Para semana santa pasada, con mi familia decidimos tomarnos un merecido descanso hacia las Gaviotas (muy cerca de Carilo) contando con la grata compañía de la familia de mi primo Kenny. Para nuestro descanso alquilamos una cabañita en un complejo, muy bonita y moderna, la cual contaba, además de otras cosas, con una hermosa estufa hogar a leña. Teniendo en cuenta que estábamos en abril, con un frío que pelaba los huesos, en un paraje donde la térmica desciende diez grados por los altos vientos provenientes del mar, la idea de una estufita de este tipo era muy llamativa, a parte que era de esperarse un momento muy lindo al compartir todos juntos en familia unos mates mientras se observan las llamas arder.
Como mi primo es un ex boy scout (yo también pero de eso me acuerdo menos que del día en que nací), fue la persona indicada para realizar la travesía del encendido de hoguera casero. Conseguimos algunas ramitas secas, hojas del mismo tipo, y compramos unos deliciosos tronquitos de quebracho, los cuales prometían regalarnos calor por altas horas.
Al principio dudamos un poco, el hogar estaba demasiado limpio como para haber sido utilizado alguna vez, no había evidencias de fogatas previas, pero eso no iba a detenernos, así que continuamos con el plan. Grata fue nuestra sorpresa darnos cuenta que el tiraje de la chimenea estaba hecho al revés, si se hacia humo, el mismo no salía, sino que se quedaba con los incendiarios (a parte que el quebracho no ayudaba demasiado, estaba más húmedo que el depósito del baño). Luego de varias horas de lucha desigual, el fuego termino prendiendo y nosotros obtuvimos una hermosa fuente calórica pero a costas de un delicioso olor a leña húmeda en cada una de nuestras prendas y artículos personales, incluyendo en la volteada a mi compañero inseparable de aventuras, el gabán.
Al llegar a La Plata, decidí ir a trabajar con el gabán, aun oliendo a bosque incendiado, pero al darme cuenta que ninguna persona se me acercaba (estaba el colectivo hasta las manos y el lugar al lado mío estaba vacío mientras se peleaban para alejarse más y más de mi lado) y en el laburo no dejaban de echarle desodorante de ambiente al perchero donde estaba colgado mi abrigo, decidí llevarlo a la tintorería (en realidad me obligaron, yo estoy en contra de lavar estas prendas, pierden parte de su magia).
Cuando fui a retirarlo (a parte de cobrarme una fortuna) descubrí que mi gabán ya no era el de antes, había perdido su color, ya no era el negrito simpaticón de siempre, sino que ahora era un verdusco petróleo, parecido al musgo que convive con otros alimañas en algún charco de alguna vereda rota de algún barrio, y para colmo de males no me cerraban los botones (mi mujer lo atribuye a mi exceso de peso, pero yo estoy seguro de que culpa la tiene el aire caliente con el que lo secaron).
Mi gabán ya no es el mismo, parte de mí, de mi historia, de mi personalidad se quedo en esa tintorería de chinos indocumentados.
Un minuto de silencio para un gran compañero que ha perdido su dulce encanto…..
martes, 2 de diciembre de 2008
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1 comentario:
Lamento mucho ser tal vez el instigador de la muerte de tu querido amigo, pero habría que tomarlo como un sacrificio que hizo para bien de nuestras vacaciones. Que por lo menos para mí fueron inolvidables.
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