martes, 9 de diciembre de 2008

El rescate

Villa Gesel, marzo hace algunos años. Estábamos en los últimos días de la temporada, las playas se encontraban rezagadas de turistas, sólo quedaban aquellos que no pudieron negociar la fecha de sus vacaciones y los infaltables grupos de jubilados de marzo.
Llegamos con nuestras sombrillas, reposeras y equipo de mate pasado el mediodía. La napolitana que se escapaba del plato con el kilo y medio de papas fritas no me detuvieron para comprar una docena de bolas de fraile con dulce de leche para disfrutar de la tarde junto al mar (el aire de mar abre el apetito y mi apetito está siempre dispuesto a aceptar).
Nos acomodamos con mi novia en las playas geselinas rodeados de la arena caliente y de gente de la tercera edad. Al comenzar a degusta la tercera bola de fraile arribaron a nuestro encuentro unos amigos que nos acompañaban en estas vacaciones, traían facturas, por si nos agarraba hambre.
Al lado nuestro se acomodó una familia, muchos chicos, pareja mayor. Tenían aspecto de venir del interior y por primera vez ver el agua del mar.
Los chicos vecinos jugaban en el agua sin parar. A cada momento no dejaba de repetirle a Laura “estos pibes se va a ahogar”.
En un determinado instante noto que dos de los chicos habían desaparecido, alzo la vista y llego a notar que desesperados batían sus brazos desde el fondo del mar. Miro hacia un lado de la playa, nadie, miro hacia el otro y lo veo al bañero sacándose el buzo para ingresar. Sin pensarlo tiro la bola de fraile a medio comer, revoleo las ojotas de mis pies y comienzo a correr en dirección a ellos.
La adrenalina del momento me había convertido en Mich Bucanon corriendo por las playas de Miami, no podía pensar, solo correr, ya no había marcha atrás.
A los ocho metros me di cuenta del error en que había incurrido, mi cuerpo no dejaba de pasarme factura por el maltrato recibido en los últimos días de vacaciones y en mi vida en general. Pero era tarde para volver atrás, mi destino me esperaba del otro lado de las olas del mar.
Al llegar al agua sentí el frío que atravesaba mis huesos, las miles de agujas clavándose en mi piel no lograron detenerme en mi misión, corrí hasta donde me dieron las piernas y luego me zambullí como nadador olímpico en una final.
Las brazadas se continuaban unas a otras con un solo objetivo, llegar a donde me necesitaban. De costado veo al bañero que me pasa como rayo, y que logra llegar a uno de los niños en apenas unos segundos. Levanto la cabeza tratando de divisar al segundo y noto que otro joven ya lo estaba rescatando. Me detuve en medio del agua y contemplé como ambos hacían pie en la arena con las dos víctimas, los aplausos del público, el abrazo emotivo con sus padres, el agradecimiento de lo mismos hacia los rescatistas por el esfuerzo. Nunca supe de donde apareció el segundo salvavidas, jamás lo ví, hasta podría jurar que no existía.
Regresé con la cabeza gacha a mi reposera, me senté esperando la vos de aliento de mi gente querida y sólo obtuve por mi esfuerzo un “¿De enserio pensaste que ibas a llegar?”


Nota: gracias Ari por otra gran historia, increíble los huevos que tuviste para salir corriendo, esa alma heroica no tiene fronteras, lástima que el destino no te deja ser. Si seguís matándome de risa con este tipo de historias voy a tener que pedir un aumento en el monto de mi seguro de vida, no se cuantas de estas pueda aguantar.

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