viernes, 24 de abril de 2009

El escritor

Se tomó la cabeza con ambas manos, desesperado por ese momento de vacío intelectual y creativo. Hacia dos horas que estaba dando vueltas sobre la página en blanco, qué poner, cómo comenzar esta nueva historia, una palabra, sólo una palabra necesitaba para dar riendas sueltas a sus neuronas artísticas. Pero era inútil, por más esfuerzo que pusiera no llegaría a cumplir con el pedido del jefe de la revista cultural que tan amablemente le había otorgado el adelanto del sueldo reclamando un simple texto para rellenar la columna de la derecha de la última página del siguiente domingo.
Siempre tuvo el mismo problema en su vida, las palabras y el momento justo para decirlas no formaban una buena pareja a su alrededor. Cuando se le ocurría la frase justa para conquistar a una dama hacia minutos que la misma se entretenía con otro galán. Cuando lograba desentrañar el máximo misterio que atormentaba a la humanidad hacia breves minutos que alguien se alzaba con su postergada gloria. Siempre en su vida estuvo un paso detrás que del resto, pero eso nunca lo detuvo para hacer lo que más amaba, escribir.
En los contratos con las editoriales siempre incluía una extensión al plazo máximo de entrega de sus escritos, sabiendo de ante mano que no podría llegar a cumplir con la fecha estipulada, no por falta de esfuerzo, por desinterés o holgazanería, sino simplemente porque su vida era así, siempre había sido así, y siempre lo sería.
Pero esta vez era distinto, el jugoso adelanto que solicitó de forma desesperada lo obligaban a cambiar su esencia, su ser, su yo interno, domarlo y terminar a tiempo, aunque sea una vez.
Llevó la máquina de escribir al baño, y se quedó observando la hoja en blanco sentado en el inodoro, ese trono de aislamiento donde había pasado gran parte de su carrera de licenciado en letras estudiando. Intentó por varios años distintos métodos, meditación, concentración, fen chui, psicoanálisis, todos esfuerzos inútiles por adquirir mayor atención y disciplina a la hora del trabajo, pero era en vano, nada lo relajaba más que la fría tabla de madera de su viejo baño.
Decidió prender la televisión para distraerse un rato y ver si se le ocurría alguna idea nueva, pero la televisión sólo lo adormecía y su contenido falto de originalidad y valor alguno lo asqueaba y ponía de mal humor.
“El sueño de una cucaracha…”, no va a dar mucho asco, pensó mientras tachaba las líneas de su borrador. “Un monumento a la milanesa en el futuro”, se estusiasmó, pero la sola idea de que se le brinde culto a la comida lo asqueo un poco que el programa Muro Infernal conducido por Marley. “Humanos escapando de animales que quieren cazarlo”, no, boludeces no, se dijo y siguió intentando. “Un viejo con una bolita que represente a Dios y al mundo”, muy complicado, suspiró y volvió a tacharlo. “Una chica que cocina y lo hago como que está matando a alguien”, no muy gastado, ya lo hicieron varios. “Un juego con la muerte”, no, van a pensar que estoy obsesionado con el tema. “Un embotellamiento eterno”, no tiene sentido, gritó y continuó pensando.
Ya era de madrugada, y la pila de tazas sucias de restos de la borra de un café instantáneo barato, comenzaban a estimular a las moscas, que con su zumbido constante e interminable sólo lograban distraerlo un poco más. Un delicado tack que provocaban las agujas del reloj de pared le recordaba que en sólo unas pocas horas debería cumplir con lo adeudado, distrayéndolo aún más de esa hoja blanca por cubrir.
Se preparó un sanwich de mortadela con fiambrin, y luego del primer bocado surgió la idea. Se limpió la boca con la manga de la camisa, tiró el sanwich sobre la pileta, se golpeó el dedo chico del pie con la punta del pasaplatos, puteo y maldijo con bronca acumulada, y dando unos saltitos llego hasta la silla que lo esperaba tibia como una buena amante. Se refregó los ojos, se tronó los dedos, encorvó la espalda y empezó a escribir:

“Se tomó la cabeza con ambas manos, desesperado por ese momento de vacío intelectual y creativo. Hacia dos horas que estaba dando vueltas sobre la página en blanco, qué poner, cómo comenzar esta nueva historia, una palabra, sólo una palabra necesitaba para dar riendas sueltas a sus neuronas artísticas…”

“Espero que a nadie se le haya ocurrido”, pensó y siguió escribiendo.

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