lunes, 11 de mayo de 2009

El cautiverio

Siempre que oí sobre este momento pensé que eran solamente fábulas para mantenernos motivados, historias para que no perdamos la esperanza para que sigamos esforzándonos y no bajemos los brazos.
Nunca creí posible escapar de mi cautiverio.
Si bien los últimos meses de mi vida habían sido solitarios, no tenía apuro por cambiarlo, contrario a lo que pueden suponerse me sentía muy cómodo donde estaba, una comodidad extraña, ilusoria, muy vaga, pero auténtica.
Mis días pasaban lentos y tranquilos. Unas pocas luces dibujaban una realidad rara y difusa, pero simpática si se lograba soportar.
Comida nunca me hicieron faltar, no era la mejor del mundo pero era más que aceptable dadas las circunstancias.
Rara vez escuchaba voces en algún idioma in entendible por mi conciencia. Murmullos y algo de música que nunca pude llegar a distinguir adornaban mis días en el cautiverio.
Lo único que realmente me disgustaba era el espacio, la falta del mismo en realidad, cualquier movimiento brusco o fuera de mis cálculos indefectiblemente derivaba en un golpe, y ante el mínimo golpe la luz dejaba de alumbrar, a penas una penumbra sobrevivía, lo que dificultaba mis movimientos aún más.
El día del que les cuento no estaba preparado, nunca creí que vería lo que les voy a contar.
Sentí un extraño vacío, mi celda cambiaba de forma, el ambiente se humedecía y temblaban las paredes sin parar. Intenté mantenerme de pie en mi espacio, pero fue en vano, mis tropiezos derivaban en golpes repetidos, y más moviendo sin cesar.
De repente abrieron las puertas y una luz me encegueció. Mis ojos acostumbrados a la penumbra no soportaban el brillo, mis párpados pegados no soportaban el dolor.
Unas frías tenazas me sujetaron del cuerpo. Su presión paralizaba mis movimientos. Y de repente me tiraron al suelo, y totalmente sometido, comenzaron a arrastrarme hacia la salida. Yo intentaba escaparme, liberarme, pero todo era en vano, sin darme cuenta me vi envuelto en mi propio llanto y en mis gritos llenos de desconsuelo.
Y de repente sobrevino el frío, un frío seco y profundo, una muerte fría de mi pasado y mis recuerdos.
Cuando supe todo perdido la vi a ella, el más bello rostro que me miraba sonriendo, y su dulce vos que me dijo:
“Calma hijito, ya estás con mami, ya somos una familia, ya no tengas miedo”

1 comentario:

Luis Luchessi dijo...

Aunque lo vi venir todo el tiempo no podía parar de leer. La verdad siempre me encanta leer lo que escribís!
Pensar un nacimiento desde el punto de vista del bebe es siempre un tema interesante