Me vi de pantalón corto, usado, viejo, zapatillas marrones que alguna vez fueron blancas, una remera con el escudo de un club que no llegaba a reconocer, todo dos talles más de lo que hubiese sido lo adecuado. Me vi los brazos flacos, pequeños, sin pelos, las piernas moretoneadas y algo chuecas, me toque el rostro y era suave, como nuevo, sin barba, sin acné, sin arrugas del tiempo. El pelo lacio en la frente me molestaba, por alguna razón ya no existía mi jopo negro; patillas cortas, algo desprolijo. No sentía cansancio ni dolor, las rodillas ya no me molestaban por el sobrepeso, la uña encarnada del pie izquierdo solo era un mal recuerdo.
Reconocí la Plaza de mi barrio, la calesita, el pelotero. La heladería de la esquina ya no existía, en su lugar vendían ropa de cuero. Las casas de María Rosa y de la señora de los perros eran grandes edificios, las calles estaban gastadas y los árboles secos.
Me senté en el pasto verde del parque y empecé a mirar a la gente que pasaba a ver si podía reconocerlos. Todos me parecían iguales, todos eran algo familiares pero extranjeros. Un chico a lo lejos jugaba solo a la pelota, la pateaba, corría a buscarla, la tiraba para arriba, la cabeceaba, la volvía a tomar y comenzaba todo de nuevo. Algo en ese chico me era familiar, quizás era su pelo, quizás su rostro bello, quizás fue el protagonista de alguno de mis sueños. Me acerqué y quise hablarle, pero sus grandes ojos marrones me recordaron a Santi de pequeño. Mire en detalle su rostro y decubrí una pequeña y casi perdida cicatriz a la altura del cachete izquierdo.
- Hola, disculpame
- Si.- Me dijo mientras paraba el fútbol con el pie
- ¿Vos por casualidad no te llamas Santiago?
- Si, ¿nos conocemos?
- No creo, bah sí, pero si te cuento no me vas a creer. ¿Puedo jugar con vos a la pelota?
- Dale, si querés yo atajo, armamos un arco con las remeras, ¿te parece?
- Dale – le dije, y ambos nos pusimos en cuero.
Fue raro darme cuenta que Santi tenía tantos lunares como yo, de bebé solo tenía algunas manchas perdidas, se ve que nos crecen con el paso del tiempo.
- ¿Como te llamas?.- Me preguntó
- Diego
- Igual que como se llamaba mi papá
Un frío aterrador me recorrió el cuerpo.
- ¿Cómo se llamaba? ¿Qué, ya no vive más?
- No, murió cuando yo tenía seis años
Santi se puso en posición para atajar, yo tenía la pelota en los pies, la vista perdida y un temblar extraño en los dedos.
- ¿Jugamos?
- Si, disculpá.- Le dije y le pegué despacio a la pelota. Santi la atajo con el pie sin mayor esfuerzo.
Lo miré a los ojos y no supe como reaccionar, la sola idea de que yo podía estar muerto me hizo olvidar el resto de los detalles imposibles del momento, el que volviese a tener 12 años podía ser un sueño, el estar jugando al fútbol con mi hijo de mi misma edad simplemente un deseo, pero la sola idea de que estuviese muerto cambiaba todo de contexto.
- ¿Cómo que está muerto tu padre? ¿Cómo le pasó eso?
- Un accidente de autos, volvía del trabajo y chocó de frente con un columna, parece que alguien lo encerró o algo parecido y no pudo reaccionar a tiempo, mis tíos que lo acompañaban se salvaron, él no, la columna le dio de lleno.
- ¿Tus tíos?
- Si, los amigos de mi viejo, los compañeros de trabajo con los que viajaba todos los días, desde que pasó lo del accidente que están siempre al lado de mi vieja y de mi, es como que tienen algo de miedo por nosotros
- ¿Tu vieja? ¿Cómo se repuso ella?
- Bien, bah, no sé, se hace la fuerte, pero para mi que lo extraña mucho, no es fácil llevar una familia siendo madre y padre a la vez
- ¿Y vos? ¿lo extrañas a tu padre?.- Intenté hacer la pregunta sin que se me noten los nervios, pero fue inevitable que el “dre” patinara al final de la oración.
- Mucho, siempre jugábamos y me ayudaba con todo, me explicaba las cosas y veíamos películas, si bien hago todo eso con mi madre no es lo mismo, con mi viejo teníamos otra onda, era como jugar con un amigo, me hubiese encantado poder haberle dicho todo lo que lo quería y haberle dado aunque sea un último beso.
No supe que decir, no supe que pensar ni como reaccionar. Sentí la pelota de cuero golpearme el tobillo, y tragué la saliva acumulada en la boca desde hace tiempo. Lo miré a Santi y noté que volvía a ponerse en posición de arquero, como dándole fin a la charla, como cerrando el interrogatorio insistente de un desconocido, de alguien que preguntaba sobre su vida como un reportero.
Lo vi distinto, sin su risa eterna, lo vi tratando de continuar su vida sin pensar en el pasado, sin tantos porqué ni tantos cómo que se debe haber cansado de preguntarse hace tiempo. Lo vi hecho un hombre de 12 años y me pareció injusto. Era sólo un chico, un nene pequeño.
Le pegué a la pelota con fuerza, con bronca, como si el balón tuviese la culpa de un destino macabro y adverso. Le pegué con rabia haciendo que me doliera el pié derecho.
Lo vi a Santi volar a atrapar la pelota, lo vi estirarse, intentar llegar como sea a su encuentro. Lo vi tomarla sin dar rebote, como si todos los problemas de su vida estuviesen dentro de ese esférico. Lo vi controlar su vida, hacerse cargo de ella con su mejor esfuerzo.
- Muy buen tiro.- Me dijo mientras se levantaba del suelo.
Sólo pude sonreírle y seguir pegándole a la pelota de cuero. Varios minutos jugamos, varias horas o días o milenios, el tiempo se detuvo para que juguemos, éramos dos chicos pegándole a una pelota, disfrutando de un simple juego.
Cuando empezó a anochecer tomó su remera y se la puso, se me acercó y me dijo:
- Gracias por jugar conmigo, hace rato que no me divertía tanto.
- Gracias a vos.- Le dije, y le di un abrazo aguantándome las ganas de decirle "yo también te quiero".
Lo vi alejarse con la pelota debajo del brazo, sus piernas blancas y moretoneadas, su ropa sucia, su pelo mojado por el sudor. Me senté en la plaza, en el pasto, vi como se iba mi hijo con las últimas luces del cielo, vi lo mejor de mi irse esa tarde desde el suelo.
miércoles, 16 de diciembre de 2009
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