viernes, 27 de agosto de 2010

El amor es extremista

Estoy en contra de todo lo que sea extremista, ¿porque la vida tiene que ser blanco o negro cuando existen infinidad de tonos grises? Me molesta que me pregunten si soy de Gimnasia o de Estudiantes por vivir en la ciudad de La Plata. ¿No puede gustarme un poco de los dos? ¿No puedo simplemente alentar a aquel equipo que me mueva mis células futboleras en un determinado momento? ¿No puedo simplemente ponerme feliz por las victorias y los logros obtenidos por ambos? En todas las facetas de mi vida intento llegar a un equilibrio, a un punto de mezcla que pegue justo con mi color preferido.
Con los seres que más amo en este mundo me pasa todo lo contrario, con ellos o está todo bien o está todo mal, no puedo estar más o menos.
La flaca era una de las pocas personas que me hacía enojar (enojar de enserio) sin siquiera proponérselo, un tono de voz, una mirada, una pregunta, tiene ciertos artilugios que provocan que el increíble Hulk sea papá pitufo comparado con la persona en que me convierto. Logra sacar lo peor de mí, ese ser inmundo y descontrolado que escupe mierda por la boca y rompe cuanto objeto inanimado tenga en las manos (una compotera, dos vasos, un plato y varios rayones en la mesa y otros muebles suman parte de la lista, por suerte hay productos de plástico o metal que no logran dañarse con tanta facilidad). Ella era la única persona que lograba eso, hasta que llegó Santi.
Si algo sé es que ese chiquito es lo que más quiero, no hace falta pensarlo demasiado. Soy capaz de cualquier cosa para que él sea feliz, incluso renunciar a mi propia felicidad si fuese necesario. Lo amo (pero amor de verdad, no ese sentimiento que quieren vendernos en propagandas de café y desodorantes) a un nivel que creía imposible de alcanzar, es mi vida, sin lugar a duda. Pero tiene eso, esa radiactividad pegada en sus genes (la herencia genética es lo peor que pudimos y podremos darle a nuestros hijos en nuestra vida), ese condimento que logra convertirme de dulce de leche a leche hervida. Sabe que cosas me mueven y cada día las manipula más.
Es típico que se mande una cagada, cosas de la edad. No hace caso (algo normal según los especialistas para un nene de menos de 3 años), toca todo, sobre todo lo que no debe o es peligroso para él, se encapricha, grita, patalea, se tira al piso, protesta, llorizquea, quiere llamar la atención desesperadamente. “Son cosas de la edad” me dicen a cada rato, sólo espero que sea cierto y que esa “edad” no se extienda demasiado.
Luego de hacer alguna de estas atrocidades y lograr que me enoje con él, con su madre y cuanto ser humano se me cruce por delante, viene caminando con su mejor cara de angelito, puchero en labios, y me tira un “papi no te enojes, yo te quiero”. Ese es el momento en el que uno decide matar o dejarse asesinar (la mayoría de las veces gana él, debo admitirlo).Qué difícil es ser padre, como me cuesta enfrentarme a estas cosas, a estos momentos que me hacen dar cuenta la pésima persona que puedo llegar a ser. Los extremos no son buenos, ni en el fútbol, ni en el amor, los extremos a la larga solo provocan desilusión

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