jueves, 23 de junio de 2011

Añoranzas

Extrañaba el tren, debo admitirlo.

Ayer, a la vuelta del laburo, tuve que decidir, combi arriesgándome al embotellamiento post partido Gimnasia-Huracán en la cancha de Boca, o el viejo, lento, oxidado y maloliente tren un día de lluvia.

Elegí la segunda opción, le había prometido a Santi llevarlo a maman feliz, y si me agarraba una eterna caravana no hubiese podido cumplir mi promesa, y las promesas entre Santi y quien escribe son sagradas (ni siquiera el partido donde River se jugaba la historia en Córdoba me hizo cambiar de opinión)

Salí 5 minutos antes del laburo para llegar al rápido, corrí entre los pasillos inmensos de Constitución, esquivando gente, intentado evitar ser atropellado por alguna bici, buscando la fila con menos cola para comprar más rápido el boleto y soñar con un asiento vacío. Luego llegaría el correr al borde del andén al escuchar la sirena, el colgarme del estribo intentando no caerme hacia un costado, y por último ingresar al vagón, apretado entre tanta gente, entre vendedores con ofertas de pañuelos descartables, galletitas para el viaje, golosinas, cds y dvds pirata, y cientos de productos inútiles.

Me tomé del respaldo de un asiento como pude, saqué un libro prestado de la mochila, e ingresé a uno de los tantos mundos paralelos que nos regala la literatura. Extrañaba perderme entre letras, vivir la historia que creo otro, imaginar lugares, situaciones, momentos, sensaciones. Extrañaba leer, tener tiempo para hacerlo.

Con la combi no tuve muy buen resultado. Cuando la consultora me ofreció el cambio pago para que viaje más cómodo, me pareció una buena oferta, pero jamás hubiese imaginado que perdería algo tan valioso como la lectura.

En mi vida solo caben dos momentos para leer, cuando voy al baño o cuando viajo. El problema de leer en el baño es que no lo puedo hacer por mucho tiempo, porque a los pocos minutos se me duermen las piernas, así que puede llevarme meses llegar al final de un buen libro, por más ganas que tenga de terminarlo. En el viaje de ida al trabajo me duermo, aunque siempre intente retomar la historia leída, el sueño termina por ganarme, las letras se pierden entre los ojos medios cerrados y tengo que volver a releer varias veces el mismo párrafo. Sólo me queda el viaje de vuelta del trabajo, pero en la combi esto era imposible, cero luz en el habitáculo, asientos incómodos, muy pero muy poco espacio.

Con el tren me pasa lo mismo que con mi vieja, no se si la extraño a ella o a sus milanesas, si extraño su compañía incondicional o el que me pregunte ¿cómo estuvo tu día? y tenga realmente muchas ganas de escucharlo.

El tren es como cualquier persona que conozcamos, esta llena de defectos, de horrorosos e inmensos defectos, hay momentos que los odiamos, que desearlos no volver a verlos, que maldecimos el momento que los conocimos, que juramos y rejuramos no volver a estar a su lado, pero hay algo que nos hace extrañarlos, quererlos, buscarlos, todos tenemos un algo único, hasta la peor de las formaciones del ferrocarril Rocca, solo hay que tener el don de poder encontrarlo.

1 comentario:

quito dijo...

jaja, me pasó algo similar con el bondi... antes, cuando vivía en parque patricios, me tomaba el 28 para ir y volver del trabajo... lo odiaba y esperé ansioso durante 4 años para mudarme donde tuviera el subte cerca (porque las promesas nunca hicieron llegar la H al parque)

después de 2 años tomándome el A para ir a trabajar, hace unos meses volví a subirme al bondi, cansado de que el subte fuera hasta las bolas o que en lugar de 3 minutos tardaran 15...

me di cuenta q extrañaba al bondi... tiene su cosa linda, sobretodo el hecho de ir al aire libre, viendo la calle...

q.