miércoles, 25 de febrero de 2009

Otra época

La última milanesa descansaba petrificada en la vitrina del museo.
Los visitantes no paraban de sacarle fotos a tan preciado recuerdo, símbolo de una era en decadencia, de una época donde se creía todo perdido hasta que llego el día cero.
Pocos documentos registran esa época, el gobierno, junto a organizaciones eclesiásticas y las grandes corporaciones internaciones, se encargaron de limpiar al mundo para que no vuelvan a producirse las rebeliones de mitad del milenio.
La ley de grasas cero estaba incorporada en la conciencia colectiva hace siglos, ya nadie recordaba quien la dictó, ni cómo sobrevivió a la guerra de los cerdos, pero estaba prohibido contradecir al gobierno, así que nadie se preocupaba por averiguarlo.
La población mundial había descendido a límites cercanos a la extinción, y los pocos sobrevivientes jamás supieron lo que era un plato de comida frita, una bebida con alcohol, un postre saturado en azúcares.
Todos los hombres vestían iguales, todos lucían sus cuerpos esbeltos. Las mujeres eran todas modelos, no existía nadie obeso.
Todos pensaban lo mismo, tras la imposición de la ley de grasas ceros. Nadie tenía capacidad de elegir, todos eran iguales, pensaba iguales, actuaban iguales.
Era un mundo triste y monótono, era un mundo sin remedio.
Al cumplirse el nuevo milenio los suicidios comenzaron a multiplicarse. La gente simplemente dejaba morirse en las calles, nada tenía sentido.
La humanidad desapareció, sólo quedó pretificada en una vidriera de un viejo museo, la prueba de que antes la vida tenía sentido, esa milanesa representada el deseo.

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