Algo me detenía, no me dejaba ir de ese lugar. Era como un campo de fuerza, uno de esos invisibles que aparecen en las películas. Intentaba huir, rehacer mi vida, comenzar de nuevo, pero era en vano, no me podía escapar.
Miraba el horizonte con anhelo, lo deseaba, todo fuera de estas cuatro paredes parecía ser más brillante, más reluciente, perfecto. Tenía un universo de posibilidades al alcance de mis manos, a escasos metros, pero no lograba liberarme.
Quizás era mi pasado que me condenaba al aislamiento, el abandono de mis padres, la escasez de oportunidades, quizás existían miles de motivos conjugados que me condenaban a vivir aquí, sola, por siempre. Pero a pesar de eso nunca dejé de desear la otra vida, la del otro lado, aunque me reventase la cabeza a fuerza de golpes y porrazos, estaba convencida de que mi lugar era allí, afuera de este cuarto.
Qué difícil es la vida de una mosca, nunca se sabe donde empieza el mundo o se termina el vidrio.
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