miércoles, 11 de marzo de 2020

Alfajor de Maisena


Él la vio a Ella por primera vez en un recreo del colegio secundario. Ella junto a otros compañeras vendían alfajores de maisena con la intensión de juntar fondos para la fiesta de egresados de los de 5to. Le cautivó inmediatamente sus ojos y su sonrisa. No pudo dejar de verla hasta que Ella lo miró a Él. Apartó la vista como si nada hubiese pasado pero se sintió nervioso, inquieto, como si hubiese estado haciendo algo malo.

A los pocos segundos sintió un ‘disculpá’ al lado de él. Ella lo miraba y le ofrecía un pedacito de alfajor.

      -          Son caseros, ¿te gustaría probarlo?

Él no podía creer que justo Ella le estuviese hablando y mirándolo directo a los ojos. Solo atinó a negar con la cabeza. Ella le regaló una sonrisa y se alejó.

Pasaron los días, averiguo su nombre, su dirección, su teléfono, pero nunca dejó de buscarla en los recreos, mientras sus compañeros jugaban o conversaban, Él buscaba su mirada para volver a sentir lo de la primera vez. Nunca se animó a hablarle.

Una noche de un sábado de noviembre justo antes de terminar las clases y sabiendo que no volvería a pisar el colegio ni a verla Él tomó coraje y la llamó por teléfono, una voz ronca preguntó ‘¿quién es?’ y asumiendo que era el padre de Ella colgó el teléfono sin pronunciar palabra.

El tiempo pasó y la fue olvidando, comenzó la facultad, se enamoró, se puso de novio, se recibió, comenzó a viajar todos los días 75 km para llegar al trabajo, se casó y continuó viajando.

Una tarde le comentaron de un nuevo servicio en el tren, uno diferencial, más caro de lo normal, pero que garantizaba que en 1 hora llegaría a su casa y viajaría cómodo. Decidió empezar a usarlo y mientras hacía la cola para subir al mismo volvió a verla. Al principio no la reconoció, le pareció hermosa y algo familiar. Hasta que Ella se dio vuelta y lo vio directo a los ojos. Al reconocerla apartó la vista sin pensarlo. Desde ese día comenzó a utilizar el servicio diferencial del tren solo para cruzarse con Ella. Sabía que la mayoría de las veces viajaba con dos amigas y que casi siempre subían al último vagón. Comenzó a salir temprano del trabajo para asegurarse un asiento en el último vagón, y verla aunque solo fuesen unos segundos. Anhelaba con todo el alma que Ella lo viera y le sonriera, pero cada vez que sus ojos se cruzaban Él apartaba la vista.

A los meses cambio de trabajo, mejor puesto, mejor salario, mayor responsabilidad. Pudo construir su casa junto a su señora tener su primer hijo. Cambio el tren por el colectivo para poder llegar más temprano y volvió a olvidarse de Ella.

Las mañanas y las tardes se le iban en sus viajes en colectivos. Su vida fue pasando rápido, su hijo fue creciendo, y él envejeciendo. Una mañana cualquiera se despertó a mitad de un viaje en el colectivo y le pareció que Ella viajaba a su lado, mirando hacia él, pero dormida. Se preguntó si a propósito Ella había elegido ese asiento para viajar a su lado, si lo había reconocido y había buscado dormir aunque sea un ratito a su lado. Mientras volvía a perderse en el sueño intento memorizar su rostro, sus pecas, sus rasgos, sus arrugas, sus detalles.

A partir de ahí comenzó a soñar con ella, con vidas paralelas, con romances, viajes, peleas, a veces ella era rubia, a veces morocha, a veces flaca otras altas como él, pero él sabía que siempre era ella, aunque no lo pareciera. Esas mañana se despertaba con una sonrisa, cantaba, cocinaba, bailaba un tango en frente de un video de youtube del polaco Goyeneche. Esas mañanas era feliz.

Un caluroso y llovioso lunes de febrero llegó corriendo a la parada del colectivo y ahí estaba Ella esperando. Subieron juntos y la cantidad de gente hizo que viajaban casi pegados. Se sentía el olor a humedad en el ambiente y la tensión entre ellos. Él hacía que leía un libro, Ella que miraba el celular, pero no podían evitar buscar momentos para mirarse mutuamente. Llegaron a destino y se perdieron, pero Él se quedó con una pista de cómo hallarla, de dónde buscarla. Al día siguiente volvió a la misma parada y otra vez estaba Ella esperando. Subieron juntos y quedaron parados uno muy cerca del otro, varias veces intentó hablarle, pero no le salían las palabras, temía quedar como un atrevido, un acosador o un boludo. El miércoles llegó y Ella no estaba en la parada, pero justo cuando Él estaba por subir Ella apareció corriendo y quedó viajando a su lado. No podía evitar mirarla, pero cada vez que Ella lo miraba volvía a apartar la vista. Le gustaba, le encantaba, ella era la mujer de sus viajes, de sus sueños, pero casi nunca los sueños se convierten en realidad, y porque justamente ese debía ser la excepción. Cuando llegaron a destino ambos bajaron en la misma parada, Él se fue corriendo a tomar otro colectivo interno y lo perdió, cuando llegó el siguiente Ella apareció entre la gente y subió un segundo antes que Él. Ella lo vio y se le tensaron los músculos de la cara, Él supo que Ella lo había reconocido. Se sentaron en espacios separados, Él sacó su libro, Ella su celular. Viajaron juntos hasta afueras de la ciudad, cuando Él se paró para bajarse Ella se paró y se quedó mirándolo. Él bajo primero y caminó hacia la izquierda, juntó todo el coraje que creía olvidado y decidió hablarle por primera vez en su vida, habían sido muchas coincidencias para un solo día, los dioses estaban jugando con ellos, buscaban que se juntaran sus destinos, sus vidas, y quien era él para contradecirlos, pero al darse vuelta Ella había caminado hacia el otro lado, y la dejó ir. Hubiese cambiado todo en ese instante por estar con Ella. No le importó si su esposa y su hijo lo esperaban, él quería mirarla a los ojos y hablarle aunque solo fuese una vez, pero en vez de eso la vio alejarse lentamente hacia el otro lado.

Su hijo fue creciendo, terminó la primaria, el secundario, la universidad. Él fue cambiando de trabajo, probó ser jefe, gerente, supervisor, pero decidió volver en sus últimos años de trabajo a ser un simple programador. Como seguía viajando cada día solo pretendía estar lo menos posible en la oficina. Su mujer se enfermó y enfrentaron juntos tres veces a la quimioterapia. La última no la soportó. Enviudó y todos sus conocidos, amigos, parientes lo saludaron con un abrazo y un lo siento. Casi habían sido 40 años juntos. Él no había estado con nadie más en ese tiempo, no había tenido otro amor, o no material. Su último año  de trabajo se lo regalaron, le pagaron una indemnización generosa y cambio los viajes de trabajo por los de turismo. Cada vez que se subía a un avión tenía la esperanza de volver a verla a Ella, la buscaba entre la multitud, buscaba su rostro envejecido, arrugado, pero suyo.

A partir de los 70 años sus días comenzaron a transcurrir entre las plazas y su nieto. Todos los días se levantaba temprano, desayunaba y salía a caminar. Al mediodía pasaba por lo de su hijo y cocinaba para su nieto, lo vestía, lo alimentaba y lo llevaba al colegio. A la tarde pasaba a buscarlo y lo ayudaba con sus deberes. A la noche volvía a su hogar a leer o mirar alguna serie. Una tarde su hijo le pidió si podía llevar al niño a un cumpleaños, como había que quedarse su hijo no podía hacerlo. Él aceptó gustoso. Llegaron, les abrieron, el niño salió corriendo hacia el pelotero y Él se quedó saludando. Al final del salón una señora de espaldas sostenía una bandeja con alfajores de maisena, al darse vuelta era Ella. La reconoció al instante y no pudo evitar sonreír por reflejo. Ella lo vio y le temblaron las manos.

       -          Son caseros, ¿te gustaría probarlos?
       -          Más que nada en este mundo – le respondió con una sonrisa
       -          ¿Y? ¿Qué te parecieron?
       -          Nunca comí algo tan rico en mi vida – le dijo mientras se presentaba con su nombre y apellido y se atrevía a tomarle de la mano.

Nunca es tarde en la vida para aceptar un alfajor de maisena.

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