- Disculpe caballero, me podría convidar un cigarro.
Una voz clara y pacífica se dirigía a mí, desde una mano extendida, delante de un brazo rodeado de trapos viejos, desde un cuerpo viejo y sucio que descansaba en el suelo.
- La última vez que me dijeron caballero fue para venderme un traje.- Dije, y el hombre sonrió suavemente y me sentí complacido por un momento.
Busqué en el bolsillo trasero de mi pantalón el atado de diez donde aún quedaba algún cigarrillo entero. Lo tomé con mi mano derecha y lo golpeé sobre la izquierda logrando que uno de los nacionales asomara su filtro por el agujero. El hombre se sentó un poco y lo tomó sin apartar sus ojos de los míos en ningún momento.
- No es bueno que fumes.- Me dijo, mientras lo rompía delante mío antes de tirarlo al suelo.
No supe como reaccionar en ese momento, solo me di media vuelta y comencé a caminar.
- Gracias por el cigarro Esteban, nos estamos viendo.- Me dijo el viejo antes de volverse a acostar en el suelo.
Me detuve de inmediato y giré para verlo.
- ¿Como sabes mi nombre, acaso nos conocemos?
- Te conozco de toda tu vida.- Me dijo el viejo, mientras acomodaba unos trapos improvisando un almohadón en el suelo.
- ¿Y como es eso viejo?.- Quizás debí dejar las cosas como estaban y continuar mi paso acelerado hacia el trabajo, al cual ya llegaba con más de una hora de atraso por culpa del sueño. Pero algo me detenía, quizás su voz, quizás su aspecto, quizás la pocas ganas de encarar la rutina diaria, quizás la simple curiosidad de saber cómo conocía mi nombre sin yo conocerlo.
- Cada vez que estás preocupado, contento, alegre, triste, entusiasmado, o simplemente cuando estás interesado en hablar con alguien y no sentirte solo, me llamas para que charlemos.
Sonreí al no entender a donde se dirigía el viejo. Él también sonrió dejando relucir una dentadura perfecta y brillante detrás de los labios arrugados que dibujaban la mueca en su rostro. “Los lingeras no tienen esos dientes”, pensé y decidí seguirle el juego.
- ¿Así que viejo, vos sos mi conciencia o acaso mi mujer?, mira que me comí cada cosa en la vida que puedo no haberme dado cuenta en el revoleo.
- Esteban, vos sabés quien soy, no necesitas que te diga eso.- El viejo se corrió a un costado de los trapos viejos y los golpeó con la mano derecha, invitándome a sentarme en ellos.
- Acá estoy bien, gracias.- Le dije
- No temas, conozco todos tus secretos, solo quiero que conversemos un rato, ¿no vas a pensar que te va a morder un viejo?
Me senté sobre los trapos y crucé las piernas. Era un lugar muy cómodo a pesar de su aspecto.
- ¿Porqué seguís con esta vida?.- Me dijo serio
- ¿Con qué viejo? Soy un buen tipo, no jodo a nadie, nunca he cagado a mi mujer, tengo casa, amigos, un perro. ¿qué está mal de mi vida, qué tiene para que me la juzgue un pordiosero?
El viejo bajó la mirada y resopló negando con la cabeza. Me tomo la mano derecha, y aunque intenté alejarla dejé que la toque con sus sucios dedos.
- Acá tenes tu futuro, este es el camino a tu vida, tu destino, esta es la herramienta que te alejará de tus temores, de ser solo un esclavo moderno. Hace años que te diste cuenta de esto, pero algo en vos no deja que te liberes, hay algo dentro de ti que te detiene, te corta la inspiración, te bloquea como escritor, como ejemplo. Necesito que empieces a usar esto.- Me dijo el viejo mientras golpeaba su dedo índice en mi frente.- necesito que guíes a un pueblo. Toma tu vida, tienes mucho más que dar que un simple código fuente para alguna multinacional que se llena los bolsillos con el esfuerzo ajeno. Ve Esteban, has de tu vida un sueño y compártelo con el resto.
El viejo me soltó la mano y se acostó sobre el suelo, se dio media vuelta y comenzó a roncar como si estuviese inmerso en un profundo sueño.
Me paré, me acomodé la ropa y continué con mi día monotono y austero.
Los golpes de unos zapatos corriendo en el parquet hicieron que el escritor saliera de su trance por un momento. Dos niñas de unos 7 y 5 años corrieron apuradas por el pasillo hacia él para abrazarlo. “Feliz 40 años papi” le gritaron y lo llenaron de besos. Él las abrazaba emocionado. Las niñas lo tomaron de las manos y le pidieron que las acompañara. “Dénme diez segundo que escribo algo y subo con ustedes”, les dijo. Tomo el lápiz con su mano derecha y escribió “El día que dejé de fumar” como título de su texto. Cargó a las niñas, una en cada brazo, apagó la luz del cuarto, vio con alegría a su mujer en la cocina con un cartel que decía “Felicitaciones Intendente” pintado con tempera de colores y lleno de animalitos de papel pegado por todos lados. Al día siguiente se publicaría su última columna en el diario local antes de asumir su primer cargo político, sólo el futuro podrá decir lo que será de este joven, algo hipy, algo desprolijo, pero totalmente sincero.
martes, 27 de octubre de 2009
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