viernes, 26 de septiembre de 2008

Cuentos de concurso - Tarde de domingo

- Siempre la misma musiquita, ¿no tendrá otro disco para poner?
- ¿Cómo sabés que es un disco y no un casete o un dvd?
- Hace veinte años que la escucho, es inconfundible, como si el tiempo no pasará, las mismas estrofas, el mismo estribillo “déjala que ponga diez”
- A mi me gusta
- Vos por que sos nuevo. Pero espera que pasen algunos años y te retumbe todo el tiempo la misma musiquita.
- ¿Escuchaste las últimas noticias? El elefante celeste del otro lado escucho a los hijos del dueño decir que nos iban a quemar, que iba a tirar todo abajo para dar paso a la modernidad, que ya nadie venía, que éramos obsoletos, tristes y viejos.
- Hace años que escucho las mismas amenazas, no te preocupes, el dueño nunca dejaría que nos pase algo.
- Pero el dueño no esta bien, hace tiempo que viene cada vez menos, que solo abre los domingos, creo que el también se puso obsoleto y triste con los años.
- Deja de decir incoherencias, sos muy nuevo para opinar sobre cosas de las que no sabés. Ahí viene un nuevo chico, seguro que me elige, los nuevos siempre me eligen.
- Seguro que gana la sortija, siempre las ganan. Una vuelta siempre son tres. Ojala me elija para alguna de las vueltas.

El viejo calesitero puso el disco de Gaby, Fofo y Miliqui en la Winco una vez más y hecho a andar el motor de lo a que él le gustaba llamar “la máquina de los sueños”.
Santi iba por primera a una calesita, quedaban pocas en la ciudad. Su abuela siempre le había prometido llevarlo a una, pero por temas de inseguridad y comodidad prefería dejarlo en casa jugando con sus videojuegos. Esa tarde era especial, era un nuevo aniversario del día que le dijeron que iba a ser abuela por primera vez, fecha que ella sola recordaba, que solo ella festejaba. Para conmemorar tan importante fecha decidió hacer algo distinto, plaza, copo de azúcar, calesita y manzana acaramelada, todos íconos de un pasado casi olvidado, todos hermosos recuerdos que quería compartirlos con su nieto sintiendo que ella también volvía a su niñez.
Santi miro con asombro la cantidad de figuras talladas en madera que tenía para elegir y montar, caballos, elefantes, barcos, helicópteros, autos, leones; algunas desgastadas, algunas despintadas, algunas que dejaban ver los años que se habían pasado desde su primera vez.
Eligió el caballo que subía y bajaba, era inevitable caer seducido por ese movimiento ondulante y continuo. El auto nuevo que estaba al lado del caballito quedaría para la próxima vez.
El calesitero lo ayudó a subir, “agarrate fuerte”, le dijo, “que ya empieza a correr”. Santi se tomó con fuerza del cuello del caballo, abrazándolo para que no se escape, para que no lo deje caer.
La calesita empezó a girar, su poca aceleración le permitió a Santi relajarse y empezar a disfrutar. Su abuela desde abajo le tomaba fotos, le encantaba tomarle fotos, aunque seguro en más de una la cabeza le iba a cortar. El calesitero se acercó lo más posible a la calesita sin llegarla a tocar y de atrás de su cintura extrajo una pelota de madera que tenía en la punta un círculo de metal. Se la acercó a Santi que la miró con asombro y no entendió lo que pasaba. La abuela desde abajo le grito “tenés que agarrar la sortija y te ganas una vuelta”, mientras no dejaba de tomarle fotos y reír a carcajadas.
Santi esa tarde dio seis vueltas en calesita con tan solo dos fichas que su abuela le compró, las cuatro vueltas restantes las disfruto aún más al sentir que él mismo las ganó.
A la semana siguiente, Santi venía apurando el paso, arrastrando a su abuela por la diagonal, “vamos que hoy quiero subir al autito”, le pedía mientras caminaban, “no te apures, ya vamos a llegar”, le repetía su abuela sin parar.
Al llegar a la plaza un círculo de tierra ceca indicaba el lugar exacto donde estaba la calesita, un cartel de “próximamente comidas al paso” colgaba de un árbol del lugar. El cuidador de la plaza les contó que el calesitero había fallecido hace cinco días atrás, que solo ayer su hijo mandó sacar la calesita, que los empleados contratados para retirarla la destrozaron toda, rompiendo hasta el último caballo en cientos de pedazos, que todo fue a parar a un gigantesco container, que jamás había visto algo tan desalmado y frío.
Santi y su abuela volvieron caminando callados, sin hacer comentarios al respecto, comprendiendo que con la calesita no sólo había desaparecido un juego del parque, había desaparecido una parte del pasado, de la historia, una parte única y hermosa, una parte que Santi jamás podrá olvidar, que en algún momento cuando él sea abuelo pueda contar: “Yo anduve en calesita cuando era niño, una de las últimas de la ciudad. Cuatro veces gané la sortija esa tarde, cuatro. Nunca tuve tanta felicidad de haber ganado algo en mi vida. Ahora comprendo al calesitero, cómo no regalar felicidad si uno tiene el poder de hacerlo, no existe un precio para algo tan hermoso; cómo olvidarme esa música que suena en mi memoria aún hoy, Déjala a la pobrecita, déjala que ponga diez”.

1 comentario:

Luis Luchessi dijo...

Uno de mis primeros recuerdos viene de una calesita y de ganarme la sortija. Son esas cosas que nunca se olvidan. Lamentablemente hoy por hoy los chicos tienen otro tipo de intereses y como vos dijiste las calesitas quedaron obsoletas y abandonadas.
Me emosionó tu relato, espero que podamos llevar al pato y al chancho algún día aunque más no sea a la última calesita de la ciudad.