viernes, 3 de abril de 2009

Arrepentimientos

La luz del sol de la tarde me obliga a abrir los ojos vaya uno a saber a que hora. Todo me sigue dando vueltas, regalo de una noche agitada, factura de una vida mal andada. Intento levantarme, pero los brazos me fallan, y la pegajosa transpiración de mediados de enero me abraza entre las sábanas de una cama mal armada.
¿Cuantas veces me habré hecho las mismas preguntas en mi vida? ¿qué pasó anoche? ¿porqué no logro recordarlo? ¿qué habré hecho de lo que tenga que arrepentirme hoy o pedir disculpas?
Lamentablemente la carne es débil y a la hora de los tragos, la mía, es un paté.
Me refriego los ojos, me saco un mechón de pelo sucio de dentro de mi boca, escupo restos de algo que no intento adivinar que fue, me huelo los sobacos, me rasco los huevos, me huelo los dedos, me arrepiento de lo último que hice y decido arrancar el día, más bien lo que queda de él.
Con desagrado descubro que mis pantuflas de Micky Mouse no se encuentran al pie de la cama como siempre me las deja mi mujer. “Mala señal”, pienso mientras intento sin éxito inventar una excusa para ella.
Salgo de la habitación y descubro que la casa está abierta de par en par. Las moscas revolotean por el mísero espacio aéreo de nuestro departamento de Barracas más de lo habitual.
“Flaca”, grito sin obtener respuesta alguna, “Hijo”, vuelvo a gritar para terminar de convencerme de que estoy solo con mi amnesia y la resaca que la provocó.
Con desagrado descubro una nota escrita en el borde de un viejo diario depositado sobre mesa. Al acercarme logro leer “NUNCA TE PERDONARÉ LO QUE HICISTE ANOCHE”. “Uh, la cagué” pienso, y me siento preocupado sobre un sillón lleno de juguetes de mi hijo aprentándome la cabeza con fuerza intentando exprimir los recuerdos de una noche nula.
Abro los ojos y empiezo a comprender todo. Un cuchillo tirado en el piso cubierto de sangre seca, el desorden arriba de la mesa, los restos de varios platos rotos mezclándose en el piso, las manchas en la pared, el olor a carne podrida.
Me acerco con miedo detrás del pasaplatos y termino de confirmar lo que pensaba, en el piso descansaba la prueba de mi último crimen, de aquel del que no podría escapar, como tantas otras veces.
Cuando volví borracho de la despedida de soltero de Ariel, el hambre me invadió y terminé devorándome todos los restos de comida que había en la casa, rompiendo con mi dieta de tres semanas. Ahora no podría ponerme ese traje que me regaló la flaca con tanto esfuerzo hace mucho tiempo atrás, se acababan de derrumbar mis sueños de pantalones talle 44, camisa talle L, y botas cortas.

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