miércoles, 16 de septiembre de 2009

El infierno

En la vida no me porté muy bien, debo admitirlo. De pibe le robaba guita a mi viejo, y hasta llegue a gastarme la plata de mi vieja en puchos y güisqui barato. Llegado a la adolescencia perdí el tiempo en el bar, pool, humo, birra y algún gato barato, el estudio para los imbéciles, yo no necesitaba perder el tiempo sentado en un banco mientras una vieja de anteojos trataba de enseñarme una realidad que no era la mía, a la que nunca iba a tener acceso.
La mala junta me llevó a cometer algunos delitos menores, pero yo también me deje llevar, nadie me obligó a nada. La guita fácil tiene un gusto especial y es más adictiva que la cocaína. En una noche juntaba lo que mi viejo ganaba rompiéndose el culo en un mes, pobre viejo, siempre sufriendo, siempre arrancando a las 6 para volver a la noche y quedarse dormido sentado frente al televisor viendo una mala novela. Yo quise ayudarlo pero lo único que conseguí fue que me echara de casa y que no volviera a hablarme, pobre viejo, jamás entendió nada de la vida.
Luego, ya en la calle y con nadie a quién rendirle cuentas entré en una etapa de descontrol. Conocí un par de chicas que eran pareja y les gustaba que participara con ellas de vez en cuando, mucha joda, mucho sexo, mucho amor. Robábamos por todos lados, comprábamos siempre de la mejor, arrancábamos de carabana y terminábamos en algún pueblo de nadie, imponiendo miedo acá y allá. Nunca nos zarpamos, salvo una vez que perdido entre alucinaciones se me dio por averiguar de que color era la sangre de un chino que atendía un súper de Magdalena. Para mi sorpresa era roja, igual a la mía, la mancha en la pared y el charco del piso no mentían, y yo que le aposté a la turca que tenían sangre amarilla, perdí 2 pesos.
Tanto andar y descontrolar terminé como espera hacerlo cualquier chorro de mi edad, debajo de un camión, aplastado, perseguido por la yuta, con un balazo en un brazo. Cuando uno es joven y vivió tanto como lo hicimos nosotros no se espera nada más que morir acribillado, solo se espera la muerte.
Cuando llegue al infierno me esperaba lucifer con su cetro y su cola larga.

- Qué haces peque, bienvenido al infierno, te estábamos esperando. – Me estrechó la mano y me dio un abrazo. – Vení por acá que te presento a los muchachos.
- ¿Esto es el infierno?.- Pregunté sorprendido
- Si, pero no te preocupes, de seguro no es lo que te estabas esperando

Para mi sorpresa detrás de la puerta encontré a un montón de amigos, todos muy felices, hasta sífilis Nogueira me estaba esperando, a penas recordaba su rostro chupado y decrépito, acá se lo veía feliz, hasta parecía actor de cine el sífilis. Estaban el petizo y el gordo, nico y el manija, tico y el mono, estaban los muchachos del barrio que se habían muerto, sus padres, sus abuelos. Encontré un par de parientes míos, pero no encontré a mi viejo entre tantas caras conocidas, y eso que hace 3 años que se había muerto.

- Vení por acá peque, vas a tener toda la eternidad para ponerte al tanto con los muchachos
- ¿Pero estás seguro de que esto es el infierno?
- Lo administro desde que nació el mundo, ¿vos me vas a explicar qué es el infierno? – Sólo agache la cabeza y seguí caminando.

Entramos a un cuarto dorado, las paredes estaban cubiertas del mismo material que la muela del viejo García, todo dorado. Había montañas de dinero y cofres con collares y piedras de colores. En una pared un televisor gigante pasaba un capítulo repetido de los Simpsons, ese donde Magui dice su primera palabra y dice “Papi”. El diablo me ofreció que me sentara en un sillón negro, grandote, que había en un costado. Al hacerlo unos pequeños motores comenzaron a vibrar, masajeando cada músculo de mi cuerpo. La temperatura del ambiente era perfecta, y vi como un negro gigante se dirigía a mi vestido de esmoquin con una bandeja, con una copa con helado. Al probarlo era el sabor más delicioso del mundo, crema del cielo, creo que alguna vez lo había comido de chico en una heladería de San Bernardo. Mi viejo nos llevó a mi y a mis hermanos, gastó todos sus ahorros para que conozcamos el mar y nos fuimos a un hotel mugriento del sindicato, pero que bien la habíamos pasado.

- ¿Ahora estás más relajado peque?, sigamos, así te termino de mostrar el lugar.
- No puedo creer que esto sea el infierno
- Pasa que tenemos mal marqueting, sólo eso pibe, no te vas a arrepentir de haber venido con nosotros, te lo aseguro

El diablo me condujo por otra habitación, llena de árboles y pájaros. Una brisa fresca rozó mis cabellos, y una bruma tibia escapaba de atrás de unos arbustos. Al cruzarlos me encontré con una cascada y un pequeño lago de agua cristalina y tibia. Varias jovencitas descansaban desnudas al costado, una más linda que la otra, una más exuberante que la anterior. Al verme todas corriendo hacia donde estábamos parados.

- Despacio chicas ya van a tener tiempo de hacer con él lo que quieran, recién se está acostumbrando

Una Morocha de pelo largo y enrulado se abrió camino entre ellas. Se parecía a mi primera novia del secundario, pero perfecta, en todos los sentidos. Me acarició dulcemente el rostro y bajo su mano por mi cuello, por mi pecho, por mi abdomen, por mi cintura, y me tomo de la mano.

- Vení peque acompañame.- Me dijo con una vos tierna y dulce, con un tono aterciopelado, sonaba igual a mi novia de los 15 años, era la vos de mi novia de los 15 años
- Te dejo en buena compañía peque, es un gusto que estés con nosotros, después hablamos, ahora solo dejate llevar
- ¿Pero estás seguro que esto es el infierno? .- Volví a preguntarle sin poder convencerme de mi suerte
- Ja ja ja, si peque, este es el infierno, estás en el lugar adecuado

La morocha me llevó hasta el borde del lago, me quitó la remera muy despacio, mientras otras 3 chicas desabrochaban mi cinto y mis zapatillas. Acariciándome el cuerpo se dio media vuelta y me hizo levantar los brazos, las bajo desde mis manos hasta mi cintura, siempre dulcemente, siempre disfrutando. Tomo mi vaquero y lo empujó hacia abajo, las otras chicas me ayudaron a sacarmelo de la piernas. Luego entre las cuatro me sacaron el boxer y lo dejaron a un costado. La morocha me acostó en el piso y se sentó a mi lado. Su cuerpo desnudo era perfecto, todas las chicas eran perfectas, hasta los pájaros parecían excitados. Dos chicas comenzaron a masajearme los pies y la tercera apoyaba sus pechos en mi hombro mientras masajeaba mis brazos. La morocha acariciaba mis genitales con ambas manos, me miró y me sonrió y comenzó a bajar su rostro hacia mi pene, sólo cerré los ojos.

Un olor a excremento hizo que me despertara. La poca luz que percibían mis ojos no alcanzaba para darme cuenta de donde estaba tirado. Me dolían las pestañas de abrir los ojos y era lo que menos me dolía de todo el cuerpo. Intenté incorporarme pero tenía el brazo derecho inmovilizado. Una venda negra y sucia lo mantenía apretado contra mi cuerpo. Logro sentarme ayudándome con el brazo izquierdo y siendo que la cabeza me la estaban atornillando, mis sentidos no respondían, solo el dolor llenaba cada órgano de mi cuerpo. Veo que me faltaba una pierna, el baquero lleno de hollín y arena lo cubrían improvisando un nudo. Trato de levantar la vista pero es inútil, me gana el cansancio. Mantengo la vista gacha mientras dejo que el vómito salga de mi cuerpo, el olor a inodoro público se mezcla con el del fermentado. Escucho a lo lejos una vos gruesa y áspera.

- Parece que la princesa se está despertando, vengan muchachos vamos a darle la bienvenida.

Saco fuerza de donde puedo y me levanto sobre mi única pierna. Veo a lo lejos cuatro hombres mal vestidos y de aspecto desagradable acercandose a donde estoy parado. El gordo del medio les hace una seña y dos de ellos se paran a mi lado. Un tercero se queda atrás de él, sólo mirando, con una sonrisa en el rostro, con los ojos brillando.

- Hola lindo, parece que no te salieron bien las cosas en tu último afano según me contaron los guardias. Bienvenido al penal de Olmos, esta es mi casa, toda esta mugre que ves es mía, esta es mi celda y donde estás parado es mi vómito. Vos, vas a ser mi mujer, y si te portas bien te voy a tratar bien, sino tendrás que acostumbrarte, ¿estamos?

No puedo pronunciar palabra, la garganta me sabe a arena hirviendo y mis pulmones parecen exhalar ácido muriático.

El gordo mugriento me acaricia el rostro. Se lo aparto con mi brazo sano y le escupo la cara.

- Con que querés que sea así.- Me dice mientras se limpia con el brazo.

El gordo mugriento hace una seña y los dos presos de mi costado me toman por el cuerpo y me fuerzan a acostarme boca abajo, siento el puño de uno de ellos rompiéndome una costilla. El tercero me quita el pantalón y llego a verlo al gordo frotándose las manos y comenzando a desabrocharse el suyo. Apoya sus manos sobre mis hombros y me dice:

- Bienvenido al infierno

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