jueves, 24 de diciembre de 2009

Ho Ho Ho

- Che, cantinero, una cerveza bien helada por favor.

El cantinero se dio media vuelta y vio sentado en la mesa dos a un hombre disfrazado de Papá Noel, gorro de costado con un pompón en la punta de color blanco (aunque a esta altura de la noche ya estaba gris por el uso), campera colorada desabrochada, pantalones largos arremangados hasta las rodillas y botas rojas, de lluvia. Algo en ese hombre le parecía familiar, pero de seguro era uno de los tantos borrachos deprimidos que suelen aparecer los 25 de diciembre a la madrugada por el bar.

- ¿Alguna marca en especial jefe?

- Si, la de botella verde de nombre medio raro.- le dijo con voz ronca, mientras abría unos manises con cáscaras que descansaban en un pote arriba de la mesa.

El cantinero tiró unas papas fritas en un bols de plástico, llenó un chop con la bebida espumante hasta el borde y se los llevó a la mesa él mismo. Los feriados festivos solía darle asueto a sus empleados, sólo él se quedaba a cargo del bar que heredó de su padre, el cual lo heredó de su padre y este a su vez de su padre. Nunca dudo de su destino como cantinero, ni una vez se reprochó del mismo, aunque a esta altura del año, con este calor, siempre deseó poder atenderlo en una playa o algún lugar aislado.

- ¿Mucho trabajo?.- Le dijo con una sonrisa al gordo de rojo, mientras le acercaba la bebida fría.

- Puf, imaginate que tuve que recorrer el mundo en unas horas y encima tenía dos renos enfermos, con diarrea, nunca le des a un reno vitel toné si no lo preparaste vos mismo.

El cantinero sonrió y decidió conversar un rato con el cliente, la noche venía tranquila y nadie se quejaría por que se ausentara un rato de la barra, y este hombre en particular le cayó de entrada muy simpático.

- ¿Lo que nunca entendí de Ud - le dijo con voz seria- es porqué usa esa ropa tan abrigada en pleno verano?

- Marqueting pibe, según los especialistas en mercadotecnia del Polo Norte un gordo vestido de musculosa y bermudas rojas no vende, estoy podrido, en cualquier momento me dedico a vender sahumerios en plaza Francia y me dejo de joder con esto de la navidad, decí que es un sólo día al año, sino sería una tortura.

El cantinero volvió a reír y se arrimó una silla a la mesa.

- ¿Y porqué lo haces si te resulta tan pesado?

- Pasa que uno siempre tiende a trabajar en lo que es bueno, y llevo años haciendo este trabajo y nunca tuve una queja, así que tan malo no debo ser. Este laburo lo heredé de mi viejo, quien lo heredó de mi abuelo, quien lo heredó de mi bis abuelo y así, llevamos siglos haciendo lo mismo en la familia, jamás se me hubiese ocurrido dejarlo, aunque a veces una vida distinta me llena de dudas y ganas de cambio.

El cantinero asintió con la cabeza como entendiendo de que hablaba el hombre de rojo.

- ¿Y donde está el curro? Digo, porque das miles de regalos y por lo que sé nadie te da un mango, hasta a los reyes le dejan comida, agua y pasto, nunca vi a nadie dejarte a vos ni un sanguche de mortadela.

- Yo cobro todo de regalías, por la venta de mi imagen, por cada muñequito que aparece vestido de rojo con barba blanca a fin de mes me llega un cheque. Lo bueno es que con lo que saco este mes me puedo ir de vacaciones a una isla del caribe donde a nadie le interesa como estoy vestido, después llega septiembre y me quedo sin un mango pero bue, quien te quita lo bailado.

- ¿Y los renos? ¿Viven con Ud todo el año?

- Los alquilo. Una vez compré un par pero son muy sucios, se la pasaban abonándome el patio, y si los sacaba a pasear tenía que tener cuidado porque querían pelearse con cada perro que nos cruzábamos.

- ¿Qué es lo que más te piden como regalo?

- Los chicos juguetes, la mayoría solo pide pavadas que ve por televisión y que usan solo una o dos veces en su vida, pero están tan bombardeados por las imágenes y la publicidad que lo que ven quieren, es todo un gran negocio. Las mujeres suelen pedir prosperidad, como si viniese en bolsitas de un gramo, un saque de prosperidad y todo mejor en sus vidas, no se ponen a pensar que el bienestar propio depende de una sola persona, ellas mismas, cuando se den cuenta calculo que empezaran a pedir juguetes como los pibes.

- ¿Y los hombres adultos? ¿Aún hay alguno que le pida algo?

- Algunos quedan, suelen saturarme con pedidos de paz y tranquilidad, pero nada de paz mundial o esas frases de participante de concurso de belleza, sino paz para ellos mismos. El mundo esta lleno de gente que corre y no sabe como pisar el freno para descansar un rato, corren desesperados sin saber donde queda la línea de meta, sólo paran cuando ya es tarde para disfrutarlo. Todos los años les llego paquetes de paz y tranquilidad envueltos en papel celofán color verde con un gran moño blanco, pero cuando lo abren no encuentran nada, no saben identificarlo.

- Es una epidemia sin cura, a mi parecer a nadie le conviene que se detenga esa rueda gigante aunque aplaste a unos cuantos mientras va girando.

El cantinero miró a su alrededor y empezó a ver las primeras luces del día asomándose por las ventanas.

- Un placer haber hablado con vos Santa, esta cerveza te lo regalo yo, alguien tiene que regalarte algo.

Se levantó de la silla, le dio una palmadita en el hombro a su cliente de rojo y volvió detrás de la barra a continuar trabajando.

Cerró el bar a las 7 de la mañana, y colocó las 6 cerraduras que intentaban evitar un futuro mal trago. Volvió caminando a su departamento de Belgrano, para estas fechas importantes le gustaba caminar apreciando los restos de una fiesta ajena, los rostros alegres en las personas, los paquetes vacíos, la basura por todos lados. Entró a su departamento y descubrió que se había olvidado las luces del arbolito encendidas vaya a saber desde hace cuanto. Cuando fue a apagarlo descubrió que había un paquete debajo del árbol, uno pequeño envuelto por un papel verde, con un gran moño blanco. Lo tomó con ambas manos, lo agitó suavemente escuchando si había algo dentro, nada se golpeaba por ningún lado. Busco un nombre, una tarjeta, un inscripción que dijera de quien era o a quien estaba dirigido, no encontró nada por ningún lado. Recordó su conversación con el gordo vestido de papá Noel en el bar y sonrió sin quererlo. Tomo el paquete, lo guardó en su cajón y se acostó a dormir tranquilo, sabiendo donde buscar la paz y la tranquilidad que necesitara cuando la vida lo agitará o no le diera descanso. En su casa, en su hogar, siempre encontraría lo que el resto de los hombres se pasan buscando en cualquier lado.

1 comentario:

Luis Luchessi dijo...

Un espectáculo dieguín! siempre es un placer leer buena literatura y lo tuyo ya está al nivel de zasturain!