En los primeros pasos en el mundo laboral el flaco se hizo muy amigo de un pibe que luego se iría a vivir a España. Para llegar todos los días al trabajo hacían dedo en la ruta, esperando que algún alma caritativa de apiade de ellos. A veces (casi todas las veces) se tiraban al costado de la ruta a descansar, tomar sol, meditar y filosofar sobre los aspectos importantes de la vida. De es manera llegaron a la conclusión de que el trabajo no era para ellos, que estaban para otra cosa, filosofía que aún sostiene el flaco hoy en día.
Como el faltazo del trabajo era inminente, llegado el mediodía se iban al club de regatas ubicado en el tigre. El flaco era socio de todos los clubes importantes y exclusivos de capital, no dejaba pasar una promoción de tres meses gratis ni por casualidad. Cuando llegaban al club tomaban una canoa y salían a remar por las distintas islas que conforman el tigre, disfrutando del paisaje típico isleño, de la naturaleza y la paz alejados del ambiente laboral. En ocasiones se detenían a recoger frutos que le regalaba la naturaleza a la orilla del lecho fluvial, eso si, no tenían un mango partido al medio, así que si no comían esas frutitas se morían de hambre. Los tipos eran todos unos bacanes sin un mango que los pueda salvar.
Llegada la época festiva decidieron armar un puesto de venta de pirotecnia. Consiguieron prestados veinte pesos de ahora y compraron lo que les alcanzaba de cohetes en un mayorista. El puesto lo armaron en la zona de San Isidro, frente a una pizzería de gran categoría, aunque eran un puesto callejero chico no perdían las ganas de estar bien ubicados. La venta anduvo muy bien, al día siguiente invirtieron todo su capital en nueva mercadería y así sucesivamente. A las dos semanas ya tenían montados cuatro caballetes con dos tablones llenos de cohetes y fuegos artificiales, un mantel rojo los distinguía del resto de los puestos ambulantes similares, y se consiguieron un empleado para la venta mientras ellos velaban por su inversión tomando cafés en el boliche de enfrente. Pero el destino no quiso que se convirtieran en potencia, la envidia de la competencia y la deslealtad comercial hizo que una tarde se terminara el negocio. Uno de los que vendía cohetes en la calle como ellos paso por su puesto y les prendió fuego uno de los cohetes, con tanta mala suerte que el fuego se extendió a toda la mercadería. Una humareda lleno la pizzería donde paraban, corridas en la calle, fuegos artificiales por todas partes, humo, fuego y mucho ruido se apoderaron de la calle. Cuando el flaco reaccionó quiso darse vuelta para decirle al amigo de salir corriendo de ahí y se encontró con la sorpresa de que ya no había nadie en el local. Salió por la puerta de atrás y dio un par de vueltas antes de volver al lugar. Cuando llego la gente amontonada observaba las cenizas en la vereda, evidencia de lo sucedido, el flaco espero que la mayoría se distraiga, tomo los caballetes y salió corriendo, ya que tenía que devolvérselos a quien se los había prestado.
Perdieron todo lo invertido, todas las ganancias, todo el negocio, pero no perdieron las ganas de seguir intentando.
miércoles, 20 de febrero de 2008
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario