Esta semana se mudo la empresa para la que trabajo (por lo que estuve obligado a seguir sus pasos) del microcentro porteño al barrio de Barracas.
Intentando hacer un inventario mental de las cosas que no olvidaré de este fantasioso lugar, me surgieron dos listas, paralelas entre si, que se entrecruzan para hacer de este (el microcentro porteño) un lugar inolvidable, una con las cosas que extrañaré y otra con las que ya disfruto el haber dejado atrás.
Lo raro de la lista buena (por llamarla de alguna manera) es que casi todo está relacionado con las comidas (debe ser porque hace más de una semana estoy haciendo dieta, y la falta de grasas trans y aceite saturado están empezando a hacer efecto).
Ahí va mi lista de extrañables, no los separo porque considero una falta de respecto a la verdad el considerar que algo puede ser bueno o malo y no ambas cosas a la vez o ninguna, dejo en manos de cada lector el considerar el item como extrañable u olvidable.
- Los amigos encontrados (esos que a fuerza de almuerzos e historias forman parte de mis propias anécdotas y que dejaron de ser parte del pasado para formar un presente a mi lado)
- El matambrito de la casa (es inevitable llegar al matambrito y luego de leer todo el menú, las recomendaciones del chef, los platos del día, el menú diario del nutricionista y las prohibiciones del cardiólogo, el gritar “para mi un matambrito de la casa con papas rejilla”, sabiendo que te va a caer como patada al pecho, y que lo recordarás por el resto de la tarde mientras transpiras en un box del baño)
- Las bondiolitas de la costanera (los cuarenta minutos de ida caminando, los veinte minutos de espera, los cinco minutos devorándote la bondiolita hirviendo, los cuarenta minutos de vuelta caminando, las cucarachas en las salsas, la mugre en las sillas, el viento que tira las servilletas para todos lados, todo esto no es suficiente para negarse a comer una bondiolita con amigos)
- La milanesa gran casona (una bestialidad rebosada en pan rayado, que se presenta en una bandeja gigante, acompañada de fritas y jamón en fetas. La primera milanesa para compartir que probé en mi vida)
- Las porteñas en primavera (con la llegadita de los primeros calores, el centro porteño se convierte en un mar de mujeres que salen a lucir sus pircing en el ombligo y sus tatuajes nuevos. Una hermosa distracción para la vista en los mediodías laborales)
- Calle florida (infierno urbano donde un metro cuadrado es más valioso que el litro de agua en el desierto. Su falta de oxigeno al aire libre, el calor corporal, los golpes de las multitudes, los vendedores ambulantes, los puestos de diarios cada 10 metros, todo conforma un panorama único y distinto en esta gran ciudad)
- Los vendedores ambulantes (miles de buscas ofreciendo productos de bajo valor económico con cero uso práctico, los gritos del “al shaca pelusha”, “ los 40 porta cidisss chinco pesos”, “cambio, pago mejor, cambio”, los magos vendiendo trucos para chicos, los vendedores en medio de la calle con sus productos semi artesanales, todo el entorno de estos personajes que le dan al microcentro un aspecto tan parecido a Ciudad del Este que asusta)
- Los limosneros (refugiados, madres solteras, niños sucios y descalzos, paralíticos, gente que le falta una pierna o un brazo, ciegos, sordos, mudos, grupos de ayuda a drogadictos, alcohólicos, divorciados y madres golpeadas, ex combatiende de Malvinas y de Vietnam, desempleados, empleados, políticos, etc, etc, etc, todo un batallón que con sus buenas o malas razones te acosan día a día pidiéndote una ayuda)
- El convento (llamativo por su gran patio donde uno puede comer en el verano en un lugar tranquilo y ameno. Jamás vimos a las monjitas, pero el aspecto del lugar, su arquitectura y decoración indican que realmente pertenece a un convento de antaño)
- Los taxistas, colectiveros y motoqueros (dueños de la calle de los cuales hay que intentar escapar para no terminan convertidos en felpuditos de la calle corrientes)
- La revistas de los kioscos de diarios (miles y miles de fotos de mujeres con poca o ninguna ropa contaminando las mentes de los jóvenes y niños que caminan de la mano de sus padres)
- El palacio de la pizza (única pizza con más grasa que masa, el exceso de muzzarela, la perfección de la masa, el tamaño de las pizzas, una serie de combinaciones que hacen de este lugar saturado de comensales un lugar único)
- Paulín (nunca vi gente laburando tan rápido en mi vida, para hacer un pedido había que gritárselo a Juan, para que 10 segundos después esté embolsado y listo para ser transportado al trabajo. Se destacan las milas completas en pan francés y las ensaladas de fruta)
- 333, block, el almacén, el gaucho, las empanadas catamarqueñas, pétalos, la solera, los dioses, sarmientito, el caserío, la bancaria, (todos lo restauranes a los que alguna vez caímos a compartir un almuerzo entre compañeros de trabajo)
- Las vidrieras (llenas de ofertas y rebajas, un mundo de locales que te llevan a un frenesí de consumo sin igual y sin sentido)
- Los bancos (decenas de bancos y sus sucursales en unas pocas cuadras hacen del paisaje porteño una película de finanzas al mejor estilo wall street. Siempre hay un cajero a mano, y una cola de gente esperando para retirar dinero o pagar sus cuentas)
- El calor humano (en pleno invierno es inevitable tener que sacarse el pulóver del calor emanado por los miles de cuerpos que caminan como zombis alrededor de uno)
- Las estatuas vivientes (todos los días un nuevo representante de este arte dispuesto a moverse en cámara lenta al costo de una simple moneda)
- Puerto madero (lugar elegido para algunos eventos preparado especialmente para los turistas y para arrancarles el moño a los locales, eso si, siempre muy pituco y elegante)
- Los subtes (gigante lombriz de metal, que a pesar de estar infestada de parásitos que te consumen hasta la última gota de aire, sigue siendo el mejor de los transportes urbanos, por su rapidez y facilidad de accesos)De seguro me estoy olvidando algunos lugares, de seguro me estoy olvidando miles de detalles, espero que este nuevo barrio que me acobija sepa darme aunque sea la mitad de las alegrías del microcentro, se espera con los brazos abiertos la decisión del destino.
lunes, 24 de noviembre de 2008
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