viernes, 15 de octubre de 2010

Un día raro

A la mañana, antes que me pasen a buscar para venir hacia el trabajo divisé dos cartoneros a caballo. No tiene sentido que anden a las seis y media de la mañana por la calle, no hay nada que juntar en las veredas, por eso me extrañó haber encontrado dos (ni siquiera uno) en ese horario. Pienso en que regalarles, ofrecerles dinero por su esfuerzo, subir de nuevo al departamento a buscar algo. Los sigo con la mirada mientras se pierden por la esquina, mientras doblan sus caballos sin terminar de decidirme si sería correcto ofrecerles algo. Esto me preparó para pensar que este día no iba a ser un día más, un dia como cualquier otro.

Al mediodía almorzamos rapidito y me escapé a recorrer el barrio. Constitución no deja de darme sorpresas (casi siempre de las malas) y hoy no iba a ser la excepción. Noté que los sin techos que habían corrido de abajo de la autopista se reubicaron sobre los laterales de la mismas. Sus casas improvisadas a base de cartones, maderas y bolsas de consorcios, sus baños el cordón de la vereda y una pérdida en un caño que utilizan sin cesar, sus comodidades nulas, sus presente nefasto, su futuro…, ni pensarlo. Los miro y me pregunto como los podría ayudar, ni siquiera el gobierno con sus 700 pesos de subsidio pudo con su estilo de vida, qué iba a lograr yo sólo un día de oficina.

Doy una vuelta y cuando vuelvo a trabajar un cuerpo tirado en el suelo me pide unas monedas. Por mera costumbre sigo de largo haciéndome el distraído, me detengo de lleno, meto la mano en el bolsillo, saco unas monedas (lo que logro encontrar) se las entrego y continúo con mi vida. Nunca voy a terminar de entender si esta postura es correcta o no, si uno está incentivando un vicio, ayudando a que la persona se hunda aún más en su miseria o verdaderamente está haciendo una obra de bien. Sigo caminando con la cabeza gacha deseando que el dinero se destine a la compra de algún tipo de comida.

Giro la esquina y me encuentro con tres muchachos gritando. “Pasa no te vamos a hacer nada” “No fuiste cagón para salir así no vas a ser cagón ahora” “Al final sos más maricón de lo que pensaba”, observo sus rostros satisfechos, divertidos por alguna situación y observo que los gritos estaban destinados a un travesti que se escondía detrás de una columna, a escasos centímetros de la entrada a un supermercado. Paso ante él y le escucho “No se las voy a hacer fácil, uds me quieren lastimar” y sigo caminando. A unos pocos metros me detengo, vuelvo a observar la escena e intento descifrar qué debo hacer al respecto. Si vuelvo y me enfrento a los muchachos ya seríamos dos los destinados a la paliza, aunque intente dialogar con ellos, eso no les va a importar, si llamo a la policía ¿qué les digo? ¿Qué unos pibes están bardeando a un travesti? ¿Por ese motivo van a enviar un patrullero? Continúo caminando sin saber de nuevo como actuar, si debería actuar, si a mi me corresponde actuar.

Regreso en el tren después de un día agotador de trabajo. La misma rutina, viajar como sardina hasta Quilmes, de ahí esperar que se desocupe algún asiento, apoderarme del mismo rápidamente y continuar mi camino hacia La Plata esperando que nada raro suceda. Llegando a la estación de Tolosa ya somos pocos los que quedamos arriba del tren, unos chicos (de 14 o 15 años) pasan corriendo por el pasillo, uno se detiene al final del vagón, abre la puerta del mismo y espera a que se detenga el tren en su parada. Cuando ya no hay movimiento, vuelve sobre sus pasos, a gran velocidad toma el bolso de un hombre que dormitaba en el asiento, salta del vagón y sale corriendo perdiéndose por unas callecitas angostas al costado de las vías. Amago a pararme (por puro reflejo, sin pensarlo) y veo que el pibe ya me llevaba media cuadra de ventaja. El hombre me mira, lo miro, me encojo de hombros, me dice “voy a hacer la denuncia”, “si necesitas un testigo avisame” le respondo, y lo veo perderse por el pasillo del tren hacia el fondo. Pienso en que podría haber hecho, quizás si salía corriendo hacia mi lado habría podido ponerle la pierna al joven para cortarle la carrera, quizás lograba que se cayera, que se golpee, que se rompa alguna parte de su cuerpo, quizás en ese momento lo hubiese controlado, lo hubiese detenido, hubiese ayudado al hombre que estaba siendo víctima de un asalto, quizás me hubiesen denunciado por mal trato a un menor sin importar las circunstancias del maltrato, quizás me hubiesen acusado, condenado, encarcelado por lastimar a una víctima y no a un victimario. Me vuelvo a sentar pensando que a veces no se puede hacer nada aunque se tenga la intención de hacerlo. Me siento con bronca, con angustia, me siento desmotivado.

Un día difícil, un día que logro darme cuenta que aunque quiera no logro ayudar, jamás consigo ayudarlos.

3 comentarios:

Jorge A. Lozano dijo...

Nada diego eso se puede hacer ante todas las situaciones que planteaste, o mejor dicho si se puede hacer seguir tu camino como lo hiciste varias veces.

quito dijo...

el drama de no hacer nada es que uno con esa actitud permite que sigan sucediendo esas cosas, y se alimenten incluso... entiendo que te hayas sentido impotente porque es difícil reaccionar sin siquiera pensar qué hacer, pero lo importante pasa por de golpe empezar a plantearlo, a buscar que haya una solución, a tratar de construir otra manera de pensar... lamenttablemente descansamos en la culpa de los demás, de la policía, de los políticos; eso nos alivia de la culpa... pero guarda q no nos pase algo a nosotros, porque ahí la pregunta no va a ser "porqué pasan estas cosas?" sino "qué podría haber hecho yo para q no sucediera?" y la verdad creo q la pregunta cabe hacérsela antes que después...
vale que ese día haya sido raro, pensemos, rompámonos la cabeza, para que no deje de ser RARO para convertirse en NORMAL...

acá te dejo una mirada más que interesante de un chaval que estuvo del otro lado, que convive el otro lado, que está queriendo salir y cambiar las cosas: http://camiloblajaquis.blogspot.com/2010/08/inseguridad.html

ojalá todo empiece a sumar...

abrazo

q.

Richard dijo...

Lo más loco es que no se puede "hacer nada"... seguir de largo es también hacer algo.

De chiquito pensé que la vida era muy difícil, después me acostumbré a pensar que no lo era tanto, y ahora de grande volví a recordar por qué la vida me parecía que iba a ser difícil. Responsabilidades... de las verdaderas.