jueves, 15 de noviembre de 2007

Mi niñez en Misiones - Primera parte

Todos aquellos que leyeron este blog alguna vez sabrán que mi memoria no es mi fuerte, más bien no tiene nada de fuerte, si tiene que levantar una pluma se muere en el intento. En un acto desesperado más por conservar esos pequeños recuerdos, aquellos que a esta altura ya son mezcla de fantasía y realidad, aquellos que están formados en gran parte por imágenes de las fotos de las niñez y que a esta altura perdieron sensaciones tan importantes como olores, sonidos, colores, por todos estos recuerdos trataré de pasarlos a papel (más bien a formato digital, hasta que algún productor descubra esta inmejorable obra y decida convertirla en best seller, con sus ganancias respectivas para mi, lógico).


Mi niñez en Misiones - Primera parte

Recuerdo ante todo la tierra colorada, esa color tan intenso que no dejaba de teñir la ropa, zapatillas, lo que se le cruzara por delante, jamás vi unas zapatillas blancas, todas eran de colores o a lo sumo de algún tono gris. Esa tierra que produce la mandioca, esa parte tan importante de la comida que no podía dejar de faltar en la mesa, hervida, frita, como sea, si la mandioca no estába eso no se podía llamar comida.
Recuerdo la calle empinada donde vivíamos, recuerdo levemente cuando la empezaron a pavimentar. Recuerdo que de la sima nos tirábamos, rodando y rodando hasta el fondo no parar.
Recuerdo la caña de azúcar, esa golosina natural. Recuerdo que costaba cortarla, muy fibrosa no se dejaba sacar, luego se pelaba, se armaban bastoncitos, y se masticaban hasta el cansancio, hasta que la última gota de agua dulce dejaba de brotar.
Recuerdo los cumpleaños de los amiguitos. En una fiestita las velitas de la torta nos dijeron que nos podíamos llegar, yo me apresure a tomar una y pensando en vaya uno a saber que cosa me la empecé a comer, recuerdo las risas de los chicos y el grito de “no, no son para comer” de la mamá. Recuerdo una fiesta en el fondo de nuestra casa donde de indios nos tuvimos que disfrazar, recuerdo que me colgué de nuestro árbol queriendo hacer una gracia y me caí, recuerdo que la fiesta tuvo que terminar y al hospital fuimos a parar, por suerte solo un golpe resulto pero fue más el dolor de que la fiesta termine por mi culpa que el golpe en si.
Recuerdo las chipas en el parque del mama tan, las que con tanto amor empezaba a hacer cada vez que nos veía llegar a su casa. Las moldeaba con forma de palomas y las cocinaba en horno de barro. Le lindo era comer esas chipas, que en ningún otra parte del mundo existen, solo en el fondo de su casa. Recuerdo que las pascuas festejábamos en su casa, que los huevos los hacíamos a partir de huevos de gallina, que para hacer la comida mi madre los rompía con suavidad, luego nosotros los limpiábamos, los pintábamos, una tapa de papel crep le poníamos, y que los adultos lo escondían en el parque de mama tan, para que nos pasemos la tarde buscándolos y pusiésemos sus confites degustar.
Recuerdo al lagarto del patio, vivía debajo del galpón y los bichos se comía, recuerdo que de tarde salia, nunca nos atacaba, nosotros eran parte de su casa nada más.
Recuerdo el baño de madera del patio, un pequeño galpón con un pozo en el medio, pero no recuerdo haberlo usado.
Recuerdo algunas de las mascotas de esa época, una perra grande que era muy buena, al miqui nuestro perro chiguagua, y aun montón de gatos que de las víboras se encargaban, pero no me acuerdo sus nombres. El miqui una vez nos persiguió camino al centro y un auto lo piso, solo oímos sus lamentos, me padre no dejo que volviésemos a verlo, luego de unas semanas de la nada apareció, como si nunca se hubiese ido, recuerdo que murió en una pelea de perros en disputa por el amor de una perra en celo.
Recuerdo a los boy scout, ese grupo de chicos con los que nos juntábamos los findes de semana. Recuerdo que usábamos una camisa azul, un pañuelo anudado y unos pantaloncitos cortos a tono. Recuerdo que éramos parte de los lobatos por nuestra edad y que pertenecíamos a los panteras negras y una bandera con un dibujo montada sobre una caña tacuara era nuestro punto de encuentro. Recuerdo que hacíamos campamentos, de los cuales no recuerdo haberme bañado ni lavado los dientes en ninguno de los mismos. Recuerdo que interpretábamos squech para pasar el rato al lado del fogón, que comíamos mucho reviro y mate cosido. Recuerdo las actividades de supervivencia, las cuales ninguna podía hacer. Recuerdo las malteadas en los cumpleaños cuando corríamos por el túnel de niños. Recuerdo que desfilábamos por las calles del centro para algunas fechas patrias, pero no recuerdo las fechas en especial. Recuerdo formar parte de una carroza diseñada por el grupo grande de boy scout y desde la cima de la misma saludar a los que nos habían ido a alentar.
Continuarán mis recuerdos, todavía no se me acabaron, solo los tengo que encontrar, los tengo que buscar en algún lugar de mi cabeza, ahí donde se guarda parte de la felicidad.

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