la misma y me acurruqué contra la pared. No entendía que estaba pasando, hacía unos minutos no recordaba nada de mi vida y de repente había descubierto que estaba preso por asesinar a mi mujer, a mi mejor amigo y a mi amante. Y para colmo de males, el fantasma de mi esposa estaba en mi celda, a pocos metros de mi, mirándome, sonriéndome, reprochándome. Corrí hacia las rejas y comencé a gritar, nadie vino a rescatarme, nadie me oía. Corrí hacia atrás del inodoro, me acurruque en el piso y comencé a llorar. Lucia me miraba y se reía.  Me dio la espalda y se sentó sobre la cama. Del otro extremo de la habitación apareció Carlos. Me miraba pero no me hablaba, sentía su lástima, me odiaba por lo que yo le había hecho, pero a pesar de ello sentía mucha lástima por mí. Lucía lo llamó con las manos, le desabrochó el cinturón, le bajó los pantalones y comenzó a chuparle el miembro. Carlos no apartaba su mirada de la mía mientras disfrutaba lo que mi mujer le hacía. Lucía se acostó en la cama, se abrió de piernas y Carlos la penetro. Con cada estocada de su miembro ella gemía, lo disfrutaba, y me miraba, se burlaban de mi. Me paré del piso y me tiré encima de ellos, caí de lleno sobre la cama y me golpeé la cabeza contra la pared. Escuché sus risas en el otro extremo de la habitación, ambos me miraban, me señalaban y se reían. Lucia apoyó las palmas de sus manos contra la pared, Carlos la penetró por atrás, ella gritaba de dolor y de placer.

Me desesperé, me llené de rabia, de bronca, de impotencia, de asco, me sentí igual que como me había sentido esa noche. Esa noche no supe que hacer, había matado a mi mujer y a mi mejor amigo, cómo iba a esconder los cuerpos, como iba a escapar de esa situación, no había forma de escaparme, de seguro algún vecino había escuchado los disparos y había llamado a la policía. De seguro me encontrarían, me encarcelarían, me abandonarían en una celda mugrosa por el resto de mi vida, conmigo y con mis demonios. Me puse el revolver dentro de la boca, miré por última vez el cuerpo de mi mujer muerta en la cama y gatillé el arma. 

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