martes, 8 de septiembre de 2009

Engañado

18 meses, nueva fecha de vacunación en el calendario. Por culpa de la gripe A decidimos extendernos un poco en los tiempos. 19 meses de vida de Santi y un nueva vacuna por darse. “¿Vamos a pasear?” le decimos, y lo llevamos al auto engañado. “Ahora vamos a ir a ver a una señora y luego te llevamos a comer a una casa de comidas rápidas (por no decir Mc Donals, aún no cerramos el contrato por la publicidad) y a tomar un helado, queres?”, “Siiii”, nos responde regalando su mejor sonrisa en medio de este engaño.

Llegamos a la salita y para nuestra sorpresa no hay nadie esperando. El miedo a la pandemia hizo estrago en las salas de espera de los hospitales públicos y nosotros teníamos que aprovecharlo. Ingresamos rápido a la sala de vacunación, sin darle tiempo a Santi de darse cuenta de donde estábamos. “Libreta” dice una señora fea y vieja vestida de blanco, “Mami veni por acá, papí esperá afuera” dice con vos ronca otra mujer aún más vieja y más fea. Menos mal que no tuve que ser yo el que pasara, nunca me llevé muy bien con las agujas, las últimas vacunas que me dieron databan de 10 años atrás, preventivas por haberme caído del puente.

Me fui silvando bajito al pasillo y me quedé mirando los carteles con información hospitalaria. Dentro de la sala silencio, por lo visto aún no le habían dado la vacuna a Santi o ese gran pibe no lloró con las mismas.

Al ratito los veo saliendo de la habitación. Santi con una sonrisa y sin lágrimas en los ojos llevando dos caramelos, uno por mano. La flaca me mira y me pide que vaya a buscarle una bufanda de Santi que se olvido adentro. Ingreso a la sala y siento que me cierran la puerta a mi paso. No llego a abrir la boca cuando la enfermera me dice “¿Así que papi te vas a dar la cuádruple adulto?”. La miro con el ceño fruncido, la boca entre abierta, un cachete levemente elevado, la oreja en punta y un ojo cerrado a media (una expresión horrible representando sorpresa). “Si papi, tu señora nos dijo que hace mucho que no te dabas ningún refuerzo así que vamos a aprovechar que lo trajeron a Santi y te vamos a vacunar a vos también”. El mayor problema que conlleva la paternidad es que uno deja de tener decisión propia sobre sus actos, pasa a ser un ejemplo de su hijo (se quiera o no ellos copian absolutamente todo lo que uno hace), y como tal no podía ponerme a hacer berrinche por una simple vacuna, así que miré en dirección a la sala de espera con odio, insulté a la flaca por lo bajo y pasé a que me vacunen. “Destapate un brazo por favor”, escucho de la enfermera. “Ya que estamos papi (a esta altura el papi me sonaba a cargaba) te vamos a aplicar la vacuna de la rubéola, tu señora me contó que en la campaña anterior no llegaste a dártela así que aprovechemos que estamos a tiempo y hacemos todo hoy”. Mire al cielo insultándola un poco más y trate de relajar el brazo. Cuando salgo de la salita con mi brazo dolorido y los papelitos de las vacunas en una mano, escucho como al cerrarse la puerta empezaron a reírse por dentro, la flaca me miraba y se mataba de risa, y hasta pude observar como el guardia de seguridad de la puerta no pudo retener una carcajada. El único que no se burlaba era Santi que me esperaba con una hermosa sonrisa en su rostro y un caramelo para mí en su manito. Lo pelé, me lo comí, y nos fuimos de la guardia sintiéndome totalmente engañado.

1 comentario:

Ceci dijo...

jaja, me salió re bien, es la única forma de que logre hacerte vacunar.
besitos... chuik