No recuerdo bien para que campeonato, pero con mi hermano decidimos ir a festejar un nuevo logro de River Plate, equipo del que somos simpatizantes, primero por herencia y segundo por elección, ante el club Racing Club, partido que se disputó en el estadio monumental.
Por una cuestión de comodidad adquirimos las entradas en la sede que River tiene en la ciudad, y en el costo de la misma venía incluido el viaje en colectivo hasta el estadio. Junto con nosotros viajaron tres amigos de mi hermano, todos muy fanáticos de River.
Al comienzo nada salió de lo normal, estuvimos esperando un rato en una de las plazas de la ciudad a que llegasen todos los hinchas que emprenderíamos la marcha en caravana. Niños, mujeres, adultos y adolescentes, conformaban este grupo heterogéneo de hinchas que querían ir a festejar un nuevo logro del club de sus amores.
Casi a último momento, ya con los colectivos en marcha y prontos a partir, empezaron a arribar a la plaza aquellos simpatizantes que adornan este folclore popular, con sus ya típicas gorras, remeras, banderas, cornetas y bombos.
Como la caballerosidad es algo que nos caracteriza, dejamos que las familias eligieran lugares, es decir, en que colectivos querían viajar, y nosotros nos conformamos con el último, sin darnos cuenta de que compartiríamos el mismo con los muchachos más efusivos del grupo. Como era de esperarse ellos coparon la parte trasera del colectivo y nosotros nos acomodamos como pudimos en los asientos delanteros.
Al poco tiempo de emprendida la marcha un humo de procedencia dudosa invadió todo el colectivo. Si nos paraba la policía en ese momento calculo que todavía estaríamos explicando el porque del olor en nuestras ropas. Era inevitable aspirar el humo de la alegría al mismo tiempo que los cantos de aliento a al club se iban intensificando. Primero comenzaron con un “a ver los de adelante, que pasa que no cantan” , y continuaron con amenazas verbales del tipo “al que no canta lo bajamos en la boca con el cu… roto” y frases por el estilo. Como era de esperarse tuvimos que cantar todo el viaje, improvisando las letras, algunas de las cuales escuchábamos por primera vez, al ritmo furioso de las palmas y algún que otro golpe contra las paredes del ómnibus, procurando no romper nada ni lastimarnos pero si demostrando el suficiente entusiasmo para no salir lastimados. En ciertos momento nos vimos totalmente desbordados a causa de un gordo de unos 120 kilos (siendo generoso en el cálculo) que le pareció atractivo el apoyabrazos de nuestro asiento para posarse encima y saltar al ritmo de las canciones que entonaba mientras golpeaba el techo del colectivo y nos gritaba “canten put…” y frases motivadoras por el estilo.
Durante el viaje hubo tres paradas, algunas obligatorias y otras propuestas por la hinchada. La primera fue en un quisco de la ruta. Mi hermano, sus amigos y yo permanecimos inmóviles en nuestros asientos mientras que un grupo generoso de hinchas bajaba a comprar provisiones. Varias cosas me llamaron la atención de esta parada, primero la rapidez con que realizaron las compras, en menos de cinco minutos volvieron cargados de decenas de botellas de todo tipo y color, y la otra es de donde obtuvieron los embases de cerveza correspondientes o en su defecto si el quiosquero les hizo el vale para un futuro reembolso del costo de los mismos. Por las dudas no preguntamos y seguimos viaje. Mi hermano, que estaba un asiento atrás del mío y compartía lugar con uno de los hinchas habituales, tuvo que viajar todo el viaje degustando los néctares que le acercaban. Como es costumbre en estas tribus urbanas, un no es considerado un desprecio siendo signo de debilidad y sinónimo de pelea, así que no le quedó otra más que probar una variedad interminable de bebidas.
La próxima parada fue en el segundo peaje de la autopista La Plata – Buenos Aires, creo que es el de la localidad de Dock Sur, donde a la derecha se puede apreciar varias torres monoblog de pintoresco aspecto. Los hinchas decidieron bajar a estirar las piernas, y como en las ventanas de los monoblog había banderas alegóricas de distintos clubes de fútbol que no coincidían con el nuestro, comenzó una batalla a base de insultos, amenazas y piedrazos, por un lado las decenas y decenas de habitantes de los monoblog y por el otro los efusivos no más de veinte hinchas que componían nuestro transporte. Cuando se cansaron de intentar llegar a las ventanas y luego de varios éxitos continuamos viaje. La tercer y última parada fue del tipo higiénica, el colectivo se detuvo en la avenida 9 de julio e Independencia, para que todos aquellos que desearan realizar sus necesidades, lo hicieran detrás de la hermosa arboleda porteña.
Como era de esperarse todos estos hechos fortuitos llamaron la atención de algunos agentes de la ley y los mismos decidieron proveernos de una escolta de elite, conformada por varios patrulleros, cuatriciclos y motos, para que no nos perdamos por el camino.
Si mal no recuerdo, era la primera vez que iba a la popular, siempre fui a la platea por una cuestión de comodidad. Sinceramente me siento más cómodo en la platea, no porque sean más cómodos los lugares y uno pueda estar sentado, sino por que en la popular uno se siente en la obligación de cantar todo el tiempo, quiera o no, igual que en el colectivo de ida pero con más gente amenazando, en cambio en la platea uno se puede dedicar a criticar y putear a jugadores, cuerpo técnico, referíes, etc, sin otra excusa de ser plateísta. No es que uno insulte por placer, es parte del folclore futbolístico, en mi caso solo insulto cuando miro fútbol y manejo, y en la popular de la cancha esto no se puede hacer.
Otra cosa que me llamo la atención de la cancha fue la organización de la hinchada. Unos jóvenes entusiastas recorren la tribuna entregando rollos de cintas de papel, globos y banderines, todos elementos imprescindibles para darle color al comienzo del partido. Lo raro de todo esto es que gran parte de este cotillón no es utilizado a la hora de ingresar el equipo a la cancha, sino a la hora de ingresar la barra brava, si así es, es más importante alentar a la barra brava que al propio equipo.
Otra cosa que me llamó la atención es que la hinchada no mira el partido, solo canta y salta dándole la espalda al campo de juego en todo momento, no se enteran del resultado del partido y da toda la impresión de no importarles.
Bajo todo este contexto debo confesar que me gustó la experiencia, si bien volví exhausto de tanto cantar, saltar y aplaudir y agravado con que perdimos el partido y volvimos todos sucios y con una mezcla de olores infernales, el solo hecho de festejar un campeonato del club que aliento desde pequeño, valió la pena.
Como nota de color se puede decir que a la vuelta viajamos casi solos en el colectivo y pudimos descansar de tanto trajín, el grupo de hinchas que nos acompañaba se quedó en los establecimientos del club, seguramente haciendo alguna que otra obra caritativa o bajo algún emprendimiento ecológico encabezado por Grean Peace, o algo por el estilo, y sinceramente no se los extrañó.
martes, 20 de noviembre de 2007
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1 comentario:
Es cierto! seguro que lo´´muchacho´ se quedaron haciendo alguna obra caritativa. La verdad es que yo aborrezco a ese genero de seres humanos que se dicen "hinchas" y que en realidad son todo lo contrario, tal vez por eso yo me alejé del futbol... por eso y por la falta se sangre que demuestran los jugadores que hoy en día parece que sólo les importa la plata... pero tambien es increible como egu tiene la facilidad de convertir cualquier situación en una anédota que termina haciendo nuestras delicias. Por favor seguí así y que haya egu por mil anos mas!!!
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