lunes, 19 de septiembre de 2011

Características del Infierno

El infierno debe de parecerse mucho a Capital Federal un viernes, a las 6 de la tarde.

El ruido constante y aturdidor es el principal de los suplicios para los condenados. Bocinas, aceleradas, frenadas, choques e insultos, se repiten una y otra vez por toda la eternidad, nublando el resto de los sentidos, confundiendo, molestando, igual que cualquier hora pico en el microcentro porteño.

Huele igual que Constitución, a orines, a transpiración ajena, a perro mojado, a humedad. Ese olor que se impregna en la ropa, que te invade, que no se te va. Huele como los baños públicos de la Estación de trenes, a miles, millones de eses y desechos que se fermentan con el tiempo más y más.

Se siente como un día de verano en cualquier oficina: intermitente. Con 5 grados cuando estas en tu escritorio y 40 cuando sos obligado a abandonarlo (porque ahí todo el tiempo no podes estar). 5 grados cuando estás trabajando, 40 cuando salís a comprar el almuerzo, 5 grados cuando volvés otra vez a trabajar, 40 cuando tenés que volverte a tu casa, 5 grados cuando viajas en el colectivo de vuelta, 40 cuando bajas y caminas por varias cuadras para llegar.

En el infierno todo se ve en high definition, todo se ve con mayor detalle de lo que en realidad es. Los rostros de los demás condenados abundarían en arrugas, porosidades, granos e infecciones de la piel; la pus, el sudor, las bacterias, los microbios, estarían siempre a la vista de todos. No hay posibilidad de escaparle a las imágenes microscópicas, todo se ve demasiado claro, aunque nos esforcemos por no ver.

En el infierno sirven napolitana con fritas todos los días para comer. Los encargados de torturarnos son seres extremadamente inteligentes, y aunque esta medida a simple vista parecería placentera, su objetivo es que odiemos lo que más queremos de nuestra vida.

Si algún día llegase a odiar las napolitanas con fritas, sería porque estoy muerto y en el infierno, sino no lo podría explicar.

PD: cualquier semejanza del infierno con la vida de un oficinista promedio es pura coincidencia.

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