El flaco López es un amigo de mi padre que vive en mi ciudad natal, Eldorado. Poteño de nacimiento, misionero por elección, tuvo y tiene una vida para deleitar a cualquier escritor de guiones estadounidense.
Este personaje de los montes misiones no deja de sorprenderme con sus historias, con sus vivencias, con su estilo de vida tan particular y admirable.
De vez en cuando se viene a La Plata a pasar unos días con mi familia y suele entretenerme con sus anécdotas, difíciles de creer, típica del humor grotesco argentino, mezcla de drama y comedia llevadas al extremo.
Voy a intentar reproducir algunas de las mismas, para que lo conozcan un poco ustedes, para que disfruten como hago yo cada vez que las escucho. Espero que les guste.
Colado en el tren.
El flaco tiene un amigo que en determinado momento decidió irse a vivir a España (desde este el momento el amigo de España). En una de sus idas y vueltas decidió invitarlo al flaco para que lo acompañara, que viaje con él al viejo mundo en busca de nuevas aventuas.
El flaco acepto gustoso, antes de quedarse sin hacer nada en Eldorado, era preferible no hacer nada en otro país, así que acordaron juntarse en capital un determinado día para abordar el avión al día siguiente.
Pocos días antes del viaje, el flaco se fue a Brasil con unos amigos. Tenía en su haber 300 pesos de los cuales no le sobró un centavo, encontrándose con el interrogante de cómo llegar a capital sin una moneda en el bolsillo.
Hacer dedo en las rutas de Misiones no fue problema, mucha gente lo conoce y enseguida consiguió que alguien lo acerque a posadas. Desde ahí se tomo el tren que lo llevaría a retiro. El único detalle es que no tenía boleto, por lo que se pasaba de escalera en escalera de los vagones intentando que no lo descubran. A la larga del viaje lo bajaron tres veces del tren, volviéndose a subir al mismo al instante, así hasta llegar a Zarate donde lo bajaron por última vez y tuvo que volver a hacer dedo para llegar a destino.
Cuando llego a la casa de su amigo de España, se encontró con que estaba vacía, no había señales de habitante alguno. Pasa que se había equivocado de fecha perdiéndose el viaje y quedando a la deriva en capital sin un centavo.
Al analizar la situación decidió volver a colarse en el tren con destino a La Plata, buscándolo a mi padre para visitarlo y pedirle una mano.
Al llegar a La Plata se bajo en la estación de Gonnet y empezó a caminar intentando encontrar nuestra casa. Sucede que no conocía la dirección de nuestro hogar, la única referencia que tenía era que vivíamos cerca de la República de los niños en frente de un arroyo, lo cual era correcto, pero cerca significaba veinte cuadras y arroyos por la zona había muchos. Así que empezó a recorrer los arroyos de la zona, caminando bajo la lluvia, intentando encontrar una señal que le indique que esa era la casa correcta. Luego de varias horas, mucho frío, un cansancio atroz, y el convencimiento de que era imposible hallar una aguja en un pajar, decidió buscar un hotel donde pasar la noche.
Se volvió a tomar el tren y al llegar a la estación de La Plata empezó a recorrer uno por uno los hoteles de la zona, esperando que ninguno le pidiese adelanto. Así fue rebotando uno por uno en todos los hoteles cercanos a la Terminal, todos le solicitaban algún adelanto o algún tipo de garantía por su hospedaje, cosas que el flaco no podía brindar. Así que termino durmiendo esa noche en un banco de la estación de trenes, hasta que un policía lo despertó y quiso echarlo del lugar. El flaco le contó su situación y le comentó que solo contaba con un billete de dos dólares en la billetera (al ser un billete raro para el uso común, nadie quería cambiárselo en ningún lado). El policía le dio una dirección para poder cambiar el billete, y el flaco volvió a tener efectivo encima (previo descuento del 15 % del valor del billete. Encima que no tenía un mango le descontaron dinero a esa miseria).
Ante la duda de que hacer un sábado a la noche en La Plata, solo, sin destino probable, el flaco decidió irse para el barrio de once, zona de su amplio conocimiento (cuando uno juega de local el partido se vuelca hacia su lado). Al llegar a su antiguo barrió apuntó a un hotel tres estrellas de la zona para pasar la noche. Como pidió la mejor habitación y algunos otros privilegios, el dueño del hotel debe de haber dudado y no le pidió que pague por anticipado, por lo que el flaco consiguió un lugar para pasar la noche y poder bañarse tranquilo.
Al día siguiente el dueño del hotel ilusamente quiso cobrar los servicios prestados, y ante la negativa del flaco no consiguió más que bronca e indignación. Ese día el flaco se dedicó a encontrar al gordo, otro amigo de mi padre que vive en capital. En ese caso la suerte estuvo de su lado y pudo conseguir suficiente dinero para saldar la cuenta del hotel y conseguir un pasaje a La Plata.
El lunes se acerco al local de mi padre y se quedo algunos días con nosotros, llegando a su fin esta odisea, o aunque sea momentáneamente.
A la hora de la vuelta, solo le solicito diez pesos a mi padre para la vuelta. Mi padre insistió en pagarle el viaje de vuelta y darle algo más de dinero, pero las negativas del flaco terminaron ganando y volvió a montarse en el tren comenzando el regreso a su hogar.
Cuando llegó a retiro, el dinero que tenía encima lo invirtió en un paquete de seis alfajores y decidió nuevamente tomar el tren hacia Misiones, otra vez de colado, pero esta vez con la experiencia ganada. Así que se instaló en primera clase, donde el guarda pasaba con menor frecuencia. Allí conoció a un grupo de muchachos que viajaban también de colados, con la diferencia de que ellos tenían un acuerdo con el guarda por el viaje.
En medio del viaje el tren se detuvo en medio de la nada y uno de los muchachos decidió ir a comprar víveres. Al regresar prepararon la picada y lo invitaron al flaco a participar de la misma regalándole un vaso de vino tinto de cajita, su amistad, y un montón de historias que recordar.
martes, 19 de febrero de 2008
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