Recuerdo la odisea de mis padres para conseguir una casa habitable con el dinero que disponíamos. No había muchas opciones y terminamos comprando en frente de arroyo Rodríguez, con la promesa de que nunca se iba a inundar (leer inundados para ver si se cumplió la promesa). Calle de tierra, posos por doquier, un pequeño bosquecito enfrente, y la gente excelente del lugar, hicieron que el cambio de barrio, de provincia, de vida no lo notásemos.
Recuerdo lo mucho que costo para mi viejo conseguir trabajo. Recuerdo el puesto de diarios y revistas que trajo de Misiones en la entrada para el auto (una de las pocas cosas que sobrevivió a la mudanza). Como la suerte siempre estuvo de nuestro lado, un amigo de él le ofreció una agencia de juego y consiguió un local cerca de la gobernación, un local chiquito donde el lugar sobraba para hacer las boletas de quiniela y paseadas, esa pila de cartones preperforados que se usaban para registrar las jugadas. La suerte estuvo una vez más de nuestro lado y el dueño del local le ofreció comprarlo en cuotas por poco más del valor del alquiler, un verdadero golazo, y así conseguimos tener una preocupación menos en sima.
Recuerdo que lo primero que hicimos con mi hermano fue ir a pescar al arroyo. Mojarritas, dientuditos, bagres, anguilas y alguna que otra tortuga de agua, conformaban la variedad de especimenes que tanto nos esforzábamos en sacar. Luego venía la limpieza en el fondo de casa, el quitarle el cuero a las anguilas, el soltar las tortugas (nunca supimos como comerlas) el pasarlas por huevo y ajo, harina y freírlas, parte de la merienda que acompañábamos con tereré bien helado (si no me morí con esta dieta supongo que soy inmune a cualquier tipo de comida). Recuerdo haber conocido a uno de mis contados amigos pescando. Con mi hermano nos alejamos un poco más de lo normal, cruzamos el puente que pasaba el camino Belgrano y nos quedamos pescando en algún descampado. Al rato unos chicos se pusieron a pescar del lado contrario del lecho del arroyo y uno le comentaba al otro que había encontrado un reloj, que estaba muy bueno y que era muy raro. Miro en mi muñeca y había perdido mi reloj radio, recuerdo de mi padre de uno de sus viajes a Posadas (no recuerdo si fue mi primer reloj, pero si es mi primer recuerdo de haber tenido uno). Le empecé a decir a este chico que ese reloj era mío, que mi padre me lo había regalado, y no se cuantas cosas más, con su desconfianza típica no quería dármelo bajo ningún punto de vista, así que mientras yo lloraba mi hermano lo convenció de que me lo devuelva, este joven hizo un trato, nosotros les dábamos lombrices para la pesca y él me devolvía mi reloj radio, le tiramos las lombrices y él nos tiro el reloj. Años más tarde me haría amigo de este chico y aún en día me carga por ese momento.
Recuerdo al narigón, ese chico que vino espontáneamente a presentarse, que vino a ofrecer su amistad sin haberlo llamado, sin nunca haberlo buscado, y ahora sin poder dejarlo. Recuerdo que le gustaba el fútbol (ahora solo entra a discutir a la cancha con el referí hasta que lo terminan expulsando) y que él organizaba partidos con los demás varios (todo lo que salía de las cuatro manzanas a la redonda era considerado otro barrio). Recuerdo esos partidos, contra los del otro lado del Belgrano, los de la calle 28, los del fondo, y algún que otro equipo improvisado. Cancha de tierra y cuatro buzos formaban nuestros arcos. De nuestro lado casi siempre éramos los mismos mi hermano, el narigón, su hermano Nico, yo y algún que otro colado. Nico de a poco se fue convirtiendo en ese amigo que nunca puede faltar, ese que siempre esta a tu lago, el que te acompaña en cada aventura, el que te va a acompañar a todos lados. Todavía recuerdo las peleas entre el narigón y Nico en los partidos que jugábamos. En todos los partidos había roces con varios integrantes del otro bando, así conocimos al gordito, ese chico, que si bien tenía nuestra edad, nos sacaba una cabeza de ventaja y medio cuerpo de cada lado, ese pibe que jugaba al rugby y que al fútbol hacia lo que podía, poniendo más el cuerpo y fuerza que maña y habilidad, ese chico que a veces odiábamos y ahora no podes dejar de querer, tal y como es, sin cambiarle nada, ni una de sus torpezas aunque te rompa algo a su paso. Poco a poco nos fuimos conociendo entre todos, poco a poco se fue formando extraordinario grupo que agradezco tener a mi lado.
miércoles, 5 de diciembre de 2007
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2 comentarios:
ahhh, pescar anguilas y cuerearlas más tarde en el fondo de casa, colgandolas de una soga que se enganchaba en la antena de la televisión... abrirlas más tarde y encontrar que aún palpita el corazón... empezar a descubrir la naturaleza desde la naturaleza misma y no por libros, internet, o un pedazo de carne embasado en el supermercado...
yo iba con mi viejo al arroyo el sábado a la tarde y dejábamos líneas sembradas en toda la márgen... el domingo a las 8 de la mañana volvíamos a recojer nuestro fruto... siempre así por varios años hasta que me cayó la centella en el brazo y no regresamos (no sé si por susto, o porque por el impacto empezamos a prestarle atención a otras actividades)...
también encontré amigos entre los yuyos de los arroyos, entre victorias de pesca, y cámaras de camión infladas... hoy los perdí un poco de vista, pero en el recuerdo todavía se andan sonriendo...
una vez más, gracias egú!!! porque sos un gran tipo, me hacés recordar cosas mías, y por sobre todo porque es mágico que hayamos compartido las experiencias de la niñez casi iguales y recién nos conocimos hace sólo un par de años... mágico de verdad...
alegría, mucha alegría chaval, nunca la pierdas...
quito.
http://brodeldiome.blogspot.com
guawwwwwwwww loco .
impecable relato , cuanto se pierden los pibes hoy , ojala tenga la luz de poder criar a mi hijo con algunas de esas vivencias , lo que mas me interesa es que crezca libre , que crean en los amigos , que no me opaque y entienda que en la niñez se forman las personas y los valores que nos acompañan para el resto de nuestras vidas , me da miedo pensar que mi hijo quiera buscar las mismas respuestas que encontré yo en el arroyo , en la canchita o jugando a los bicis voladores con los chicos del barrio en un ciber .
no me gustaría que cambie la esquina por una sala de chat , o los terere de tang en lo del abuelo por un partido de winnie eleven .
loco me da miedo que crezca y a el le gusta tanto crecer .
te quiero egu.
el gordo.
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