miércoles, 25 de febrero de 2009

Exterminio

“No, por ahí no, vení por acá”
Le gritó indicándole un sendero diminuto entre los filosos pastizales de alguna zona árida del peligroso sur de África.
“Agacha la cabeza, que pueden verte”
Sus corazones les explotaban del pecho por el esfuerzo, pero uír era su única alternativa.
“Qué le hicimos para que nos persigan de esta manera”, le murmuró al oído a su compañero, mientras bebía sus propias lágrimas.
“No sé, nada justifica que hayan exterminado al grupo de esta manera”, le contestó mientras la abrazaba y trataba de calmarla.
Escucharon una frenada brusca a sus espaldas. De una sucia camioneta bajo un rinoceronte blanco con un escopeta en un brazo y un gorro que protegía su cuerno del caliente sol del verano.
“Quiero a esos humanos cueste lo que cueste”, le gritó a la jirafa que conducía el vehículo.
“Estoy haciendo todo lo posible para ayudarlo señor, pero los humanos son rápidos y escurridizos, más esta clase. Los rubios del norte de Europa son fáciles de atrapar y los amarillos del este de Asia son tantos que ellos mismos parecen dejarse capturar para poder comer de vez en cuando. Pero estos negros de África son muy veloces y tercos, es cómo que no soportaran estar en cautiverio”
“No me interesa, esos humanos van a ser míos a cualquier precio, aunque tenga que incendiar medio África para atraparlos”.
Los humanos eran una rasa en extinción, su casa indiscriminada los llevo a abandonar los grandes poblados. Los animales los buscaban por el delicioso sabor de sus carnes, y utilizaban sus cabellos para hacerse tapados, y sus dientes para realizar joyas que se cotizaban a altos precios en el mercado negro. Pero algunos animales sólo los perseguían por diversión, por el simple placer de casarlos.
Grupos de apoyo a los humanos se formaban en todo el mundo, los perros labradores de Inglaterra eran los más numerosos de su tipo, ellos argumentaban que se podía vivir en paz con los humanos, que eran excelentes mascotas y compañeros aunque algo traicioneros si no estaban bien amaestrados.
Los zoológicos de humanos prosperaban en todo el mundo, era simpático verlos jugar con sus computadoras en sus jaulas sin darse cuenta de su cruel estado.
Los sabios simios de las montañas argumentaban que en otra era todo había sido distinto, que los humanos vagaban por el mundo contentos cosechando, emigrando en grandes manadas, en paz con la naturaleza y respetando al Dios tierra, pero que a partir de la peste del dinero todo había cambiado, sus corazones se habían vuelto codiciosos y peligrosos, por lo que tuvieron que empezar a cazarlos. Algunos todavía eran puros y dignos, pero cómo diferenciarlos, lo mejor para todos los animales era exterminarlos.

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