lunes, 4 de febrero de 2008

Un mal día

Ayer sinceramente estuve para la chacota. Me salió todo al revés y no le encontré la explicación, puede ser mala predisposición, azar, destino, o negativismo propio, pero la cosa fue de mal en peor.
Terminé acostándome a la madrugada, luego de dar vueltas con Santi porque no comía, no quería bañarse, solo lloraba y gritaba así nada más. El despertador sonó como todos los días en ese momento que solo quería seguir, en el momento que uno desea que no exista nada más que la cama, en el momento que si no se da el salto te quedas y no salís más.
Como siempre me vestí en 10 minutos y luego de tomarme un vaso de jugo en 5 segundos, salude a mi mujer y a mi hijo y tome la calle.
Treinta metros antes de llegar a la parada, vi como uno de los colectivos que me llevan a destino cruzaba delante de mi persona, con el agravante de querer detenerlo y el chofer ignorarme por completo, y encima estaba vacío, lo que me hubiese dado la posibilidad de elegir donde descansar esos preciados minutos previos a llegar al trabajo.
Terminé tomándome un colectivo cuyo último asiento estaba destinado para mí, al lado de un señor de cuerpo robusto que ocupaba más de lo que le correspondía. La cortina de la ventanilla abierta dejaba pasar un haz de luz diminuto cuyo objetivo era apuntar directo a mis ojos impidiendo que duerma tranquilo. El aire acondicionado apagado provocaba que mi cuerpo traspirase por todos los rincones que se puedan nombrar.
Al bajar del colectivo note que tenía toda la espalda traspirada y una mancha en la camisa a la altura del ombligo, como fue a parar esa mancha oscura de un centímetro de diámetro a mi vestimenta laboral es todo un misterio.
Como era demasiado temprano para ingresar al trabajo decidí ir a desayunar a un barcito cerca de la parada. El tradicional café con leche con medialunas me despejaría un poco y cambiaría mi humor para bien, pensé ilusamente. Las medias lunas estaban duras y con sabor a nada. De a poco se llenó el local (cosa que nunca había sucedido hasta el momento) y el murmullo general no me dejó leer el diario en tranquilidad.
Decidí pasar a retirar dinero por el banco para pagar las cuentas por venir. Al pedir el ticket del saldo me encontré con la noticia de que me habían depositado un 20 % menos del sueldo. Haciendo cuentas el descuento no estaba equivocado, pero la sorpresa de no contar con ese dinero fue un balde de agua congelada y podrida.
Una tremenda picazón en el cuero cabelludo durante toda la mañana me hizo recordar que debo dejar de usar el shampoo para la casca. Unos retorcijones en el estómago hicieron que fuese al baño más de cinco veces solo en las primeras tres horas de trabajo.
El reloj avanzó lento, las ganas de irse aumentaban más y más.
Todos se preparan para las vacaciones, intercambian destinos, añoranzas, planean salidas y aventuras por llegar. A mi solo me queda la esperanza de un fin de semana largo, ya que las vacaciones forzadas quedaron hace un mes atrás.
Todos comentan las anécdotas de una salida en grupo, de las cervezas después del trabajo, de los momentos risueños e inolvidables del día anterior. Yo recuerdo los pañales sucios, el reflujo en la ropa, el lavar los platos y ordenar las cosas por que ya no queda para sentarse ningún lugar.
A la hora del almuerzo decidimos ir a comer en grupo, hace rato que no lo hacíamos, así que a disfrutar de una buena comida. Cuando llegamos los platos de la carta ($16 con postre y bebida incluidos) no llegaron a convencerme, así que pedí una milanesa con fritas y una gaseosa (cuanta diferencia puede haber con un menú elaborado contra uno de los platos más populares de la argentina). Como no tenía postre, pedí una ensaladita de fruta, nada rebuscado. A la hora de pagar empezaron a descontar todos sus respectivos platos y me encontré con la grata sorpresa de que lo mío era $32,50, me cobraron $10,50 la ensalada de frutas, pedía un plato completo del menú del día y me salía más barato.
La tarde paso sin grande sobresaltos, cabeceando cada tres minutos, tomando decenas de cafés mal balanceados de la máquina de la cocina y yendo cada diez minutos al baño a lavarme la cara para que no se notase tanto las ojeras.
Salí cinco minutos antes del trabajo, arto de este día para el olvido, pensando en llegar rápido a mi casa, quitarme estos malditos zapatos y prender la tele, esperando que los comentarios de Homero me saquen este mal humor. Llego a la parada y me encuentro con una cola de casi una cuadra. Luego de dejar pasar dos colectivos llenos, me subí al tercero protestando por el pésimo servicio, mientras me apretaban de ambos lados por acabarseles el lugar.
Al llegar a la autopista, no me había dado cuenta que era viernes, día en que miles de personas se movilizan hacia la costa en busca de un poco de paz, saturando todas las vías de egreso de la ciudad y haciendo que un viaje de una hora y media se extienda a tres.
Al bajar en la parada que me correspondía, empecé a caminar hacía mi casa. Los gemelos doloridos de la contractura del viaje, las piernas cansadas por estar parado tanto tiempo, esas diez cuadras se convirtieron en cien.
Para la cena pedimos pizza, no me gusta comer este tipo de comidas, para el clima no daba para cocinar.
Y para coronar el día nos quedamos, sin agua fría, cortaron el agua corriente en la zona y solo lo de tanque quedaba, por lo que había que racionar, así que me fui a dormir, deseando que nadie me levante, deseando que todo pase, deseando levantarme en otro día distinto al actual, cansado, mal comido, sucio y protestando sin parar.
No siempre todo es bueno, yo cuento la realidad. Trato de ver las cosas desde el lado positivo de la vida, siempre se puede estar peor, siempre hay algo que puede mejorar. Pero ayer estuve agotado, ayer no pude más.
Todas estas cosas son normales, de todos los días, pero el darse todas juntas solo acrecientan mi malestar. Quizás sea un mecanismo de balanceo de la vida, te di tantas cosas buenas, ahora es el momento de cobrar (te dice la vida al oído mientras se le escapa una carcajada, por no decir que la vida se te caga de risa en la cara una vez más).

3 comentarios:

Capitán Manija dijo...

felicitaciones por las mil lecturas gran egú!!!

jeje... creo que tuve el honor... ahora me siento a esperar que venga las dos promotoras con champagne y el cheque de mil dólares...

abrazo!

quito.
www.brodeldiome.com.ar

Anónimo dijo...

Jajaja, todavía no puedo parar de reirme, y no soy la vida que una vez más se te caga de risa en la cara pero, la forma en qué contás las cosas, no da para menos que imaginar a ese Egu, que parece tan calmo y armonioso, refunfuñando casi gruñendo!
Felicitaciones por los 1000!!!
Un abrazo Egu!

Luis Luchessi dijo...

Bueno... en estas circunstancias solo se puede recurrir a la fe... y hacer como hizo nuestro gran profeta en su peor momento, llenar nuestros pulmones con aire, concentrarnos bien y lanzar con todas nuestras fuerzas un grito de ¡Sálvame Jebus! Sé que no es ninguna solución pero al menos nos ayudará a desahogarse un poco!!