martes, 7 de abril de 2009

El embotellamiento

“Otra vez embotellamiento”, pensó, cansado después de un día laboral muy agitado, de una vida muy agitada, “Todavía me queda una bocha y recién son las seis de la tarde, esto es de nunca acabar”, balbució con bronca.
Los últimos meses de su vida habían sido un infierno. Las obligaciones de su nuevo ascenso lo sobrepasaban. Peleó por ese puesto por más de seis meses, en cuanto supo que Rodriguez se iba de la empresa. Gonzalez y Ramírez llevaban mucho más tiempo que él dentro de la organización, y se merecían ese puesto por antigüedad y dedicación, pero él supo ganárselo con esfuerzo, trabajo e inteligencia. Sus compañeros nunca aceptaron la decisión del jefe y le hacían la vida imposible para que renunciara. Resignó mucho para llegar a ese puesto, y ningún universitario medio pelo le quitaría la satisfacción de ser la nueva estrella de la empresa.
“Puta madre, justo hoy que le prometí a Santi llevarlo a la Plaza”, pensó mientras encendía la radio y bajaba un poco la ventanilla para dejar entrar una de las últimas brisas de ese caluroso verano.
Las vacaciones de verano las pasó lejos de su familia, igual que la primavera pasada, y el invierno, y algo del otoño anterior. Sus nuevas exigencias no le daban tiempo para tomarse unos días y mucho menos dos semanas. Su esposa e hijo disfrutaron de las comodidades de una de las mejores posadas de Cariló, lujos, ostentación, pero nada, nada de amor paternal.
El punteo llorón de la inconfundible introducción en guitarra del tema “Hotel California” le hizo recordar el momento que conoció a la flaca hace tan solo cinco años. Las luces de las balizas intermitentes del Scania que tapaba toda su visión de la autopista le hizo recordar aquel sucio hotel donde se amaron por primera vez.
“Otro accidente, todos los días lo mismo”, se dijo a si mismo, mientras, el polvo que levantaba una vieja ambulancia que pasó a toda velocidad por la banquina se depositaba lentamente sobre su nuevo Honda Civic negro.
La fila de coches avanzaba lento, la temperatura aumentaba lento, todo parecía en cámara lenta, menos el reloj que no detenía su andar. “Las siete menos veinte, no llego a jugar con Santi”, escupió en un suspiro junto con tantas otras promesas que no había llegado a cumplir.
“¡¡¡Qué palo que se dio ese tipo!!!”, se alarmó mientras estiraba el cuello intentando ver algo más del trágico accidente. “Un Civic igual al mío, no quedó nada”, se dijo sorprendido. “Mismo color, mismo polarizado, mismas llantas, misma patente”, sintió que el corazón se le detenía. “¡¡¡Misma patente!!!” grito mientras intentaba estacionar unos metros más adelante.
Bajó de su auto y se acercó al lugar lleno de policías y bomberos haciendo señas desesperados, llenos de enfermeros y médicos intentando retirar lo que quedaba del cuerpo de aquella chatarra comprimida. Reconoció aquel rostro, ese cuerpo, esa ropa. Era él, o un reflejó de su persona.
El miedo le hizo templar las piernas, intentó retroceder y calló al suelo. Se levantó como pudo y corrió hacia su butaca. Agitado prendió el motor del vehículo y piso a fondo el acelerador olvidando ponerse el cinturón, y avanzó desesperado por escapar de aquella imagen tan familiar y aterradora.
Llego al siguiente embotellamiento de autos y frenó de manera brusca.
“Otra vez embotellamiento”, pensó, cansado después de un día laboral muy agitado, de una vida muy agitada, “Todavía me queda una bocha y recién son las seis de la tarde, esto es de nunca acabar”, balbució con bronca.

No hay comentarios: