martes, 30 de diciembre de 2008

Primera vez

Hoy sucedió lo inevitable, me quedé dormido.
Por primera vez no me sonó el despertador o el Egú sonámbulo lo apagó sin darse cuenta.
Estos días estoy viajando en auto al trabajo, me pasan a busca 6:55 a cuatro cuadras del departamento. Lo que intento conservar es la puntualidad cada día de mi vida, esta siempre fue una característica que sobresalió de mi persona, y me siento muy orgulloso de la misma. Todos los días para ser puntual sigo la misma rutina, me levanto 6:35, me higienizo, tomo algún vaso de jugo o gaseosa bien helado, le doy un beso a mi señora mientras duerme y observó por unos segundos a mi hijo en silencio (es inevitable que logre robarme alguna sonrisa, logrando que empiece bien el día), y termino saliendo de mi casa 6:45 para llegar al lugar de encuentro a la hora pautada (unos minutos antes para ser preciso).
Hoy estaba profundamente dormido cuando ciento un codazo en las costillas, la flaca me dice de costado mientras le daba el pecho a Santi “¿vos no tenías que ir a trabajar?”, tomé el despertador mientras pronuncié un in entendible “no me rompas las pelot…” entre dientes, y observé que el mismo se encontraba apagado, que marcaba un 6:45 mientras los dos puntos del medio aparecían y desaparecían de manera intermitente, que llegaba tarde, que iba a dejar a mis compañeros de viaje esperando, que era un irrespetuoso por no verificar el reloj la noche anterior, que llegaba tarde por mi culpa por primera vez en tres años. No sé cómo pero salte de la cama, en pocos segundos logré ponerme el baquero mientras que las zapatillas entraron solas y la chomba bajaba al compás de mis pasos de camino al baño, me abalancé sobre la pileta y de un manotazo tiré todos los sepillos de dientes al carajo logrando cazar el mío al vuelo, sin ponerle pasta me cepillé los dientes a la vez que me lavaba la cara y me echaba desodorante (algo del desodorante cayó en el cepillo y alguna lagaña en el sobaco, riesgos del apuro). Colgué mi mochila al hombro y salí corriendo al grito de “Flaca, dale un beso a Santi de mi parte”.
Conclusión: llegue al lugar de encuentro dos minutos antes, y estuve esperando al resto del grupo por más de 10 minutos (algún otro se quedó dormido y no le importó tanto).
¿Qué rescato de este relato? Que bajo presión trabajo a un ritmo extraordinario y no me dejo abatatar por las circunstancias adversas, y segundo, que gran parte del tiempo me preocupo más de lo necesario, que lo que creo importante a veces no lo es tanto, quizás deba preocuparme menos, o hacerlo con un poco más de tiempo.

3 comentarios:

Capitán Manija dijo...

preocupate menos...

Anónimo dijo...

Amigo , yo te recomendaría 10 min mas de tiempo por si te agarran ganas de cagar .
Las ganas de cagar siempre son imprevistas y no pueden hacerse esperar .
Y recorda que la puntualidad en una persona no es mas que respeto , simplemente respeto por el tiempo del otro . y me parece perfecto que respetes esas cosas de las personas . hay cosas que están en la esencia de algunas personas . ojala nunca pierdas tu esencia .

Tu amigo el impuntual
Gonza

LeO dijo...

La puntualidad propia es inversamente proporcional a la tolerancia de la impuntualidad ajena...

Yo llegué a la conclusión de que a veces correr, solo le sirve a los demás.

Que sea la última vez que por no demorarte 2 minutos, te vas sin saludar a tu hijo, eh!