jueves, 13 de septiembre de 2007

Inundados

Cuando llegamos de Misiones y decidimos establecernos definitivamente en La Plata, surgió el tema de comprar una casa, elegir una zona habitable con lo que se pudo rescatar de la venta de nuestra humilde morada misionera.
Luego de un arduo trabajo de búsqueda, y una rigurosa selección, quedaron solo dos alternativas posibles a nuestro presupuesto: irnos a vivir a Ringuelet, frente a las vías del tren (esta opción fue descartada por las vibraciones sísmicas que se producían cada vez que pasaba el tren) o irnos a vivir a Gonnet Bell, en frente al arroyo Rodríguez. Luego de un censo a los vecinos del barrio de Gonnet, mis padres llegaron a la conclusión de que era una buena zona para vivir, hacía muchos pero muchos años que no se inundaba, las calles eran de tierra así que no pasaban autos (si lo hacían no podía ser a más de 10 km/h por que se quedaban sin tren delantero a la media cuadra), y era una zona segura sin grandes emprendimientos que corten la paz y tranquilidad que brinda un barrio (lástima que no había un brujo para predecir que unos años después aparecería Escándalo Bailable, arruinando toda la armonía que se puede desear).
A la semana de haber ceñado la casa hubo una tormenta muy grande (Santa Rosa para los creyentes; siempre es Santa Rosa, no importa si es enero o agosto, total se puede atrasar o adelantar) y mis padres fueron a ver como estaba el barrio, ver si se complicaba para pasar con el auto o cosas por el estilo. Lo que encontraron fue un desbordamiento del arroyo con unos cincuenta centímetros de agua adentro de la casa. Mi madre en la desesperación no quería más que mudarse en frente de las vías (nadie se muere del ruido pero ahogados si) sin importarle peder la seña (importante en comparación al precio total de la casa). Mi padre, usando sus poderes de convicción (y luego de administrarle unas cuantas botellas de vino blanco) la convenció de que era muy improbable que volviese a pasar, que había sido simplemente un caso aislado, que no había por que preocuparse. Así que terminamos por mudarnos en frente del arroyo.
Años después, en otras de esas tormentas, escuchamos como mi padre gritaba que a nadie se le ocurriese bajar de la cama. Había alrededor de diez centímetros de agua adentro de la casa y mi padre tenía miedo de que alguno nos quedásemos pegados, así que esperamos a que desconecte la luz y empezamos con el trabajo de recolección de objetos propensos a destruirse por el agua, es decir, electrodomésticos, muebles, adornos, todo lo que al mojarse se pudiese arruinar, o sea todo. Al mejor estilo tetris, acomodamos como pudimos la mayor cantidad de cosas posible arriba de la mesa y de la cama cucheta, y nos fuimos a la casa de mis abuelos a esperar que pare la lluvia. Mi padre se quedó cuidando nuestras pertenencias (vaya uno a saber cuidando qué, si nada valía la pena ser robado, a parte quien se va a meter en una casa inundada a robar, y si lo hacían que iba a hacer mi viejo). Espero a que nosotros nos marcháramos y, como calculo que hacen la mayoría de los héroes en situaciones extremas, se acostó a dormir de nuevo, abrazado a unos libros viejos y una procesadora. Al tiempo nos confeso que a la noche le habían agarrado ganitas de ir al baño, a defecar para ser exactos, el problema era que el inodoro estaba bajo agua (¿como hará Acuaman para ir al baño no?), así que utilizando al máximo su ingenio misionero tomo un bols y defecó ahí adentro, luego, para deshacerse de la evidencia, lo arrojó en dirección a la calle y observó como el recipiente se alejaba haciendo sapito.
Al día siguiente volvimos y nos encontramos con lo peor de una inundación, la resaca que deja, una montaña de mugre, barro y basura que se apodera de todo a su paso, muebles, paredes, pasto, nada se salva. Mi madre con mucha paciencia y con un poco de ayuda nuestra fue la encargada de sacar la casa adelante.
Según especialistas del ramo, nosotros no nos inundamos por el desbordamiento del arroyo, sino por el desborde las cloacas. Así que mi padre terminó comprando una cámara antiinundación (una especie de paleta que iba en la boca de la cloaca que dejaba que pase el agua de nuestra casa hacia fuera y no en sentido inverso) que no fue ni más ni menos que una verdadera estafa (una de las muchas boludeses que compraría a lo largo de su vida).
La última inundación que nos tocó vivir fue unos años después, lo lindo de esta última fue que nos agarró al mediodía, así que pudimos apreciar la evolución del arroyo, pudimos ver como iba creciendo poco a poco hasta apoderarse de toda la calle. Cuando el agua tocó la pared de la casa y ya no se podía distinguir el arroyo de la calle, decidimos abandonarla una vez más. Lo que no nos dimos cuenta era que el auto (un hermoso Taunus modelo 80) ya tenía tapado el caño de escape de agua, por que no se pudo arrancar y hubo que encadenarlo a un árbol y a una columna de luz.
Al ya conocer el procedimiento, las tareas de evacuación fueron más rápidas, tomamos nuestras cosas y salimos. Recuerdo que al abrir la puerta fue como abrir la compuerta de una represa, entró todo el agua junta. Es increíble lo rápido que crece el agua, con decirle que cuando salimos del Taunus solo se veía el parabrisa y el techo, el resto estaba bajo agua, aún tengo presente el movimiento zigzagueante del auto por la fuerza del agua.
Por supuesto que no todo son malas en las inundaciones, un gran amigo, que tiene un espíritu muy aventurero y audaz, aprovechaba estas ocasiones para hacer uso de su canoa y navegar por el arroyo como si estuviese en Venecia. A parte siempre algún regalito te dejaba el arroyo, algún juguete de algún otro chico, unas botellas de plástico y vidrio que si fuese cartonero me vendrían muy bien, y muchas cositas más.
Años después, y luego de una ardua lucha por parte de los vecinos, la municipalidad terminó dragando el arroyo, terminando de esa manera con las inundaciones en la zona, pero uno, como era un desconfiado, cada vez que llovía terminaba levantaba las cosas del piso para que no se arruinen.
De todos modos agradezco a la vida haberme colocado en frente del arroyo. Los recuerdos de mi niñez en ese arroyo son incontables e inolvidables, era como estar viviendo en Misiones pero a pocos kilómetros de una urbe importante. En ese arroyo afiancé todos los lazos que me unen a mis amigos, casi todas las anécdotas de mi niñez nacen de ahí, no me imagino la misma sin el arroyo. Pero como todo lo bueno tiene que acabar terminamos por mudarnos al centro de la ciudad, a un primer piso, no vaya a ser cosa que se inunden las veredas y nos entre agua una vez más.

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