lunes, 30 de julio de 2007

Los trabajos de Egu Segunda parte

Luego de mi primer fracaso universitario (empecé diseño gráfico, pero al enterarme que tenía que gastar como cincuenta pesos en tres pomos de acuarelas decidí dejarlo) salí a buscar trabajo, diario en mano y todo. Caí como vendedor de cursos de computación para una empresa de no muy conocida reputación (nunca oí que nadie haya hecho un curso ahí). Como la mayoría de los trabajos de vendedor, te pagan a porcentaje de lo que vendas y te exigen una venta mínima mensual. Nos capacitaron por una semana (unas charlas deprimentes de técnicas erróneas de cómo generar la necesidad de capacitarse en gente que no tiene la menor intención en hacerlo) y nos llevaron a vender a Berisso (ciudad aledaña de La Plata) más precisamente a un barrio de muy bajos recursos. El verso era así, teníamos que golpear en las casas y decirles que fueron los felices ganadores de una beca para hacer una capacitación en computación en un afamado instituto de La Plata (los cursos valían alrededor de 800 dólares y con la beca pagaban la mitad, un robo). Para que practiquemos nos dieron unos formularios para llenar así podíamos hacer acreedores del premio a nuestros amigos y familiares (unos gauchos totales los del instituto). Mucho no dure, si mal no recuerdo fueron cuatro días y no fui más, total nunca me habían hecho firmar nada, no tenía nada que me ligue al instituto, ni a favor ni en contra. Lo que desencadenó mi renuncia fue la visita a uno de los “ganadores”. Cada uno de los nuevos vendedores iban acompañados por un instructor, el cual nos enseñaba a vender y a convencer a la gente. Golpeando y golpeando llegamos a la casa de un señor de unos cincuenta años de edad. Mi compañero empezó con la venta de los cursos con el discurso clásico que nos enseñaron. El buen hombre lo interrumpió con el mayor de los respetos y le dijo que ese no era buen momento, que se había separado de la mujer hace poco tiempo, que la misma se había llevado a sus hijos y todo lo de valor que había en la casa, que no tenía tiempo ni dinero para comprar un curso y que en lo único que pensaba era en suicidarse. Mi compañero, en un acto de buena fe, le dijo que no cometa esa locura, que la mejor opción para él, para salir de esa situación, era adquirir un curso de los que vendíamos nosotros, capacitarse, conseguir un excelente trabajo y recuperar a su familia. En ese momento me di cuenta que no tenía el carácter para ser vendedor, nunca podría llegar a ser tan caradura.
Como me quede sin trabajo empecé a estudiar peluquería de caballeros y niños. Al terminar el curso empecé a cortar a domicilio. Debo confesar que no era muy bueno, la peluquería se aprende con la práctica y mucha yo no tenía, pero como los que me llamaban, eran la mayoría jubilados a los que no les interesaba la apariencia, no tuve mayos dificultades en probar.
Al mismo tiempo salía de mañana a vender quiniela por la calle con una maquinita que le habían entregado a mi viejo. Era como las máquinas actuales on-line de venta de juegos que se pueden ver en todas las agencias, pero portátil de cintura. Se llamaba off-line y se suponía que iba a revolucionar la venta de juegos de azar ya que combinaba lo mejor de los dos mundos de la quiniela, el poder ir a domicilio del cliente (como la quiniela clandestina) y la tranquilidad de jugar a la quiniela oficial. Pero mucho no anduvo, después de dos meses lotería de la provincia sacó todas las maquinitas de la calle y se la llevaron al interior, donde todavía pueden verse y si funciona realmente.
Al tiempito salió la oportunidad de adquirir una fotocopiadora al frente de un ministerio. Así que nos asociamos con mi madre y mi hermana y la compramos. Otra buena lección es que nadie te vende nada que este funcionando y haciendo dinero, no sean ilusos, papa Noel no existe. Dentro de lo mal que andaba la fotocopiadora, me permitía ir a la facultad y sacar unos pesos para los gastos diarios. Lo bueno es que empezamos a ampliarnos, adquirimos una fábrica de sellos de goma, empecé a hacer tarjetas personales, volantes, tarjetas de casamiento, etc. Todo lo diseñaba yo, lo imprimía con mi pc y sacaba algunos pesos extra.
Al poco tiempo salió la oportunidad de adquirir la peluquería de un vecino del negocio de mi padre. El hombre tenía que viajar a España y la vendía por la suma de cincuenta pesos, mobiliario (sin herramientas), llave del local y la clientela que pudiese rescatarse ya que tenía cerrada hace dos meses. Por supuesto que la compre sin pensarlo y la acondicione a mi gusto abriendo la puerta a un nuevo emprendimiento personal. De mañana iba mi cuñada a atenderla y a partir del mediodía, cuando volvía de la facultad (había empezado ingeniería en sistemas, una de las mejores decisiones de mi vida) me hacia cargo yo. Los primeros meses anduvieron muy bien, mucha gente muy conforme, pudimos hacer una diferencia. A partir de septiembre de 2001 (si, el mes del atentado a Estados Unidos) empezó a decaer el negocio, cada vez entraba menos gente y se veía la moda hippie más seguido en la calle, hasta que por fin en diciembre de 2001 entramos en pérdida y decidí cerrar.
Como no podía estar quieto empecé a cortar a domicilio, casi todos clientes de mi vieja peluquería, y mientras tanto vendía tarjetas personales y volantes.

(Cantidad de faltas de ortografía detectadas por el Word = 13)

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