jueves, 6 de agosto de 2009

El crímen perfecto

Lo preparó por cinco años, cada detalle pensado, analizado, revisado. Su matrimonio hacía mucho tiempo que se había desgastado. La crianza de los hijos, las exigencias del trabajo, la vida monótona y aburrida de la ciudad de a poco fue corroyendo todo lo que alguna vez los había unido. Sólo ese departamento de cuatro ambientes con vista a la avenida Libertador que con tanto esfuerzo compraron los mantenía unidos. Ambos habían hecho ofertas para adquirírselo al otro y poder de esa forma llevar adelante el divorcio, pero ninguno de los dos estaba dispuesto a dejarlo, la historia, el esfuerzo, sus vidas estaban puestas en esas cuatro paredes de barro cocido pintado color beige.
Lo pensó al detalle. Una noche escucho en el noticiero que una tanda de autos importados de Francia marca Fiat Palio había arribado al país con cierta falla en el cinturón de seguridad del acompañante que aumentaba considerablemente el riesgo de vida ante un choque. El noticiero divulgó una lista de agencias de autos que podrían estar vendiéndolos para que los compradores hagan sus respectivos reclamos. Recorrió una a una todas las agencias hasta encontrar ese modelo para comprarlo. Cinco años tuvo el auto en sabiendo de su falla, cinco largos años esperando la oportunidad.
En el trabajo lo obligaban a tomarse las vacaciones acumuladas, era la excusa justa para llevar adelante su plan. Reservó una cabaña en Villa General Belgrano, ella siempre lo molestaba con conocer Córdoba y sabía que no podría resistirse a este engaño.
Consultó con el ingeniero del trabajo para asegurarse, revisaron minúsculamente el auto. “Si no tenés ningún choque a más de 120 de frente, no tiene que pasar nada con este cinturón, pero tené mucho cuidado”, él le agradeció y le prometió una caja de alfajores en su regreso como parte de pago.
“No te olvides el mate”, le dijo esa mañana. Dejaron a los chicos en lo de su suegros, ese era un viaje sólo para ellos, solo para ella.
Tomo la panamericana a eso de las siete de la mañana, una pequeña niebla en el aire, los vidrios empañados por el frío, el trancito era casi nulo, todo perfecto para seguir adelante. “Hacete unos mates que me duermo” le dijo, y comprobó que su cinturón de seguridad funcione correctamente. Ella le acercó un amargo y se puso a buscar unos biscochos en el bolso, “No vayas tan rápido que me mareo” le dijo, rió sabiendo que sería la última vez que ella lo molestaría con eso. Miró el velocímetro, 145 km/h y sumando, dejo caer el mate sobre sus pantalones, “la puta” grito y torció el volante un poco en dirección a un poste de concreto. Dos semanas estuvo en coma, cuando al fin recobró el conocimiento. Estaba enyesado de ambas piernas y sentía la presión del cuello ortopédico. A pesar de su estado no pudo evitar sonreír aún ante el dolor en todo su cuerpo. Sintió que alguien tiraba la cadena del inodoro, oyó el correr del agua por la canilla, y la vio salir de atrás de la puerta del baño, íntegra, sana, viva, sólo con algunos moretones en el cuerpo. Se secó las manos, “te despertaste” le dijo en un tono frío carente de todo sentimiento. “Menos mal que llevé el auto a revisar antes que salgamos de viaje, le pedí al mecánico que le ponga un airbag en la parte del acompañante, justo el Palio que tenemos nosotros venía con una falla de fábrica en el cinturón del acompañante, ¿sabías esto?”. Quiso responder algo, negar todo, pedirle disculpas, pero las palabras se anudaban en su pecho. La vio acercarse lentamente a la mesita de luz de al lado de la cama, la vio extraer una jeringa descartable del cajón, la vio ponerle la aguja, la vio cargarla de aire, vio llenarse su alma de desconsuelo y angustia. Sintió la aguja fría y diminuta ingresando en su cuerpo, sintió su corazón estallando ante el esfuerzo. Lo último que vio fue un brillo de placer en los ojos negros de su mujer.

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