- Papi, ¿vos te acordás de tu abuelo?
Su dulce vocecita me distrajo del partido que estábamos mirando. Última fecha del campeonato, River se jugaba la copa contra Colón de Santa Fe, un empate lo dejaba con las ganas, con el triunfo en el bolsillo y alguna ayuda extra saldríamos a tocar bocina con Santi por las calles de la ciudad.
- Si, tengo muy lindos recuerdos de él, ¿querés qué te cuente algunos de ellos?
Su afirmación enérgica con la cabeza no se hizo esperar. Pero cómo contarle todos estos sentimientos en palabras, cómo no dañar la memoria de mi abuelo, su historia, su recuerdo. Mi memoria me suele jugar malas pasadas, mezcla de vivencias, fotos, y charlas de sobremesa, no sé distinguir que fue real de lo que fue un cuento, el pasado de lo soñado, exageración de objetividad.
“Recuerdo cuando llegamos de Misiones, todo lo que él hizo para que nos sintiéramos a gusto. Llenaba baldes con duraznos y nísperos del fondo de su casa, que juntaba y que él mismo lavaba para que con tus tíos pudiéramos disfrutar”.“Recuerdo su galpón, un gran depósito de herramientas, una zona impenetrable donde había de todo un poco, siempre con un pequeño toque a viejo, a usado, a austero. Le prometió mil veces a la abuela arreglarlo, pero como arreglar un mundo único e imperfecto, cómo cambiar un universo sin que pierda su encanto, cómo cambiar su propia esencia sin dejar de ser él”.
Cuando empiezo a divagar con esas ideas y comparaciones raras, Santi solo me mira, sin pestañar, sin hacer gestos, sin opinar, solo escuchando; calculo que entiende poco o nada lo que digo, pero jamás me interrumpe, es un caballero con tan solo siete años de edad.“Recuerdo que no reía a carcajadas, solo una mueca de costado con prudencia y aprobación más que diversión. No lo recuerdo haciendo chistes ni bromas, aunque estoy seguro de que era alegre en su corazón”.“Recuerdo sus boinas, un regalo seguro para su cumpleaños, sus pañuelos atados al cuello, sus camisas, su ropa de trabajo, su cartera de cuero, un lápiz de carpintero a medio usar, las cintas métricas, los baldes con un poco de cemento que no se podía limpiar”.
- ¿Tu abuelo era albañil?
Me preguntó sin querer interrumpir mi relato, pero buscando los detalles que pasan sin darme cuenta por mi lado.
- Era maestro mayor de obra, era el que coordinaba la obra, el que se encargaba de los pagos, de la gente, de las compras, hacía de todo un poco.
Volvió a afirmar con la cabeza como dando a entender que comprendía mis palabras, aunque nunca estoy seguro de que las entienda del todo o solo es un gesto de amabilidad hacia su papá.
“Recuerdo que algunas tardes nos llevaba al río a pescar con la amenaza de que solo se comía lo que se sacaba, que nos teníamos que ganar el pan. Recuerdo que siempre llevaba de reserva unas tiras de asado por si el río no quería colaborar. Llegada la tarde nos llevaba a rondar los campos buscando esos tan deseados panales, esa lechiguana que nos iba a regalar. Nos manteníamos lejos de él mientras armaba un fueguito con mucho humo debajo de los panales, que se tapaba la cabeza y esperaba que se fueran las abejas para empezar a cosechar. Que dulce que era esa miel, cómo explicártelo en palabras, es imposible de explicar. Todo su esfuerzo, todo el trabajo se iba en apenas unos pocos minutos mientras con tus tíos nos devorábamos los panales sin importarnos las picaduras que nos deformaban los labios por dentro, era más grande el placer que el dolor, esa satisfacción que pocas cosas pueden lograr”.“Recuerdo sus churrascos con ensalada, el edulcorante en la mesa, el mate amargo, las tortas fritas, las tortas asadas. Que ricos recuerdos, es la misma receta de torta fritas que en las tardes lluviosas de algunos fines de semanas les hago a vos y a tu mamá, aunque sin demasiado éxito para ser sincero”.
Un grito de gol proveniente del televisor me distrajo por un momento de mis recuerdos.
- Gol, vamos River carajo – grite por inercia deportiva, más que por felicidad.
- Gol – gritó Santi, sin entender demasiado al respecto.
“Recuerdo que le gustaba la lucha libre igual que a vos, la momia, el androide, Martín Karadagian, todos luchadores que ya no existen, leyendas del pasado. Recuerdo que nos sentábamos a sus pies mientras veíamos las luchas en silencio, mientras creíamos que eran de verdad”.“Recuerdo que usaba unas tiras reactivas, que se hacía un diminuto pinchazo en el dedo, que con una gotita de sangre colores de las tiritas sacaba. Recuerdo que se aplicaba inyecciones de insulina, como me dolían esas inyecciones, como las odiaba aún no siendo para mí, aunque él nunca se quejó, aunque él nunca rechazó su enfermedad. Tu abuela me contó tiempo después que su enfermedad nació por culpa de un disgusto, que llevaba un sobre con dinero para pagar los sueldos de sus empleados y que el destino quiso que se perdiera en un taxi, que nunca se pudo reponer de ese episodio, que el veneno de un descuido hizo que sufriera de ahí en más”.“No recuerdo su enfermedad final, ese maldito tumor de cerebro. Tu abuela nunca quiso exponernos a ese recuerdo, nunca quiso que viésemos algo de más, en su afán por protegernos nos negó sus últimos momentos. Fue un gesto de egoísmo gigante de su parte, ella siempre agradeció poder haber estado acá en esos momentos, sin embargo nos los negó a nosotros, igual no tengo nada que reprocharle, llegado el momento creo que yo haría lo mismo para protegerte a vos”.
Santi se quedó en silencio unos segundos, y seguimos mirando los últimos minutos del partido. Esa tarde River empató 1 a 1 y nos perdimos de ganar el campeonato por un solo punto de diferencia.
Al día siguiente fuimos a visitar a mis suegros, desde que llegamos Santi se puso a jugar con su abuelo, caballito, avioncito, jugaron a las cartas y al domino, a los dados y a encontrar las igualdades. Su abuelo siempre lo dejaba ganar, Santi se sentía orgulloso y contento.
Que bueno es que Santi cuente con el amor de su abuelo, yo lo disfrute y lo puedo valorar. Pocas cosas provocan tanta satisfacción como la aprobación de un abuelo, sus manos arrugadas palmeando tu cabeza, su sonrisa sincera, sus ojos cristalinos que dan siempre la impresión de que están a punto de llorar. Espero que siga contando con su presencia, espero que lo siga disfrutando como hasta acá, espero que conserve su recuerdo, como en algún lugar de mi alma las de mi abuelo lograron perdurar.
Mientras los miraba recordé que yo no fui al velorio ni al entierro de mi abuelo, que esos recuerdos yo mismo me los había negado. Cuando había sido el momento tuve que elegir, y elegí quedarme llorando en soledad, elegí no despedirme, elegí esperar algún día verlo entrar, verlo pasar la puerta con tu rostro afeitado como siempre, con su boina de lado, con un escarbadientes en la boca y que salgamos a pasear, salgamos a recorrer los campos buscando ese panal, el de la felicidad, el que tantas veces nos supo regalar.
jueves, 25 de septiembre de 2008
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1 comentario:
Que bueno volver a leer acerca de tu abuelo Ramón!! La verdad me gusta mucho ver que tenés buenos recuerdos de él. Como ya te conté en alguna otra oportunidad yo no tuve mis abuelos presentes por lo que sólo te puedo hablar de sus ausencias. Me gustó aunque sea por un momento haber podido vivir y sentir el tuyo. Hasta me lograste emosionar. TURRO!!!
Un abrazo Egu!!
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