viernes, 23 de noviembre de 2007

Mi niñez en La Plata – Primera parte

Cuando llegamos de Misiones, los primeros meses de nuestra estadía en esta hermosa ciudad, fue en la casa de nuestros abuelos maternos. Dormíamos todos juntos en una de las tres piezas de la casa, y disfrutábamos de la amabilidad de la gente del barrio de Ringuelet.
Al ser de una provincia distinta y hablar con una tonadita típica y marcada, al principio éramos el blanco de las cargadas de los chicos del barrio, todavía me acuerdo del día que me dijeron “vos queres ser un mariposa”, y yo en mi inocencia dije de si, ganándome el apodo de mariposón por un buen tiempo. A pesar de estas marcadas diferencias culturales, nos adaptamos con facilidad, tuve mis primeros malones y las primeras novias de palabra (le decías “queres ser mi novia” y si la respuesta era positiva quedaba formado el lazo de palabra, sin obligaciones ni derechos algunos).
Con mi hermano empezamos a ir a jugar al fútbol al club del barrio y mi hermana realizó su corta carrera como bailarina clásica en el colegio del barrio. Mi paso como delantero por la categoría 79 del club paso sin que nadie notara mi presencia, jugaba cinco minutos por partido (porque era obligación que jugáramos todos), siempre perdíamos, nunca pude anotar un gol en un partido oficial y no recuerdo ninguna cara ni nombre de alguno de mis compañeros y no creo que ellos me recuerden a mi.
Con los chicos del barrio armé mi primer muñeco para año nuevo (el armado de muñecos de cartón rellenos con pirotecnia es una típica costumbre platense que hacen del deleite barrial cada 31 de diciembre) y hasta salimos en el diario local con nuestros nombres y todo.
A la tarde solíamos salir a pescar ranas en las zanjas del barrio, a jugar a las escondidas entre las casas en construcción, a juntar moras y ciruelas de los árboles de las veredas, eso si, a cuidarse de las gatas peludas de los árboles que podían hacer unas ronchas que no se iban más.
En Ringuelet me hice el primer corte de pelo en una peluquería que llego a recordar. El técnico de fútbol de mi hermano había puesto una humilde peluquería para la gente del barrio (cabe mencionar que aún sigue abierta pero con cinco empleados, y gracias a ella pudo construirse dos casas, varios ceros kilómetros y una lancha, así que tan mal no le fue). Nosotros con mi hermano, con nuestros siete y nueve años, fuimos a cortarnos ahí, por que a parte de conocerlo al peluquero, tenía una excelente atención y siempre les regalaba a los chicos un puñado de caramelos masticables después de cada corte de pelo. A la hora de la elección del corte se escuchó la pregunta de rigor que se escucha en cada salón masculino del planeta “cómo se quieren cortar”, y nosotros en nuestra mezcla de ignorancia e ingenuidad dijimos “bien cortito”, “¿que, pelado?”, y un contundente sí de nuestra parte. Así que nos volvimos a la casa de mi abuelo con nuestro puñado de caramelos, una sonrisa de oreja a oreja y ni un pelo en la cabeza.
En el verano nos pasábamos las tardes jugando al marco polo en alguna pileta de algún vecino y los fines de semana solíamos ir a un club de punta Lara donde trabajaba mi tío. Aún recuerdo el viaje en su fitito azul donde viajábamos mis tíos, mi madre, mis tres primos y nosotros tres, a parte de todas las cosas necesarias para pasar un día de pileta confortable. Éramos nueve personas en ese fitito que tan amablemente soportaba este maltrato y nos llevaba a disfrutar de los piletones de agua salada a orillas de la costa del río de la plata.
Aún recuerdo esas primeras navidades en la plata, el jugar con mis primos, el sentarnos alrededor de mi abuelo, el brindar con sidra sin alcohol, el compartir los cohetes que con tanto esfuerzo lográbamos comprar, el “salgan a prender los cohetes al patio chicos” mientras un grupo selecto se encarga de redecorar el árbol de navidad con los regalos, el ser siempre un montón de familia y el siempre haber lugar para uno más. Aún tratamos de conservar esta costumbre, aunque haya cambiado el escenario, aunque se hayan sumados algunos actores más, auque se estén esperando a los nuevos y recordemos a todos aquellos que ya no están.
Si bien mi paso por Ringuelet por la casa de mis abuelos fue corto, recuerdo con agrado esos momentos, a su gente, a ese barrio, a la mano de mis abuelos que nos recibieron en un momento tan delicado, a ese lugar que aun siento propio y que no pienso olvidar.

1 comentario:

LeO dijo...

Como dice "Primera parte" me imagino que viene por lo menos una más... la verdad es que se pone interesante. Es una buena manera de conocerte un poco más y esto explica claramente porque sos uno de los tipos más sencillos que conozco.
Seguí así (con el blog y con lo otro)
Un gran abraso de los tuyos