viernes, 6 de febrero de 2009

Nuevas amistades

Cuando comencé a trabajar en sistemas (hace siglos pareciera ya de esto) jamás creí llegar a conocer gente tan increíble.
Nunca me lleve mal con nadie que recién conozca, pero mi problema es que no conozco, ya sé que no soy claro, pero la cosa es algo así, piensen en la persona más antisociable del mundo siempre y cuando no te conozca, agreguen algunos kilos de más y mucho cansancio y me verán a mi sonriendo. No es que no sea sociable, simplemente no sé socializar, no me integro a los grupos porque no me interesa ingresar a los mismos, pero cuando entro, por algún motivo la cosa cambia radicalmente. Algo así paso con los pibes del RAR, un grupo de excelente calidad que tuve el honor de conocer en ese arduo camino.
A los 10 días de estar todo el día rascándome (literalmente, todavía tengo las marcas en la piel de aquellas épocas) en las oficinas de mi nueva compañía, porque nunca llegaba el momento en que me asignaran a algún proyecto, apareció un grupo nuevo de ingresantes que tuvieron la desdicha de padecer mi suerte. Uno de los nuevos ingresantes se quedó sin máquina para ocupar momentáneamente y debía cargar su C.V. en la intranet de la empresa, por lo que le ofrecí la mía y se instaló junto a mí por una semana. Así conocí a Quito, como no teníamos grandes cosas que hacer (chequear el mail y leer el mismo documento mil veces), empezamos a frecuentar la cocina por café cada 10 minutos, y empezó una amistad de a poco. Empezamos a salir a comer juntos y hablar de la vida y esas cosas sin sentido (el primer día terminamos comiendo empanadas en el parque San Martín por sugerencia mía, al segundo ya me llevó a un restaurant a la despedida de no se quien donde yo no podía pagar ningún plato de los de la carta, para ese entonces no tenía ni un mango partido al medio, cosa que nunca le conté, por lo que me pedí lo más barato, ravioles con manteca y agua mineral, conclusión: terminamos dividiendo los gastos entre todos los comensales y terminé pagando el doble de lo que me había pedido, por suerte Quito me ofreció prestarme ticket hasta que yo cobrara los míos y safé de la situación sin que él lo supiera nunca, fue uno de los primeros grandes gestos que me demostró este tipo).
A los pocos días de estar ahí, unos amigos de él vinieron a comer con nosotros al restaurant del edificio (el edificio está en puerto madero, con vista al río, muy llamativo y ostentoso, la primera vez que me presenté a trabajar me llamó la atención que me revisaran la mochila a través de un detector de bolsos estilo lo de los aeropuertos, me pidieran el documento, me sacaran foto, me registraran en todos lados, pidiendo permiso a la secretaria de la empresa para hacerme pasar, tuve que pasar por un detector de metales previo deposito de mis pertenencias en una canasta de mimbre, me sentía abogado penal ingresado a ver un cliente en la prisión de Alcatraz). Ahí conocí a Leo y a Fede, dos pibes muy simpáticos que no dejaban de meter chistes cada 2 minutos y absolutamente de todo.
Cuando al fin nos llegó el turno de comenzar a trabajar en el cliente, Quito comenzó a llevarme a cuanto acontecimiento que surgiera de sus ex compañeros de trabajo, cumpleaños, despedidas de proyecto, ascensos, cualquier cosa que motivaba salir a comer y ahí estaba yo de pescado. En uno de esos almuerzos se festejaba el cumpleaños de un pibe joven y simpático. Me llamó la atención la cantidad de gente que fue convocada al evento, era estar en una punta de la mesa y tener que usar binoculares para poder divisar el extremo contrario. Así conocí a Dito, y cada día que pasa me convence más de que se merecía esa convocatoria y que no existe mesa tan grande como para albergar todos los que lo consideran su amigo.
Una vez establecidos en el trabajo comenzamos a comer todos los días por los distintos bodegones que nos regalaba el microcentro porteño, parte para disfrutar de su excelencia culinaria y parte para distraernos de las obligaciones diarias. Como el proyecto seguía creciendo era común que cada semana ingresara gente nueva al mismo. Así, de a poco, fuimos sumando a cada nuevo ingresante al grupo.
Ari cayo un día como cualquiera, provenía del anterior trabajo de los chicos del grupo, pero nadie lo conocía o registraba. Por suerte la vida quiso que descubramos a esta excelente persona y que hoy sea como parte de la familia.
A los meses llegaría un joven muy serio, diciendo que Maradona era un Gil, provocando a cada momento. Así lo encontramos a Cope, gran tipo si los hay, con ese humor único que lo caracteriza, que si no fuese así, no sería Cope.
Así fuimos afianzando nuestra amistad a base de napolitanas con fritas, matambritos de la casa, partidos de fútbol 5, cafés de máquina, charlas informales, compartiendo tristezas y alegrías, after oficce, cumpleaños, casamientos, cambios de trabajos, nacimientos, en fin, compartiendo nuestras vidas.
Ellos son la parte de esta ciudad que considero maravillosa y única. Ellos son los que me enseñaron a que nunca es tarde para encontrar nuevos amigos. Ellos son los pibes del RAR.

1 comentario:

Dito dijo...

Que lindo grupo que se armo, cuantas cosas pasamos, cuantas veces nos reímos hasta más no poder, que bien que nos hacia salir a comer, para mí era el mejor momento del dia.
Yo te recuerdo calladito, riéndote de todo lo que pasaba o decían, casi casi igual a ahora.
Por momento creo que la persona que está detrás del teclado es distinta a la que venía a comer. Como que cuando te cambiaste de laburo te transformaste en este ser loco y divertido, con unas ideas delirantes que me hacen divertir a diario.
Egu, de corazón te quiero agradecer por las líneas que me dedicaste en esta entrada. Vos también sos un tipazo y estoy más que feliz por conocerte!!!
Abrazo.