Voy a seguir con las historias inexplicables. Quizás ustedes hayan jugado a este juego, quizás ya lo conozcan y tengan su propia experiencia. Yo nunca jugué, por algo nunca me anime, los espíritus no son mi fuerte y prefería nunca saber algo de más. Pero si pueden cuenten su experiencia, yo voy a contar la de unos amigos, no se olviden que son todas verdad solo que adaptadas a mi estilo, tengo que seguir un cuento con las otras historias inexplicables así que los nombres en algo se tienen que relacionar. Sin más vueltas ahí va esta historia, espero que les guste.
Todo nació como un juego, es que en realidad es un juego, con reglas poco claras, con situaciones raras, sin un ganador, en la mayoría de los casos solo perdedores.
Lo que siempre me llamó la atención, lo que siempre me pregunté y no me puede responder es que provocó esa adicción por este juego en particular. Si adicción, si uno se pasa doce horas por día haciendo lo mismo, si no piensa en otra cosa, sueña con eso deseando despertar para continuar, no tiene otro calificativo que adicción. Lo único que espero es que haya podido curármela, no quiero continuar más.
Con los chicos del barrio nos juntábamos después del colegio para jugar al juego de la copa. Comenzamos improvisando un tablero, la mesa de la cocina con su fórmica blanca y su forma redondeada eran ideales para el caso, las letras y números no eran más que trozos de las hojas de las carpetas escritos con esas lapiceras azules de dos por cincuenta centavos.
Al comienzo era todo broma, con el Sopa nos entendíamos a la perfección, era como leernos la mente, bastaba solo un cruce de miradas para que comience el juego dirigido a gastar al gordo un día, al negro otro, todos pasaban como incautos mientras nosotros nos divertíamos sin parar.
Luego comenzaron las cosas raras, aquellas que apenas se logran explicar, aquellas que meten una cierta duda en el juego, aquellas de las cuales no participaba, no forzaba su accionar.
Desde un principio mi abuela nos advertía, “no se juega con esas cosas” “hay cosas que es preferible nunca entender” “les va a hacer mal” “van a terminar mal”. Nunca me explicó que sabía del juego, como lo conocía, por que de su miedo, o mejor dicho del respeto hacia él.
Una noche empezamos a escuchar ruidos, pasos en el techo, saltos buscos, mientras jugábamos, pero nada raro que no se pudiera explicar, solo un poco de viento de más, una chapa suelta, el gato del vecino, todas situaciones que podían darse, todo normal.
Una noche, un corte de luz brusco mientras jugábamos hizo que el gordo y el pingüino terminen debajo de la mesa abrazados, pero fue solo un cortocircuito, una mala instalación eléctrica, todo normal.
Empezamos con las preguntas comprometidas, aquellas que escapaban al conocimiento de los invitados. En una ocasión el muerto nos dio un número de teléfono para que llamemos. Un tono sin fin del otro lado fue otra casualidad. Ella nos aseguraba que se había muerto, que no había nadie en su casa, que no nos íbamos a poder comunicar. Pero solo fue azar, nada raro, nada que no se pueda explicar, todo normal.
El juego fue evolucionando mientras que aumentaban las horas que estábamos frente a él. Un tablero de dibujo se convirtió en el tablero, las letras con caligrafía gótica en fibra indeleble formaban el óvalo central, y una copa de cristal en ese cursor que las letras nos iba a mostrar.
Una noche el manija empezó a insultar al espíritu de turno, a boludiarlo como se dice en la jerga barrial. El espíritu le pedía que parase, que un susto muy grande le iba a hacer pasar, como siempre nos negamos a escucharlo y seguimos con el juego como una noche más. Salimos a la calle de golpe, unos ruidos de pelea nos invitaron a espiar, nada para un lado, nada para el otro, debía de haber sido una fantasía nada más. Cuando estábamos ingresando el manija se quedó al final, de la nada surgió un taxi que en la cara le fue a frenar, las luces altas lo encandilaban, el motor le toreaba, del chofer solo se veía una silueta, nadie que pudiera reconocer. El manija corrió hacia nosotros y nos pidió que nos demos vuelta, que alguien lo quería pisar. Nunca vimos nada, aunque él juraba que estaba ahí, que lo iba a matar. El manija fue el primero en dejar de jugar, nunca quiso seguir adelante, dijo que otra cosa así no la iba a soportar. Pero solo fue el cansancio, quizás realmente se cruzó un taxi y nosotros no lo llegamos a notar, todo se puede explicar, nada sale de lo normal.
Los compañeros de juegos fueron turnándose, amigos, compañeros del colegio, parientes, vecinos, todos querían probar, querían sentir lo que era jugar.
Una tarde al gordo un espíritu lo insultaba, le pedía que se fuera, que no lo quería escuchar más. El gordo se negaba, el sentía que lo cargaban, que lo querían apartar. La copa se enloqueció, pedía que se fuera, y empezó a contar para atrás, 9, “no me voy nada” decía el gordo, 8, “de acá no me van a mover”, 7, 6, “déjense de joder, vamos a seguir jugando”, 5, 4, “che no es gracioso basta ya”, 3, 2, … el gordo se paró y se fue del cuarto. Otro más que abandonó el juego. Pero eso no fue raro, quizás estaban jugando y ante la duda no vale la pena provocar, nada raro, todo normal.
Lo primero que realmente no pudimos explicarlo fue la noche de la trampa de mi hermana. Estábamos jugando y le preguntamos al espíritu donde estaba Laura, mi hermana, un poco para tentar a mi madre y que se arrime al juego, para hacerla participar. El muerto de turno nos dijo que estaba en un auto. Mi madre juraba que estábamos equivocados, que no era posible, que estaba en la casa de una amiga estudiando. El espíritu insistía con que estaba en un auto acompañada de un joven, un muchacho de pelos rubios y largos. La descripción no coincidía con la de Juan, no era su novio. Todos los que jugábamos conocíamos a Juan, nadie hubiera dudado de mi hermana, nadie se atrevería a pensar mal. Cuando llego a las dos horas, con tono sarcástico y burlón mi madre le pregunto en frente de todos “así que estabas en un auto con un muchacho rubio de pelos largos”. Mi hermana se quedo helada, “y ustedes como saben, quién me vio, ¿lo sabe Juán?”. Al unísono todos nos dimos vuelta, la miramos sorprendidos y dejamos de jugar. No digo que sea cierto, solo puede haber sido una casualidad más, no hay porque afirmarlo, no hay porque pensar que fue raro y se escapa de lo normal. Solo una gran casualidad.
Pasamos horas jugando, cenábamos en frente de la copa, almorzábamos a los apurones para poder continuar. Empezábamos de tarde, y nos amanecíamos sin danos cuentas jugando una vez más, las horas volaba los días pasaban y no lo podíamos dejar. La fecha de la muerte de uno, roturas de copas, pronósticos deportivos acertados, todos transcurrían con total normalidad. A veces en broma, otras de enserio, hasta habíamos implementado que se jugara con los ojos cerrados y uno de los presentes hiciera de auditor para poder revelar los resultados, pero no siempre resultaba, a veces solo incoherencias hacían que dudemos un poquito más.
La tarde que decidí dejar de jugar, mi primo Gastón había venido a visitarnos. Hace varios meses que había muerto su padre. Su madre falleció junto con mi viejo en un accidente de tránsito. Siempre me dijo que me quede tranquilo que estaban todos juntos, que se cuidaban entre si. Nunca pensé en contactarme con ellos a través del juego, jamás me hubiese atrevido a hablarles, no creo que lo hubiese podido soportar. Gastón nunca quiso arrimarse, “no creo en esas cosas” repetía cada vez que lo invitábamos a jugar. En cierto momento paso por nuestro lado y la copa enloquecida lo empezó a llamar, “Gastón”, “Gastón”, “Gastón”, repetía una y otra vez, sin darnos cuenta cual de los participantes del juego era el que lo llamaba para así pararlo, para que se dejase de molestar. Gastón no se arrimaba y la copa insistía sin parar. En un momento se acerco y le pregunto a la copa:
- ¿Conocés a mis padres?
- Si.- Fue la respuesta Todos nos miramos inquietos, nadie se animaba a retirar los dedos, todos dudamos sin saber que hacer, sin saber que pensar.
- ¿Están a tu lado?
- Si
- ¿Cómo puedo saber si es cierto?
- Dice tu madre que la muñeca de porcelana la saques del ropero, que la limpies y la pongas a la vista. Que te va a traer suerte. Gastón regulo un poco para atrás, nos miro sorprendido, nos dijo que si era una joda que no sigamos, todos lo negamos con la cabeza, no sabíamos para que lado disparar.
- ¿Tienen algo que decirme?
- Si. Que esperan que te pongas bien. Que tu padre te extraña pero que tu madre lo necesitaba más. Que no podías hacer nada. Que te quiere de verdad. Una lágrima calló de los ojos marrones de Gastón. Una angustia atrapada empezaba a brotar.
- ¿Puedo hablar con ellos, puedo verlos, son feliz ahí?
- No te preocupes, ellos están bien, solo quieren que sigas adelante. Que dejes de llorar por él. Que continúes con tu vida. Te prometen que vas a estar bien. Mi madre que estaba viendo el juego lo abrazo y empezó a llorar desconsoladamente.
Mi hermana y yo dejamos de jugar y nos pusimos a llorar, no podíamos parar, no lo podíamos parar.
Los amigos del barrio se fueron cada uno a su casa, todos renunciaron al juego, pocas veces lo volvimos a nombrar.
No se que hubiese pasado si el que aparecía era mi padre, nunca quise imaginarlo, nunca pensé que podía ser real. Solo se que esa noche fue distinta para todos, que eso si fue raro, que ese episodio no lo puedo explicar.
Aún hoy me sigo preguntando que era lo que generaba que nos fanaticemos tanto, que cada día quisiéramos más y más. Por que esa adicción al juego, por que no lo podíamos dejar. Muchas veces pensé al respecto, quizás nos divertía, nos asustaba un poco nada más, nos mantenía como grupo, afianzaba un poco más la amistad, quizás era lo desconocido, lo prohibido lo que nos hacía continuar, quizás era solo costumbre, un simple hábito que se genero de casualidad. Solo se que me sigo preguntando, por que no podíamos parar…
Dedicado a los chicos del barrio, si bien no es lo que me contaron, y cambie los personajes tenía que seguir una línea general con el resto de las historias inexplicables. Se que no es exacta, pero bueno muchachos, es todo lo que puedo dar. Un abrazo para todos.
lunes, 29 de octubre de 2007
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