jueves, 10 de septiembre de 2009

Momento de gloria

Todos tienen un momento de gloria, el mío, pueden llamarlo casualidad, pueden llamarlo destino, llámenlo como quieran, pero lo viví así.
Nunca fui muy bueno para los deportes, un jugador promedio para todo, de los últimos de ser elegido en el colegio, y por mi falta innata de habilidad siempre me acomodé de defensor en los partidos de fútbol, siempre improvisando.
Jugué en varios clubes infantiles, sin sobresaltos, como miles de chicos que buscan una oportunidad en el fútbol amateur. Pero este relato no es de mi infancia, ni siquiera proviene de la Argentina, mi tierra natal, esto nació en México, en mi etapa en la universidad, de una de esas vueltas de la vida que no te esperas, de una anécdota jamás pensada e imposible de olvidar.
Cuando terminé el secundario puede hacerme acreedor a una beca para estudiar en México, comunicaciones fue la carrera elegida, y gracias a la misma logré conocer muchos sitios del mundo y llenarme de satisfacciones. Entre el estudio y las obligaciones cotidianas no disponía de mucho tiempo para practicar deportes, pero aún así logré hacerme huecos aislados para despuntar el vicio de patear el esférico de vez en cuando. Ingrese en un equipo de la facultad el cual logro salir campeón de un torneo ínter universidades, pero no lo considero un logro propio ya que llegaba siempre tarde y si sumamos todo el tiempo que jugué en el torneo no llegamos a completar un tiempo completo.
Pero el tiempo te da sorpresas, y seis años después gracias a la invitación de un compañero de trabajo, logré ingresar a un equipo regional. Al principio pensé que era algo improvisado, cosa de barrio, picadito los findes de semana y alguna cerveza para brindar, pero cuando al otro día me pidió una foto carnet y firmar unos papeles, empecé a tener una sensación rara la cual se convirtió en realidad al domingo siguiente cuando llegamos a la cancha me encontré con un campo de juego semi profesional, uniformes, árbitro, hinchada propia y contraria, y hasta una credencial con mi nombre, fichaje y todo. En el primer contacto con mis compañeros de equipos, el DT me tomo del hombro y poniendo una voz gruesa y seria dijo “este muchacho es argentino, y acá la rompe…”. Lamentablemente lo único que logré romper ese día fue mi rodilla, culpa de mi estado físico deplorable. Pero gracias a la suerte, o el mal desempeño del resto de los jugadores del equipo, volvieron a llamarme para el domingo siguiente, y el otro, y el otro, y de a poco fui ganándome un lugar dentro del equipo.
En mi primer campeonato no nos fue muy bien, nos mataron casi todos los partidos, todos nuestros jugadores éramos muy irregulares, solo jugué los últimos 4 partidos y sólo algunos minutos de cada uno. Al siguiente campeonato todo cambio. Se armó un buen equipo y ganamos la mayoría de los partidos disputados, clasificamos a las fases finales y para nuestra sorpresa llegamos a la final, la cual ganamos consagrándonos campeones. Una alegría inmensa para el grupo superando las expectativas de todos, las cuales eran casi nulas. Al siguiente campeonato repetimos la historia, arrancamos bien y terminamos llegando a la final, pero la misma tendría un desenlace algo distinto.
El DT quería ganar a toda costa ese partido e hizo muchos cambios en el equipo titular, sacándonos a varios de los regulares e incorporando a quienes él creía de más alto nivel. El partido se disputó con normalidad llegando al segundo tiempo con un 2 a 2 en el marcador y nuestro equipo tirado atrás en su totalidad, manteniendo el empate, intentando llegar a los penales como fuese posible. El técnico en una movida desesperada saca al 7 y pone un volante de físico generoso para aguantar la pelota, con tanta mala suerte (aunque sea para él) que termina lesionándose a los 5’ minutos de ingresar. Al reemplazarlo fue mi turno de ingresar a la cancha. De volante no tenía mucha idea en realidad, siempre jugué de defensor, intentando detener los ataques rivales, pero aprovechando el cansancio de los rivales, pude ir y venir por la cancha, sin mayor gloria ya que mis pases poco precisos nunca terminaban en nada. Pasaron los minutos, y el partido ya estaba por terminar cuando del otro lado veo al 8 que avanza con la pelota, así que aprovecho y avanzo con él, sigue y yo sigo, ingreso al área y me quedo detrás de uno de los defensores contrarios, el 8 gambetea a dos rivales y patea al arco, la pelota rebota en un jugador y sale disparada hacia arriba y empieza a caer justo delante de donde yo estaba parado, así que salto. Para quienes miraron alguna vez los dibujitos de los supercampeones se deben de haber preguntado alguna vez porque las jugadas eran todas en cámara lenta (cada tiro al arco duraba un capítulo completo de 30 minutos), en ese momento comprendí el porqué. Golpeé la pelota con la frente y vi como la misma pasaba entre las manos de un arquero desesperado y terminaba abrazada a la red. En ese momento me di cuenta de que había hecho el gol de la victoria, el gol del campeonato, nunca me había pasado ni había imaginado algo así en mi vida, corrí desesperado al banco de suplentes, todos mis compañeros se tiraron encima mío festejando, gritando, la hinchada eufórica delirando de alegría, de fondo logro escuchar a un relator de fútbol (como era la final había un tipo que todo el tiempo relataba el partido por un altavoz) que decía “Beltramo, el número 5, el autor del gol” lleno de emoción.
Gracias a esos dos campeonatos logramos ascender de categoría, el equipo, Zaragoza Juvenil, aún hoy sigue en esa categoría. Pensé que luego de mi momento de gloria llegaría el cuelgue de los botines, pero el técnico del equipo volvió a llamarme al año siguiente. Culpa en parte al un equipo desarmado, en parte a la exigencia de una categoría superior o simplemente a la suerte, ese campeonato no tuvimos el mismo destino, peleamos los últimos puestos de la tabla y la permanencia en la división. Mi retiro llegaría de la mano de la un referí que decidió que una llegada tarde a una pelota equivalía a una tarjeta roja, y mi carrera junto a mi conducta ejemplar (a pesar de jugar abajo nunca sufrí una expulsión) vieron su fin esa tarde de domingo.

Aclaración: Esta anécdota no es propia. Gracias Andres por este relato, realmente increible y envidiable.

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